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Mary Lou Baker está que trina.

Llama a Johnny Banzai a su oficina y le pregunta:

—¿Tu colega Steve ha pasado a los testigos por el microondas?

—¿Qué…?

—Uno de mis testigos estrella, George Poptanich, más conocido como «Georgie Pop», ha venido a verme —dice Mary Lou—. Dice que Harrington le retorció el brazo para que identificara a Corey.

—¿Qué pasa? ¿Ahora de pronto le remuerde la conciencia?

—¡Ahora de pronto sufre de estreñimiento producido por el terror! —chilla Mary Lou—. Parece que está cagado de miedo porque es posible que haya señalado al tío que no es. Pues sí, será un testigo estupendo, John: un tío que ha estado dos veces en la cárcel y que ahora se echa atrás con su versión.

—Todavía tienes a Jill Thompson —dice Johnny.

—Burke opina que no —dice Mary Lou—. Según él, se va a retractar. ¿Quién la interrogó, tú o Harrington?

—Steve.

—Si se pasa de listo conmigo —dice Mary Lou—, tú te hundes con él.

Johnny asiente con la cabeza. Poco más puede hacer. Harrington tiene fama de coger la línea más recta entre dos puntos.

—¿Y tú? —pregunta Mary Lou—. ¿Le has comido el coco a Corey para que cantara?

A Johnny se le cruzan los cables. Mary Lou no es una jovencita sin experiencia, sino una fiscal experta, con muchas horas de vuelo, que sabe cómo funcionan las cosas. Sabe que, en mayor o menor medida, todas las confesiones se orquestan.

—Me he portado bien con él —dice Johnny—. Mira la cinta. No tiene ninguna interrupción.

—No te pregunto si le has pegado. Quiero saber si le has tendido alguna trampa…, si lo has dirigido de alguna manera.

«Por supuesto que le tendí una trampa —piensa Johnny—: lo cogí por las narices y lo fui llevando. Eso es lo que hacemos, Mary Lou, y para eso nos pagas.»

Sin embargo, en lugar de eso, dice lo siguiente:

—La confesión se sostendrá, Mary Lou.

—Se va a retractar.

—Que se joda. Es demasiado tarde.

—¿Y las declaraciones de tus testigos?

—¿Qué pasa con ellas? —dice, para ganar un poco de tiempo y devolver parte de su irritación.

—¿Las has conseguido con trampas?

«Diría que sí —pensó Johnny—. Saber hacer trampas es un requisito del trabajo.»

Sin embargo, dice:

—¿Quieres decir si, con una bola de cristal, les he mostrado a Trevor, Billy y Dean cómo seria su futuro si no se encarrilaban? Claro que sí. ¿Que si tienen motivos suficientes para hacerle pagar el pato a Corey? Evidentemente. Pero lo mismo ocurre con, ¿qué te diría yo?, el 85 por ciento de las declaraciones de nuestros testigos en un año bueno.

Mary Lou se lo queda mirando fijamente y con el lápiz da golpecitos contra el escritorio. ¡Qué fastidio! Finalmente dice:

—Voy a llegar a un acuerdo.

—¡Venga ya, Mary Lou!

—¡Ahora no te hagas el ofendido y el indignado! —le grita ella a su vez, pero después se tranquiliza y le dice—: Además, también es por tu bien, Johnny. Alan ha amenazado con crucificarte en el estrado.

—No le tengo miedo a Alan Burke.

—Ya te puedes volver a guardar el pajarito —dice Mary Lou—. Lo único que pregunto es si él sabe algo que yo debiera saber.

—Si así fuese, no sé qué puede ser —responde Johnny.

—Llevasteis a Blasingame directamente a comisaría, ¿verdad? —pregunta Mary Lou.

Johnny entiende la pregunta implícita. Los dos saben que Steve Harrington tiene fama de dar estopa a los sospechosos antes de que se grabe su confesión. Sin embargo, en esta ocasión no se trata de un mexicano de Barrio Logan ni de un chaval negro de Golden Hill, sino de un joven blanco y rico de La Jolla, y Steve sabe que no le conviene arriesgarse a una posible demanda.

—Se ha hecho todo según las normas, Mary Lou.

Ella lo vuelve a mirar fijamente y decide que le está diciendo la verdad. Kodani tiene fama de ser un tipo honesto.

—Alan tiene a Daniels trabajando para él en este caso, ¿no es cierto?

—Eso he oído.

—Daniels era un buen policía —dijo Mary Lou—. Lo que le ocurrió no estuvo bien.

—Pues no.

—Salís a surfear juntos o algo así, ¿verdad?

—Ya no —dice Johnny.

Desde que Boone se ha pasado al Lado Oscuro.

—¿Entonces no tengo que preocuparme —pregunta Mary Lou— de que se filtre algo a través del departamento de detectives?

—Eso es ofensivo, Mary Lou.

—Solo quiero estar segura, John —dijo ella—. No te enfades. Hay ojos puestos en ti, ¿sabes? A los mandamases no les molestaría que hubiese un jefe de detectives asiático. Por eso de la diversidad. No quiero que te den por el culo por culpa de un concepto de la amistad mal entendido.

Johnny sabe que un espectáculo público, como que Burke se ponga a jugar a Defensa con él en la sala, le daría por el culo, sin duda. Si añadimos a aquello el potencial de un caso de asesinato prominente en el que están involucrados Dan y Donna Nichols…, el resto de la carrera de Johnny estará en peligro durante las próximas semanas.

«Si resuelvo estos casos —va pensando, mientras conduce hacia The Sundowner y busca un lugar para aparcar—, voy de camino a convertirme en jefe de departamento. Y he de reconocer que es lo que quiero. Si, por el contrario, sufro una caída pública desastrosa, el viejo techo de cristal me caerá encima de la piel amarilla y los ojos rasgados como una ola mala y furiosa y seguiré siendo el subinspector Kodani durante el resto de mi desbaratada carrera.»

Por eso, no se pone nada contento cuando suena su teléfono móvil y ve que quien llama es Boone.