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—Que te den —dice Johnny.

Boone no se sorprende demasiado, porque sabe que Johnny está de muy mala hostia por el caso Blasingame y probablemente ni debiera hablar con él fuera de la oficina sobre el asesinato de Schering.

—Johnny, es que…

—Olvídalo, «amigo» —dice Johnny—. Me he enterado de que me has puesto en el punto de mira de Burke para el juicio de Blasingame. ¿Es que ahora todo gira en torno a mí? Y para que conste, Boone, «amigo», por si pensáis convertirme en una especie de Mark Fuhrman, jamás, en toda mi vida, he usado palabras despectivas para referirme a una persona de raza blanca. Adiós.

—Espera —dice Boone—. Tengo una novedad favorable sobre el asesinato de Schering.

—Llévala a comisaría.

—No puedo.

—Claro que no.

—Johnny, que esto va a hacer que el caso dé la vuelta.

—¿Contra Nichols?

—No.

—Adiós, Boone.

Se corta la comunicación. Regresa a donde está Nicole.

—¿Vamos a ver a tu amigo el policía? —pregunta ella.

—Todavía no —dice Boone—. ¿Tienes hambre?

—Puedo comer.

La lleva a pie hasta la hamburguesería de Jeff.

Han arreglado un poco el local diminuto. Las dos salas largas y estrechas, recién pintadas de blanco, están decorados con murales del puente del Coronado con veleros que se deslizan por debajo. Nicole se para junto al mostrador y mira el menú impreso en la pizarra que hay encima.

—¿Qué tienen de bueno? —pregunta.

—¿En la hamburguesería de Jeff?

—Pues sí.

—La Jeff’s Burger —dice él.

Ella pide una Jeff’s completa, patatas fritas y un batido de chocolate. Boone pide lo mismo y van a sentarse a un reservado. La comida tarda un par de minutos y ella la ataca como si fuera la última.

—Está buena —dice.

—Tú hazme caso a mí —responde Boone—. Conozco todos los lugares buenos.

Ella sigue comiendo a dos carrillos, sin decir una palabra hasta que se lo ha acabado todo, y entonces le suelta:

—De acuerdo.

—¿De acuerdo en que has acabado?

—De acuerdo en que me fío de ti.

—¿Por una hamburguesa?

Ella asiente con la cabeza y le dice que eso tiene mucho que ver, porque, si él fuese un malnacido contratado por Bill, la habría llevado al cercano Marine Room, le habría pagado una comida cara y no habría parado de servirle vino. Solo un auténtico tontorrón fanático del surf podía ser tan papanatas como para llevarla a la hamburguesería de Jeff.

«En fin —piensa Boone—, cada uno trabaja con lo que tiene.»