Harrington le toma declaración y, por una vez, se muestra respetuoso.
No cabe la menor duda de que el disparo de ella ha sido en defensa propia, como el de Johnny ha sido un doble disparo justificado. Dos de los Niños Locos han ingresado cadáver y el otro tal vez se salve. Harrington no sabe muy bien qué pensar al respecto: por un lado estaría bien poder interrogarlo, pero, por el otro, siempre conviene borrar del mapa a aquellos tíos.
Por eso es amable con la churri inglesa.
En primer lugar, está de muerte, hasta con la manta de la policía sobre los hombros; además, parece que le salvó la vida a su compañero. Por consiguiente, aunque no haya sido puramente en defensa propia, va a quedar registrado así. Formula las preguntas para obtener esas respuestas.
—Evidentemente, pensó que su vida corría peligro, ¿verdad?
—Evidentemente.
—¿Y no tenía ninguna posibilidad de retirarse? —Ninguna.
—¿Y vio que la vida del subinspector de investigaciones Kodani también estaba en peligro inminente?
—Exacto.
—¿Dónde aprendió a disparar? —le pregunta él, por pura curiosidad.
—Mi padre se empeñó —le dice Petra, sin soltar el ordenador portátil que ha llevado consigo y del cual rehúsa desprenderse—. Me empezó a enseñar a tirar al plato y a disparar en cotos de caza y tuvimos la suerte de poder ir después, algunas veces, a las partidas de caza de un amigo. Cuando me trasladé a San Diego, al ser una mujer soltera que vive sola, decidí adquirir un arma, con la correspondiente licencia, por supuesto. Voy de vez en cuando al club de tiro.
—Se nota —dice Harrington, sonriendo.
—No me produjo ningún placer matar a aquel hombre —dice ella.
—Desde luego que no.
—¿El subinspector Kodani está…?
—John está en Urgencias, para que le extraigan unas cuantas esquirlas —responde Harrington—, pero está bien.
—Me alegro.
Harrington está a punto de invitarla a salir, cuando entra en la habitación Boone Daniels.
Petra se levanta de la silla, deja el ordenador y se abraza a él.
Harrington odia a Daniels.