Han desparramado los papeles sobre el suelo del salón de Petra y van apilando los documentos que están relacionados entre sí.
—¿Sabes lo que tenemos aquí? —le pregunta Petra.
Boone lo sabe. Pura dinamita, suficiente para destapar lo que ocurre en la ciudad y sacudirla hasta los cimientos. Sobornos a funcionarios del municipio, el condado y el estado para que aprobaran proyectos de construcción en terrenos peligrosos; maniobras para encubrir chapuzas en la construcción; sociedades para construir urbanizaciones que tienen que ver con la mitad de los grandes empresarios del condado. Y todo aquello a partir de un solo promotor inmobiliario: Bill Blasingame. Seguro que no es el único que hace aquel tipo de cosas; tienen que ser docenas. ¿Adonde conducirán aquellas conexiones?
Pues sí, Boone sabe lo que tienen allí.
—Es posible que haya más ola de la necesaria —dice él.
—¿Qué quieres decir? —pregunta ella.
Boone le explica que a veces uno se mete en una ola que es demasiado grande para poder manejarla. No es una cuestión de orgullo, de ego o ni siquiera de tu grado de destreza, sino algo puramente físico: la ola es demasiado alta, pesada y rápida para tu tabla y para tu cuerpo y al final te machaca.
En este caso tiene la misma sensación. Las personas y las empresas que aparecen en los documentos de Nicole están conectadas y las conexiones están conectadas —no solo de forma lineal, sino que cada línea se expande en múltiples direcciones con otras líneas, formando lo que los yuppies llamaban networking o redes de contactos— y, en una ciudad tan estrecha y tan compacta como San Diego, la red es apretada y densa.
Adonde, en aquella red, llevas aquella información, le pregunta él a ella. ¿La llevas a la oficina del fiscal del distrito? ¿Dónde entra el fiscal del distrito en aquella matriz? ¿La llevas a la policía? Pasa lo mismo. ¿A un juez? Otra vez lo mismo de lo mismo.
—Seguro que se la podemos llevar a Alan —dice Petra—. Quiero decir, tenemos que llevársela a Alan, porque es una prueba que puede llegar a ser exculpatoria para un cliente. Y para ti también.
Observa la cara con la que él lo mira y exclama:
—¡Santo cielo, Boone! No sospecharás de Alan…
No es que sospeche que Burke esté involucrado en ningún acuerdo inmobiliario dudoso, pero no cabe duda de que Alan forma parte de la red de poder de San Diego. Y Petra no sabe hasta qué punto se puede influir en un tío como Alan: de golpe y porrazo deja de funcionar la instalación eléctrica de su edificio de oficinas, un recurso impecable se complica en el tribunal, un tío al que ha defendido hace cinco años afirma que Alan lo sobornó para que cometiera perjurio…
Es el barrio chino, Pete. El barrio chino.
—Entonces, ¿qué quieres hacer? —pregunta Petra.
—Se lo entregaremos a Alan por la mañana —dice Boone—, pero antes déjame machacar un poco por ahí.
—Francamente, Boone, las metáforas que usas…
Si llevas la información a una sola fuente, explica él, cabe la posibilidad de que la entierren. Si la llevas a dos o tres, multiplicas las oportunidades.
—Pero ¿a quién se la vas a llevar? —pregunta ella.
Eso depende de en quién confíes.