Espera en la playa a que llegue Dan Nichols.
Dan tiene buen aspecto: se lo ve fuerte y como nuevo, aunque casi sin aliento, cuando levanta la tabla del agua, camina por la playa y saluda a Boone con un gesto de la mano.
—¡Boone! —dice—. Pensé que ibas a venir a surfear.
—He cambiado de opinión.
—¿Has tenido oportunidad de pensar en mi ofrecimiento?
—Pues sí.
—¿Y?
—Me has tendido una trampa, Dan. Boone se explaya:
Dan era socio comanditario secreto de Paradise Homes, socio de Cruz Iglesias y de su cartel de Baja. Cuando las casas cayeron en el sumidero, Dan le dijo a Blasingame que lo solucionara, que arreglara los informes geológicos, pero él no lo consiguió.
—De modo que enviaste a tu mujer —le dice Boone—. Como si fueras un proxeneta, la enviaste a seducir a Schering para hacer que cambiara sus informes, pero él se negó a hacerlo. Entonces arrestan al hijo de Blasingame por asesinar a Kelly Kuhio y, como sale en todos los periódicos y la gente empieza a escarbar en la vida de Blasingame, te mueres de miedo de que aparezca alguna conexión.
Por eso, Dan contrató a Boone para que «siguiera» a Donna, a sabiendas de adonde lo conduciría y de que proporcionaría un motivo para el asesinato de Schering que desviaría la investigación muy lejos de Paradise Homes. Dan y Donna estaban tan desesperados, tenían tanto miedo de perder su dinero —o algo peor, si Iglesias se enteraba de que lo habían puesto en peligro— que no les importó convertir a Dan en sospechoso del asesinato.
—Boone…
—Cállate —dice Boone—. Enviaste a tu mujer a entregar su cuerpo gentil; después probaste con el soborno y, cuando eso no funcionó, hiciste que tus socios del cartel lo mataran antes de que pudiera hablar.
—¡Es indignante!
—Claro que sí —dice Boone—. Y entonces me tendiste una trampa a mí. Me utilizaste para crear una pista falsa, de modo que pareciera que el motivo fueron los celos. Sabías que tenías una coartada y, con lo desesperado que estabas, no te importaba correr el riesgo. De lo contrario, tus socios de Tijuana te harían a ti lo que le hicieron a Bill Blasingame.
—Boone, podemos hablar de este tema —dice Dan—. No hace falta que esto siga adelante. Lo podemos resolver como caballeros…
—Cuando te dije que tenía los documentos que me había dado Nicole, te diste cuenta de que estabas en apuros —dice Boone—, de modo que enviaste a tus patrocinadores financieros a recuperarlos, a toda costa: la vida de Blasingame, la de Petra… Daba igual.
—No puedes demostrarlo —dice Dan—. Te destruiré en los tribunales. Diré que eras tú el que estaba liado con Donna y que mataste a Schering por celos. Ella me apoyará, Boone, ya lo sabes.
—Probablemente —dice Boone.
Dan sonríe un poco.
—No tiene por qué llegar tan lejos. ¿Cuánto quieres? Dime una cifra y estará en una cuenta numerada hoy, al acabar la jornada laboral.
Boone se saca del bolsillo el casete y lo pone en marcha.
—Hemos acudido a usted, ¿verdad? Hemos venido a verlo.
—¿Y qué pasa si este escándalo llega hasta vosotros? ¿Cuánto tardará en alcanzarnos a los demás?
—Eso no ocurrirá. Por favor, por favor. Se lo suplico. ¿Qué puedo hacer?
—Es una copia —dice Boone—. El original lo tiene John Kodani. Te está esperando en el paseo entarimado.
—Cometes un error, Daniels.
—He conocido a algunos de tus socios —dice Boone— y apuesto a que el proceso legal es lo que menos te preocupa. Que tengas una buena vida, Dan.
Boone se aleja.
En el camino se cruza con Johnny Banzai, que se acerca.