Boone se sube a la Segunda y se dirige a Del Mar. Si Schering se ligó a una mujer en Jake’s, podría ser que se hubiese ligado a otras. Tal vez fuera su afortunado cazadero.
Jake’s es toda una leyenda.
El restaurante, situado frente a la vieja estación de trenes de Del Mar, queda sobre la playa. Sobre la playa de verdad. Si te dan una de las mesas frente al mar, cuando sube la marea estás prácticamente dentro del agua. Allí sentado puedes ver jugar a los niños delante de ti y justo un poco más al sur hay una pequeña rompiente buenísima, bajo los barrancos, donde abundan los surfistas. Si alguna vez te hartas de vivir en San Diego —por el tráfico, los precios—, vas un mediodía a comer a Jake’s y dejas de estar harto de San Diego.
No vivirías en ningún otro lugar.
Hoy Boone no se instala en una de las mesas frente al mar, sino que se acerca a la barra. Pide una cerveza, se sienta y mira las olas; después se pone a conversar con la camarera. Lauren es una joven guapa, bronceada y con el cabello rubio por el sol, que cogió el empleo porque le permite estar en la playa. Al cabo de un par de cervezas pausadas, tocan el tema de Phil Schering.
—Lo conocía —dice ella.
—No me digas.
—Solía venir mucho por aquí —dice ella—. Se movía como Pedro por su casa. Era como su oficina, cuando no estaba en la oficina. Celebró aquí muchas comidas de trabajo.
—¿En qué trabajaba?
—¿Creo que algo de ingeniería?
Lo dijo con esa inflexión ascendente, típica del sur de California, que convierte todas las oraciones en preguntas. Boone siempre ha pensado que era una reacción a la fugacidad de la vida en California, como… así es…, ¿no?
—¿Venía mucho a la barra?
—Algunas veces; mucho, no —dice Lauren—. No era un gran bebedor y este no es precisamente un lugar para ligar.
—No —dice Boone—, pero ¿era eso lo que buscaba?
—Como todo el mundo, ¿no? —pregunta Lauren—. ¿Acaso no buscamos todos amor?
—Supongo.
Boone espera un minuto entero y mira por la ventana, por encima de la barra, donde las olas, a la altura de los tobillos, ondulan sobre la arena. Se pone de pie, deja las vueltas de veinte dólares encima de la barra y pregunta:
—¿Y lo encontró? Me refiero a Schering y el amor.
—No que yo me diera cuenta —dice Lauren—. Quiero decir, que no era realmente un donjuán, no sé si me entiendes.
—Te entiendo.
—Lo entiendes —dice ella, mientras recoge el cambio—, porque tú tampoco eres un donjuán. Me doy cuenta enseguida.
En respuesta a la mirada socarrona de Boone, añade:
—Te he dado una gran oportunidad y no la has aprovechado.
—Es que medio que salgo con alguien.
—Dile que tiene un buen chico.
«Vale —piensa Boone—. Se lo diré.»