Petra se quedó pasmada al ver la rapidez con la que Boone adquiría destreza en la investigación en derecho jurisprudencial.
La había llamado por teléfono y le había pedido que se reuniera con él en la oficina de ella —le dijo que necesitaba su ayuda— y ella fue. Sin decirle cómo se había enterado —eso podría haberla comprometido, en su condición de oficial de justicia—, le contó lo que sabía acerca de Phil Schering y por qué tenía que investigar algo llamado «causa inmediata».
Ella le enseñó a usar el buscador del derecho jurisprudencial informatizado y él se puso a manejarlo como si fuese un secretario del Tribunal Supremo. Impresionante de verdad. Trabajaron en eso toda la noche. Cuando el cielo rosado empezó a entrar poco a poco por la ventana que daba al este, Boone ya había adquirido un conocimiento cabal del derecho jurisprudencial vigente en California con respecto al movimiento de tierras y su cobertura.
—Hay una cadena de acontecimientos que desembocan en una pérdida —dice—. Algunas causas quedan cubiertas, ya sea de forma implícita o explícita, por el contrato de seguro y otras quedan excluidas específicamente. Según el derecho jurisprudencial californiano, a menos que la causa de una pérdida quede excluida específicamente del contrato, se supone que queda cubierta y la aseguradora tiene que pagar daños y perjuicios.
»Según la doctrina de la causa inmediata, que en esencia consiste en una amalgama de una cantidad de decisiones en distintos casos, la aseguradora, cuando analiza la cobertura, tiene que determinar la causa más próxima y más importante de la pérdida: la “causa inmediata”, por llamarla de alguna manera. A menos que la causa inmediata de la pérdida quede excluida específicamente, la pérdida se tiene que cubrir.
—Entonces —dice Petra—, en el caso de las casas que quedaron destruidas porque cayeron en el sumidero, la causa inmediata es el movimiento de tierras, que queda excluido específicamente, de modo que la aseguradora no tiene que pagar.
—No tan deprisa, abogada —dice Boone—. Antes, el precedente solía ser la doctrina de la causa inmediata, pero, en casos más recientes, como Neeley contra los Bomberos, la legislación se ha modificado y ahora indica que, si bien hay que determinar la causa inmediata de la pérdida, si alguno de los elementos de la cadena de acontecimientos que desembocan en la pérdida no queda excluido específicamente, entonces la pérdida queda cubierta y la aseguradora tiene que pagar.
«¡Por Dios! ¡Qué sexy!», piensa Petra.
Se inclina para acercarse un poco más y pregunta:
—¿Y cómo influye esto en tu análisis de estos casos?
—La verdadera cuestión parece ser negligencia.
—¿Negligencia?
—Pues sí: negligencia —repite Boone y se pregunta qué será aquel perfume que está afectando seriamente su poder de concentración; sin embargo, se recupera y prosigue—: La negligencia no queda excluida específicamente como causa de pérdida, pero la doctrina del eslabón débil, por así decirlo, sostiene que, en caso de producirse negligencia en cualquier punto de la cadena de acontecimientos, entonces la pérdida queda cubierta.
—¿Eso sostiene?
—Pues sí.
—Ya veo.
—No, me parece que no lo ves —dice Boone, mirando aquellos increíbles ojos color violeta—. Es que, si se produce negligencia en la cadena de acontecimientos, la aseguradora está obligada a pagar al asegurado, aunque tenga intenciones de recurrir a la subrogación…
—¿Qué es la subrogación?
—La subrogación… —dice Boone—. La subrogación es cuando una aseguradora demanda a la parte que ha actuado con negligencia para recuperar lo que ha tenido que pagarle al asegurado.
—Correcto. Lo has entendido.
—¿Sí?
—Claro que sí —dice ella—. ¿Y sabes una cosa? Deberías pensar en estudiar Derecho.
—¿Opinas lo mismo sobre un polvo encima del escritorio que sobre uno en la encimera de la cocina? —pregunta él.
—No —dice ella—, para mí son dos entidades completamente diferentes.
—¡Qué bien!
—¡Muy bien!
Ya se ha quitado una pierna de los vaqueros cuando oyen una puerta que se abre y unos pasos que se acercan por el vestíbulo. Boone pega un salto y cierra la puerta.
—¿Hay alguien ahí?
—¿Becky?
Petra se pone de pie y se acomoda la ropa, mientras Boone hace lo mismo. Se arregla el peinado y abre la puerta.
—Vaya —dice Becky—, me alegro de saber que alguien llega antes que yo de vez en cuando. Buenos días, Boone.
—Buenos días, Becky.
—Estábamos haciendo un trabajo de investigación —dice Petra.
—Bien, adelante.
—Ya casi hemos terminado.
—Lamento la interrupción.
—Boone —dice Petra—, no creo que podamos ir más lejos con esto, al menos por el momento. Me voy a mojar un poco la cara y a tratar de conseguir un café.
Pasa al lado de Becky.
—Sí —dice Boone—. Creo que…
—¿Estás de turno?
—¿Cómo dices?
—Que llevas la bragueta abierta, tontorrón —le dice Becky con una sonrisa.
—Gracias.
—No hay de qué.
Hasta Pacific Beach hay un buen trecho.
Ni siquiera se molesta en llegar al final del Club del Amanecer.