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El Club del Amanecer, o lo que queda de él, ya está en el agua: reman hacia la pequeña rompiente y sus cuerpos brillan a la luz naciente. Son rápidos y fluyen; son intemporales y del momento. Boone los observa y admira su fuerza y su elegancia; después se da la vuelta y sale al exterior.

Abre la caseta y saca una paddleboard larga y un remo, se dirige al extremo opuesto del muelle, echa la tabla al agua y salta detrás. Se sube a la tabla, la mantiene en equilibrio, se pone de pie y se aleja remando para poner distancia entre él y sus antiguos amigos; después se dirige al norte y rema en paralelo a la costa.

Boone siempre ha sido un enamorado de aquella costa, de cada una de sus playas y calas características, sus puntas, sus acantilados y sus barrancos, la roca negra, la tierra roja y el chaparral verde; sin embargo ahora, al prestarle atención, la ve diferente.

Es su casa y siempre lo será, pero ¿tendrá un defecto fundamental, se levantará sobre grietas y fallas, en un terreno movedizo que en cualquier momento se puede caer, deslizar y derrumbar? Y la cultura construida encima de aquella tierra inestable —la hermosa vida del sur de California, libre, sin complicaciones, informal, rica, pobre, enloquecida y hermosa— ¿también estará corrupta en esencia? ¿Se abrirán sus grietas y sus fisuras hasta tal punto que ya no pueda aguantar más y se derrumbe por su propio peso?

Erguido y remando, Boone se siente fuerte. Es agradable ponerse de pie sobre la tabla, en lugar de estar tumbado o sentado: le brinda, literalmente, una perspectiva distinta, una visión más amplia. Mira atrás al lugar donde están sus viejos amigos, en la zona de arranque; ahora parecen pequeños en la inmensidad del océano: unos puntos contra los pilotes del muelle. ¿Qué pasa con aquellos amigos, con el Club del Amanecer? ¿También aquellas amistades se habrán construido sobre unos fundamentos agrietados e imperfectos? ¿Sería inevitable que las fisuras de la raza y el sexo, las ambiciones y los sueños los separaran como si fueran continentes que, después de haber estado unidos en algún momento, ahora tuviesen océanos de por medio?

«¿Y tú? —se pregunta a sí mismo, mientras sigue remando, cubierto de sudor como consecuencia del esfuerzo que supone dar fuertes paladas contra la corriente—. ¿Sobre qué has construido tu vida? ¿Sobre un terreno incierto y movedizo? ¿Sobre mareas inestables? ¿Acaso se ha deshecho todo? Si así fuera, ¿puedes reconstruirla?»

¿Se habrá basado siempre tu vida en unos cimientos vacilantes? ¿Ha sido falso todo aquello en lo que creías?

Sigue remando y no da media vuelta hasta que no le queda más que la fuerza suficiente para regresar a la orilla.

A esa hora, el Club del Amanecer ha finalizado.

Ya es la Hora de los Caballeros.