Boone regresa a la oficina de Schering a las diez de la noche.
Aparca la camioneta en la calle y camina hasta el complejo de oficinas. La cerradura es sencilla y en un par de minutos está dentro.
Enciende la pequeña linterna, se la mete en la boca y se dirige al escritorio de Schering. El ordenador está en estado de «suspensión» y, afortunadamente, todavía está conectado al sistema. Boone hace doble clic en un icono que indica «Facturación» y no tarda en desplazarse por los registros más recientes de Schering. Conecta una memoria USB al puerto situado en la parte posterior del disco duro, arrastra y clica, retira la memoria, echa un vistazo por la ventana y sale por la puerta.
«Gracias a la tecnología —piensa—, robar documentos resulta mucho más fácil que antes.»