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Lo mismo hace Mary Lou Baker.

Tiene delante a John Kodani.

Levanta la mirada de la pila de documentos que él le ha dejado sobre el escritorio, vuelve a mover la cabeza, suspira y dice:

—¡Cuánto has trabajado, subinspector! Primero, el arresto de Dan Nichols; después, una redada en la que hemos cazado a Cruz Iglesias, y ahora esta… bomba «sucia». ¿Hoy me vas a soltar algo más?

—Con esto bastará.

—Pues sí que bastará, desde luego.

Johnny ha elegido a Mary Lou Baker para entregarle los documentos, porque a) ella le había estado dando la paliza con el caso Blasingame y b) no conoce a ninguna otra fiscal con la integridad y los huevos necesarios para llevar adelante la investigación y empezar a presentar cargos.

—Te das cuenta de que estás arruinando mi carrera, ¿verdad? —le pregunta ella, mientras examina los documentos y hace muecas.

—O dándole un empujón —dice él.

—Lo mismo te digo, colega —dice Mary Lou—. Romero te quería colgar de los cojones, pero no podrá hacerlo, ahora que eres el héroe de un tiroteo y con lo de Iglesias y todo eso. Solo que ¿tenías que salvar a un abogado de la defensa, John? ¡Qué mal gusto!

—Era la única abogada que había en la sala —responde Johnny—. Además, ella me sacó a mí de un brete.

—Deberíamos reclutarla para el equipo de los buenos —dice Mary Lou.

—Podríamos hacer algo peor —dice Johnny—. ¿Qué hay de Corey Blasingame?

—¿Qué pasa con él?

—¿Qué vas a hacer?

Suena el interfono.

—Han venido a verla Alan Burke y su socia.

—Enseguida estoy con ellos —dice Mary Lou y añade, dirigiéndose a Johnny—: Todavía no lo sé. Vamos a averiguarlo.

Johnny la sigue a la sala de conferencias.