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—¿Me estás diciendo que Phil Schering era una zorra? —pregunta Alan Burke, casi sin resuello, porque él y Boone acaban de salir remando hasta la rompiente y hacía bastante que Alan no aparecía en la Hora de los Caballeros.

Si quieres saber si tienes el corazón en forma, rema sobre una tabla de surf, incluso en un mar en calma. Así sabrás todo lo que tengas que saber. Alan se da cuenta de que tiene que frecuentar más la Hora de los Caballeros o, tal vez, conseguir una de esas tablas con ruedas e instalarla en la oficina.

—¿Una zorra? —pregunta Boone.

—Una geozorra —dice Alan, risueño—. Oye, que adquirí muchísima experiencia con todos esos casos de suelos en las décadas de 1980 y 1990, cuando había una geozorra en cada esquina. Sabían qué opinión querías sin que tuvieras que decírselo y te la daban. Ibas a juicio y al final todo se reducía, prácticamente, a una lucha entre tu geozorra y la de la otra parte. Si consigues una zorra que sepa testificar, por lo general ganas.

—¿Conocías a Schering?

—No —dice Burke—. Entró en el juego después, pero haré que Petra lo investigue y consiga la transcripción de sus declaraciones y eso nos dará una idea de su schtick. Entonces, ¿tú no crees que lo hizo Dan Nichols?

—No. ¿Y tú?

—Tampoco —dice Alan—. Es demasiado retro. Ya no se mata por un adulterio; simplemente te divorcias. ¿Sabías que habían firmado un acuerdo prenupcial?

—Nopi.

—Pues sí —dice Alan—. De modo que Dan pierde un poco de dinero y sale a comprar otra esposa trofeo. ¡Mira tú! Ella le ha hecho un favor al irse por su cuenta antes de su fecha de caducidad.

—¡Qué cínico eres!

—Así somos en el sur de California.

Alan se encoge de hombros.

—Una cosa, Boone —dice Alan—, cuesta mucho conseguir un buen investigador y, aunque no quisiera perder a uno…, no querrás seguir haciendo esto el resto de tu vida. Es una forma de ganarse la vida, pero no tienes ninguna posibilidad de ascender, de modo que esto es lo que te ofrezco: financio tus estudios de Derecho y te doy un trabajo en el bufete cuando apruebes el examen.

¡Guau!

Hablando del sur de California… En otros lugares, este tipo de ofertas se hacen en el campo de golf, pero aquí se hacen entre las olas, aunque no las haya.

—Alan, no sé…

—No me contestes ahora —dice Alan—. Piénsatelo, pero piénsalo de verdad, Boone. Para ti sería un gran cambio, pero el cambio puede ser positivo.

—Claro que sí.

—Ya me dirás.

—De acuerdo.

—¡Hijoputa!

—¿Cómo?

Alan señala mar adentro:

—Una ola.

Boone mira y no cabe duda: a un centenar de metros, una ola interrumpe la superficie lisa del mar. Aparece entonces como una pequeña protuberancia hasta convertirse en una ola que se puede surfear. No llega a ser nada del otro mundo —no llegará a la portada de Surfer, claro está—, pero es, sin duda, una ola.

—Toda tuya —dice Alan.

—No, tómala tú.

—¿Estás seguro?

—Totalmente.

—Eres un caballero.

Alan se pone a remar. Boone lo observa subirse a la ola, se incorpora y siente que la ola pasa de largo.

«Soy un caballero», piensa.

David lo está esperando en la playa.