Esa mañana, un poco más tarde, Petra observa mientras Alan Burke examina el organigrama que ella ha creado en su ordenador.
Al cabo de un minuto largo de silencio sepulcral, le pregunta:
—¿Y tienes documentación de todo esto?
—Sí.
Alan se acerca a la ventana y contempla la ciudad.
—¿Tienes idea de la cantidad de amigos, colegas y socios comerciales míos que podrían estar implicados en esto?
—Supongo que unos cuantos —dice ella.
Como siempre, se muestra amable y correcta, pero él repara en que falta la deferencia habitual en ella. Su ausencia resulta al mismo tiempo preocupante y prometedora.
—Supones bien.
Petra percibe el retintín y se pregunta por su significado. ¿Querrá decir que Alan la va a despedir, correrá a ponerse a cubierto y bajará la tapa sobre su cabeza? Sería lo más astuto por su parte y Alan ha construido toda su carrera a base de astucia.
—Me alegro de que estés bien —dice él.
—Gracias.
—Debió de ser aterrador.
—Lo fue.
«Pues sí —piensa él, mirándola—: estabas tan aterrada que fuiste a buscar la pistola al cajón de tu cómoda y con toda calma mataste de un tiro a un asesino a sueldo. ¿Cómo voy a dejar que se me escape un talento semejante?»
—Te das cuenta de que, a raíz de este gráfico que has hecho, van a salir tropecientas demandas, ¿no?, y que muchas de ellas van a tener un precio político tanto para mí como para el bufete, ¿verdad? ¿Sabes lo mucho que nos van a presionar desde arriba?
—Lo sé.
Alan se vuelve y contempla otra vez la ciudad.
«Tal vez —piensa— necesite que la sacudan un poco hasta la médula; tal vez sea hora de desmontarla y volver a montarla de nuevo, y tal vez haya peores cosas que hacer en la última fase de tu carrera.»
Se vuelve otra vez hacia Petra y le dice:
—De acuerdo. Empieza a ponerte en contacto con los propietarios de las viviendas, a ver si nos contratan. Investiga el patrimonio de Paradise Homes y las empresas relacionadas con ella con miras a congelarlo y… ¿Por qué no te mueves?
—Quiero ser socia —dice ella.
—Tal vez debiera despedirte —responde Alan.
—Quiero una oficina en una esquina, desde luego.
Él le dirige su mirada maligna y negociadora.
Ella ni parpadea.
Alan suelta la carcajada.
—De acuerdo, pistolera. Socia. Llama a mantenimiento y avísales. Pero, Petra…
—¿Sí?
—Será mejor que ganemos.
—Claro que ganaremos —dice ella—. Alan, ¿y qué pasa con Corey Blasingame?
—Tenemos una reunión con Mary Lou dentro de treinta minutos —dice él.
—¿Te ha dado algún indicio?
Dan mueve la cabeza de un lado a otro.