David el Adonis desciende de la torre.
Ha transcurrido sin novedad otro día de vigilar que no se ahoguen los turistas. Que los turistas no se ahoguen —como le ha explicado hasta la saciedad la Cámara de Comercio— está muy bien. A principios de año, un gran tiburón blanco había matado a un nadador, lo cual es muy malo —evidentemente, para el nadador, pero también para el negocio—, como explicaba la Cámara a los socorristas.
Aparte de ponerse en contacto con Robert Shaw y Richard Dreyfuss y salir en una barca, David no está muy seguro de lo que tiene que hacer ante el ataque de un tiburón, a pesar de que, en una ocasión, ahuyentó a uno pegándole un par de patadas en el morro. La cuestión es que en el océano hay tiburones —además de aguas revueltas y olas enormes— que van a atacar a la gente y que también va a haber ahogados; sin embargo, según las estadísticas, lo más peligroso —¡de lejos!— que hace la gente en relación con la playa es desplazarse hasta ella en coche.
De todos modos, decide ir a tomar una cerveza a The Sundowner. Puede que encuentre allí a Johnny Banzai, antes de comenzar el turno de noche; que el Marea Alta vaya al finalizar su jornada de trabajo, y que Boone…
¿Quién sabe dónde estará Boone?
Ha emprendido algún viaje extraño y misterioso. Tal vez sea la partida de Sunny o su encaprichamiento con la betty británica —no cabe la menor duda de que está como un tren— o tal vez, simplemente, que esté cansado de ser un gandul al que le gusta surfear, pero la cuestión es que el Boone que él conoce está vete a saber dónde.
Es curioso, porque Boone, más que cualquiera de ellos, siempre podía encontrar el hilo conductor de una ola y seguirlo como si lo guiara un rayo láser, pero ahora se la pasa chapoteando en el agua como un novato chiflado al que le espera una caída espectacular.
No se ha equivocado: Johnny Banzai y el Marea Alta ocupan su lugar en la barra, aunque aquel tiene en la mano una Coca-Cola Light.
—¿Qué hay? —pregunta David.
—Nada —responde el Marea Alta.
—¿Qué tal, Johnny?
—¿Qué tal, Dave?
En agosto no pasa nada, tío: no hay olas ni ellos tienen ganas de nada. Lo único que se anima es la temperatura, que no para de subir.
Y la tensión, porque Johnny Banzai parece exaltado.
—Boone está ayudando a Alan Burke a hacerme la puñeta —explica Johnny.
—¿Cómo? —pregunta David.
¿Que Boone le hace la puñeta a un amigo? Eso es imposible.
—Es cierto —dice el Marea Alta.
Cuenta a David que Boone se ha sumado al equipo que defiende a Blasingame.
—¡Para! ¡Para! —dice David—. ¿Me estás diciendo que Boone está tratando de salvar al niñato malparido que mató a K2? No puede ser.
Johnny se encoge de hombros, como diciendo: «Pues así es. Figúrate».
—¡Guau! —dice David.
«¿Qué coño nos está pasando? —se pregunta—. ¿Qué pasa con el Club del Amanecer?»
Por una parte, se está reduciendo, piensa.
Sunny se ha ido.
Y, reconócelo, es posible que Boone se esté yendo, si es que no se ha ido aún.
¿Cómo es aquel viejo tópico sobre —no quiere ni pensarlo— los matrimonios? Que se van distanciando…
«¿Estaremos distanciándonos —se pregunta Dave— o será algo más?»
Demasiado desilusionado para tomar una cerveza, Dave se limita a marcharse a su casa.