—¿Dónde está? —le pregunta Johnny.
—¿Dónde está qué? —pregunta Boone.
Está medio dormido, porque se acaba de despertar —ha dormido muy poco— para poder salir con el Club del Amanecer, cuando suena el timbre y aparece Johnny Banzai. Deja abierta la puerta y entra en la cocina a poner agua a calentar para preparar una cafetera que tanto necesita.
Johnny va detrás de él.
—La grabación —dice Johnny—. Tienes una grabación de vídeo o de audio de Donna Nichols en la cama con el difunto Phil Schering.
—¿En serio? —pregunta Boone.
Echa los granos de café de Kona en el molinillo y, con el zumbido, no oye la respuesta de Johnny y se la hace repetir.
—Aparcaste frente a la casa de Schering con una cámara o un dispositivo de captura de sonido y lo grabaste —repite Johnny—. Espero que sea un vídeo, porque indicará la hora.
—Lo siento —dice Boone—, pero solo es audio.
—Me cago en la leche —dice Johnny—. De todos modos, quiero la grabación.
—¿Para qué? —pregunta Boone—. ¿Acaso los muchachos de la comisaría quieren reírse un rato con porno barato?
—Ya sabes para qué.
Boone se apoya en la encimera y mira por la ventana al mar, apenas iluminado por las farolas del muelle.
—Hoy tampoco hay olas. Agosto es un rollo patatero. Mira, no te hace falta la grabación. Ya sabes que ella se acostó con Schering y, si no lo sabes, te lo digo yo: se acostó con Schering. No hay nada en esa grabación que te vaya a servir, Johnny.
—Tal vez dijeran algo…
—No dijeron nada.
—¿Ha oído Nichols la grabación?
Boone lo niega con la cabeza.
—¿De qué hora a qué hora estuviste allí?
—No estuve allí anoche, Johnny —dice Boone.
—El vecino no dice lo mismo.
Boone se encoge de hombros.
—El vecino está confundido. Estuve allí la noche anterior. Toda la noche. Me marché por la mañana, cuando Schering fue a trabajar.
—¿Regresaste a la casa de Schering anoche?
—Te lo digo por última vez —dice Boone—: estuve aquí hasta que viniste a visitarme con el capullo aquel.
Suena el hervidor. Boone echa un poco de agua sobre el café, aguarda unos segundos y echa el resto. En lugar de esperar los cuatro minutos recomendados, presiona la palanca y se sirve una taza.
—¿Hay alguien que pueda declarar que estabas aquí antes de que llegásemos? —pregunta Johnny.
Boone lo niega con la cabeza, pero después dice:
—Estuve hablando con Sunny por teléfono.
—¿El fijo o el móvil?
—¿Desde cuándo tengo teléfono fijo?
—Sí, me olvidaba —dice Johnny. De modo que en el teléfono de Boone habrá quedado registrada la llamada, pero no dónde estaba él—. ¿A qué hora hablaste con ella?
—No lo sé. Después de las nueve.
«Así que, de todos modos, no sirve», piensa Johnny.
—Quiero esa grabación.
—Consigue una orden judicial —dice Boone— y la tendrás.
—Lo haré.
Se ve por la ventana que el cielo se ilumina un poco y aparece en el agua un leve toque dorado.
—Está saliendo el sol, Johnny.
Es la hora del Club del Amanecer.
—Aprovéchalo —dice Boone—. Yo estoy muerto de cansancio y, de todos modos, no me gusta ir a fiestas en las que no soy bien recibido.
—Eres tú mismo el que toma tus decisiones, Boone —dice Johnny—. Creo que ya no te conozco. Es más, creo que ni tú te conoces.
—Corta el rollo psicológico paternalista y vete a surfear —dice Boone.
Menuda frase célebre.