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Le dan un golpe en cuanto entra por la puerta.

Un culatazo en la cara y el otro, en la nuca.

Boone cae de rodillas: no pierde el sentido, pero queda tembloroso. Aunque todo le da vueltas, se da cuenta de que los pandilleros le han destrozado la casa, que la han atravesado como si fueran un huracán. Sin embargo, está demasiado hecho polvo para impedir que le tapen con cinta adhesiva la boca y después los ojos. Le tiran los brazos hacia atrás, le pasan más cinta adhesiva alrededor de las muñecas y lo arrojan al suelo.

Se pone a dar patadas, pero ellos son, como mínimo, tres; le sujetan las piernas y le enrollan la cinta en torno a los tobillos; después lo levantan y se lo llevan al dormitorio. Siente el aire que penetra por la ventana abierta cuando lo levantan y lo empujan al exterior.

Al agua.

Al mar oscuro.