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A Johnny Banzai lo están poniendo a parir.

Para empezar, Steve Harrington.

—¿Simplemente te lo has encontrado? —le pregunta a Johnny—. ¿Es que decidiste dar un paseo hasta la casa del padre del autor material de un crimen y… ¡bingo!? «Mira, mamá, ¡sin manos!»

—Tenía una pista —reconoce Johnny.

—¿Socios? —pregunta Harrington—. Somos socios, ¿recuerdas? ¿No has visto ninguna película? ¿No ves programas de policías por la tele? Somos más que hermanos, más que un matrimonio. ¿Starsky y Hutch? ¿Te suena algo de esto?

El médico forense hace lo que tiene que hacer con el cadáver de Blasingame. Un policía novato vomita en una bolsa de plástico blanca. Johnny quiere pirárselas, pero no por los vómitos ni por la bronca que le está echando Harrington, sino para ponerse en contacto con Boone y avisarle que un cartel mexicano de la droga podría estar buscándolo.

Aunque lo odie, no quiere que lo torturen hasta matarlo.

Johnny realmente quiere largarse cuando llega el teniente Romero, da un vistazo a la escena y se lo lleva a la calle.

—Dime que eres sordo —dice Romero.

—Teniente…

—Porque no me debes de haber oído cuando dije «Ni se te ocurra acercarte a Bill Blasingame» —dice Romero—. ¿O es que me oíste decir «Ni se te ocurra acercarte a Bill Blasingame» y pensaste que había querido decir «Por favor, acércate a Bill Blasingame»? ¿Cómo es eso?

Johnny pasa por alto lo que supone que es una pregunta retórica y, viendo que su carrera está a punto de irse al carajo de todos modos, dice:

—Para mí, tiene toda la apariencia de una cuestión de drogas entre mexicanos. La mano amputada, el…

—¿Cómo es que siempre se le echa la culpa a mi gente —pregunta Romero— por todos los actos perversos, violentos y asquerosos que tienen lugar en esta ciudad? ¿Cada vez que a un tío le cortan las manos, uno simplemente asume que lo han hecho los chicanos?

—He dicho que tiene toda la apariencia…

Romero se yergue delante de él y dice entre dientes:

—Te he dicho que te mantuvieras al margen de esto. Te he dicho que te mantuvieras a distancia, para que pudiéramos esquivarlo y taparlo, y tú vas y me metes justo en medio. ¿Quieres mi puesto, Kodani? ¿Es eso? Te juro que te haré caer conmigo.

—Ya lo suponía, señor.

—Pues sí, eres un capullo listo, ¿verdad? —pregunta Romero—. A ver si te sientes tan listo cuando te pases el resto de tu carrera controlando a pedófilos en libertad condicional.

—¿Quedo fuera del caso, teniente?

—Que sí, ¡coño! Lárgate de aquí.

Johnny se sube al coche y se dirige a la casa de Boone.