Boone está sentado en la Segunda, en el exterior del bloque de oficinas de Blasingame.
Nicole sale a las 18.05 y va directamente a aprovechar la happy hour de un bar situado al otro lado de la calle.
«No me extraña, teniendo en cuenta para quién trabaja —piensa Boone—. Si yo trabajara para Blasingame, como hago, en cierto modo, mi happy hour sería a eso de las diez de la mañana.»
Boone espera unos minutos y después entra.
El bar parece una convención de recepcionistas locales, sentadas —la mayoría— ante una mesa larga, en la que beben, se desahogan y echan pestes de sus jefes, retrasando el momento de regresar a un piso vacío o a un matrimonio del que se han hastiado antes de lo que esperaban.
Boone toma asiento en la barra y pide una cerveza. Observa con bastante atención el partido de béisbol que emite una televisión colgada en la pared, mientras Nicole acaba su primera copa y después la segunda. Cuando va por la mitad de la tercera, se levanta para ir al lavabo y pasa a su lado, pero, si repara en él, no lo demuestra.
Cuando sale, acaba la copa, deja algo de dinero a sus amigas y sale del bar. Boone la alcanza en el aparcamiento, mientras busca las llaves de su coche en el fondo del bolso.
—¿Nicole?
—¿Te conozco?
—Me llamo Boone Daniels —dice él—. Nos conocimos el otro día en tu oficina. No deberías conducir ahora.
—Me siento bien, gracias.
—No me gustaría que te detuvieran por superar la tasa de alcoholemia —dice él— o que te hicieras daño a ti o a otros.
—¿Quién te crees que eres?
—Me gustaría ser tu amigo —dice él.
—Apuesto a que sí.
Ella ríe, aunque se nota que no le ve la gracia. Es un sonido áspero y amargo.
«Es una verdadera pena», piensa Boone.
—Un amigo no permite que bla-bla-bla —dice—. Deja que te invite a una taza de café.
—El truco de ligar esgrimiendo la seguridad al volante es original, por lo menos —dice ella, mientras deja caer otra vez las llaves en el bolso—. Hay un Starbucks enfrente.
Van andando a la cafetería y él le pide un latte grande con hielo y, para él, té verde helado con limonada. Ella mira lo que él bebe y suelta una carcajada.
—¿Eres una especie de chiflado de la salud?
—Me paso con el café.
—Trabajas demasiado, ¿eh?
—Algo así.
Dos casos de asesinato, en uno de los cuales soy sospechoso. Pues sí, diría que eso es trabajar demasiado. Aquel sería un tema estupendo para debatir entre olas con el Club del Amanecer, pero entonces recuerda que ya no pertenece al Club y que eso no interesaría a los tíos de la Hora de los Caballeros.
—Bueno ¿y qué tal es trabajar para Bill?
—Adivina.
—¿Medio coñazo?
—Sin el «medio». Es un verdadero hijo de puta. —Entonces recupera la compostura y añade rápidamente—: Tú no serás, vamos, amigo o socio suyo, ¿verdad?
—Ninguna de las dos cosas.
—¿De qué conoces a Bill?
—Trabajo en el caso de su hijo.
—Ya.
—¿Y por qué es un hijo de puta? —pregunta Boone.
—¿Acaso no lo sabes?
—Me interesa lo que pienses tú —dice Boone.
—Pues eres el primero —dice Nicole—. A Bill, por ejemplo, no le interesa lo que yo piense…, a menos que pensase con las tetas.
—Que no es el caso.
—No. —Ella se mira el pecho y le pregunta—: Oye, ¿qué pensáis los tíos? —Aguarda un segundo y dice—: No he dicho nada.
Los dos se echan a reír. Entonces Boone empieza a presionar un poco.
—Oye, cuando fui a ver a Bill hace unos días, lo llamaste por el interfono para decirle algo de una cita que tenía…
Sin embargo, eso de presionar es tan peligroso como salir a la superficie delante de una ola: por lo general, no es buena idea. Y esta vez tampoco lo es. Ella lo mira y le dice:
—¡Qué cabrón!
—Es que…
—Ya… Conque quieres ser amigo mío. Que te den, «amigo». Deja la taza sobre la mesa dando un golpe y se marcha. Boone sale tras ella, que se dirige echando chispas a su coche.
—Venga, Nicole.
—Que te den.
Boone se le adelanta. No la agarra y ni siquiera la toca, sino que mantiene las manos en alto mientras dice:
—¿Era con Phil Schering?
Al verle los ojos, sabe que ha acertado y también que ella sabe que Schering ha sido asesinado.
—Quítate de en medio.
—Por supuesto.
La gente que pasa por la calle los mira y sonríe. Una pelea de enamorados. Ella tiene que esperar a que cambie el semáforo para cruzar y Boone se pone a su lado.
—Nicole, ¿qué hacía Bill con Schering?
—Apártate de mí.
Cuando el semáforo se pone verde, ella cruza la calle y Boone también. La acompaña hasta que llega al coche y, cuando coge las llaves del bolso, ella levanta la vista hasta su oficina y dice:
—¡Por Dios! Si me viera contigo…
—Vámonos de aquí, entonces.
Ella duda, pero le entrega las llaves. Él le abre la puerta del lado del acompañante y ella sube. Boone se sienta al volante y arranca. Gira a la derecha por el bulevar La Jolla, se dirige hacia el norte y pregunta:
—¿Qué hacía Bill con Schering?
—Necesito este trabajo.
—Podrías conseguir trabajo en un centenar de oficinas, Nicole.
Ella lo niega con la cabeza.
—No me dejará marchar. No querrá darme referencias.
—Mándalo a hacer puñetas.
Boone gira a la izquierda hacia Torrey Pines.
—Es que no lo entiendes —dice ella—. Me chantajea para que me quede.
—¿De qué me hablas?
Ella aparta la mirada de él y mira hacia fuera, por la ventanilla.
—Hace tres años… yo era adicta a las drogas. Le cogí dinero para comprar coca…
—Y ahora o se lo devuelves o te denuncia a la policía —dice Boone.
Nicole asiente con la cabeza.
«Lo más probable es que no le haya subido el sueldo en los tres años —piensa Boone—, que tenga que hacer horas extras sin que se las pague y quién sabe qué otros servicios prestará. Él no va a llamar a la policía, porque sabe que les importa un pimiento algo que ocurrió hace tres años, pero ella no lo sabe y, si intenta marcharse, él le colgará la etiqueta de la droga en torno al cuello. En un mundo cerrado como el de La Jolla, se le cerrarán todas las puertas.»
Estupendo.
Ella se ha puesto a llorar. En el reflejo de la ventanilla, él ve que se le corre el rímel por la cara.
—Nicole —le dice—, alguien mató a Schering y le echan la culpa a una persona inocente. Si sabes algo, tienes que decirlo.
Ella lo niega con la cabeza.
—Te ayudaré a empezar —dice él—. Phil era lo que se llama una geozorra y Bill contrataba sus servicios. El otro día se iban a encontrar en el sumidero de La Jolla.
Ella asiente con la cabeza.
Él se deja llevar por su intuición:
—¿Quiere decir algo para ti Paradise Homes?
Ella sigue mirando por la ventanilla.
Finalmente vuelve a asentir con la cabeza.