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—Por lo general, las aseguradoras no matan a la gente —dice el Optimista— físicamente. Contratan abogados que la aniquilan financieramente.

Al principio, el Optimista no se mostró demasiado… digamos que contento de que Boone lo despertara por la noche tarde, que para él es después de las 21; por eso, cuando Boone le tocó el timbre a una hora tan insólita como las 23.23, el Optimista supuso que había muerto alguien. Y en realidad así había sido, solo que se trataba de Phil Schering y al Optimista eso le importaba un bledo, salvo en la medida en la que afectara a Boone.

El Optimista tiene una filosofía muy sencilla con respecto a la humanidad. Adora a los pocos amigos que tiene —básicamente, el Club del Amanecer— y haría cualquier cosa por ellos. El resto de la raza humana solo existe para hacerle ganar dinero.

Y así es.

El dinero es el tema por el cual Boone ha acudido a él en busca de consejo. El Optimista mira la copia de la factura de Schering y dice:

—Técnicamente, Hefley no es una aseguradora, sino una reaseguradora.

—¿Eso quiere decir que vuelve a asegurar?

Correcto, le explica el Optimista. Algunas veces, una aseguradora asume un riesgo demasiado grande para cubrirlo ella sola, de modo que, para minimizar parte de ese riesgo, lo asegura con una reaseguradora.

—¿Como si un corredor de apuestas pequeño colocara parte de su apuesta con otro corredor? —pregunta Boone.

—Una analogía burda, pero adecuada —reconoce el Optimista.

—Entonces un puñado de casas caras caen en un agujero —dice Boone— y, como la aseguradora no se puede hacer cargo de toda la pérdida, recurre a la reaseguradora para que pague la factura.

No es tan sencillo, le explica el Optimista. En primer lugar, es muy poco probable que todas las casas o ni siquiera la mayoría de ellas tuviesen la misma aseguradora y menos aún que cada una de esas compañías contratase un reaseguro con Hefley. Es probable que la empresa tuviese una o más de las viviendas destruidas, lo cual, como pérdida total, sumaría del orden de decenas de millones de dólares, y que contratase a Schering para determinar la causa de la pérdida.

—Pero la causa de la pérdida es sencilla —dice Boone—: el deslizamiento de tierras.

—Eso supone pasar por alto la cuestión —rezonga el Optimista— de lo que provocó el deslizamiento de tierras. ¿Cuál ha sido la causa de la causa?

—¿Y eso qué importa?

—Importa mucho —dice el Optimista.

Las aseguradoras no ofrecen cobertura por movimientos de tierra. Eso figura en la letra pequeña, en «Exclusiones». Los gurús de los seguros dirían que se supone que los seguros te protejan de acontecimientos accidentales y repentinos, como tormentas, inundaciones, incendios, pero que un movimiento de tierra no es accidental ni repentino. Lleva mucho tiempo y no es ningún accidente. La tierra siempre se está moviendo; eso es lo que hace.

—De modo que Hefley está a salvo. La tierra se ha movido.

—No tan deprisa —dice el Optimista—. No te puedes limitar a la causa de la pérdida, sino que tienes que buscar la «causa inmediata».

—Supongo que te refieres a lo que la provocó.

—Es que no basta con hablar de la causa, surfista ignorante —dice el Optimista—. ¡Me refiero a la causa inmediata!

—¿Y eso qué es?

—Ve a la biblioteca —dice el Optimista—. Mejor si es una biblioteca jurídica. ¿Conoces algún bufete de abogados bueno?

—Sí.

—Buenas noches.

—Buenas noches —dice Boone—. ¿Eso que tienes en el pijama son hipopotamitos?

—Sí. ¿Y qué?

—Nada. Es que queda gracioso, nada más.

—¿En serio?

—No.

—Ya me parecía. Vete.

Boone se va.