—¿Tendré problemas? —pregunta.
Está sentada en el asiento del acompañante, al lado de Boone, en el aparcamiento de Starbucks y se mordisquea un mechón de pelo que tiene en la boca. A Boone le parece joven, jovencísima.
—¿Por qué? —pregunta él.
—Por mentir a la policía.
—No has mentido exactamente —dice Boone—. Creo que se puede arreglar.
Se mordisquea el pelo con más energía y después se lo cuenta todo paso a paso. No vio a Corey lanzar aquel puñetazo. Oyó el golpe —le parece—, miró a su alrededor y vio al hombre tendido en la acera. Unos tíos se metieron en su coche y se alejaron. Ella sostuvo al herido en sus brazos y llamó al servicio médico de urgencias.
—Estaba toda ensangrentada —dice.
Después, cuando el policía habló con ella, le preguntó si había visto a Corey golpear a Kelly —el poli le dijo que así se llamaba aquel hombre— y ella dijo que sí. Pensó que eso era lo que había ocurrido, efectivamente, y solo quería ayudar a Kelly.
—Pero ¿dirás la verdad ahora? —pregunta Boone—. Tal vez no sea necesario, pero, si lo fuese, ¿le dirás a la policía lo que me acabas de decir a mí?
Ella agacha la cabeza, pero hace un gesto afirmativo.
—Gracias, Jill.
Ella abre la puerta.
—¿Quieres alguna cosa? ¿Un latte o algo así? Te puedo conseguir un latte gratis, si quieres.
—Estoy bien.
—De acuerdo.
Cuando ella entra, telefonea a Pete y se ponen de acuerdo para que ella y Alan se reúnan con él en la cárcel.