Parece que ha pasado una hora cuando ella finalmente se aparta de él, se endereza y le dice:
—Gracias por eso.
—Tranqui.
—Eres un buen hombre, Boone Daniels —dice ella y se pone de pie—. Me voy a mojar un poco la cara con agua para refrescarme.
—¿Tienes hambre? —pregunta él—. ¿Quieres un poco de té…, algo de comer?
—Gracias, pero no —responde ella—. Me gustaría irme a dormir.
—Vete al dormitorio —dice Boone—. Yo dormiré en el sofá.
Ella entra en el cuarto de baño.
Boone recoge la botella de cerveza, echa lo que queda en el fregadero y mira por la ventana. Hay algo que todavía no le cuadra. Todo el dineral de Paradise Homes procedía del cartel de Baja, de acuerdo, pero…
Petra sale, vestida solo con una de sus camisetas. Se ha cepillado el pelo, que le ha quedado brillante; se ha vuelto a poner maquillaje y está bellísima.
Le tiende la mano y le dice:
—Me habría gustado ponerme la espléndida bata vaporosa que había comprado para la ocasión y perfume y que hubiera música suave y sábanas fragantes, pero he hecho lo mejor que he podido con lo que he encontrado a mano.
—Estás preciosa.
—Ven a la cama.
Él duda.
—Pete —le dice—, has sufrido un choque y es posible que no te hayas recuperado del todo. Emocionalmente estás vulnerable… No quiero aprovecharme.
Ella asiente con la cabeza.
—He estado aterrorizada, he visto cosas espantosas, he dado muerte a una persona y no sé cómo se va a resolver eso, pero en este momento necesito vida, Boone. Te quiero dentro de mí y quiero moverme debajo de ti como ese océano al que tanto quieres. Ahora ven a la cama.
Él le coge la mano y ella lo conduce al dormitorio.