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La versión de la mujer coincide.

Casi demasiado bien.

Su esposo fue a casa —no recuerda a qué hora— y era evidente que estaba disgustado. Le dijo que sabía que ella tenía una aventura con Philip Schering. Ella lo reconoció. Se sentaron y estuvieron hablando largo y tendido, pero no recuerda a qué hora se fueron a la cama. Lo siguiente que recuerda es que oyó una discusión y, cuando bajó, encontró allí al señor Daniels. Entonces se enteró de la muerte de Phil.

—Esta es una pregunta delicada, señora Nichols —dice Johnny—, pero ¿salía usted con el señor Schering?

—Ya sabe usted que sí.

—Se lo estoy preguntando.

—Sí —dice ella.

—¿Y tenían relaciones sexuales?

—Sí.

—¿Cuándo fue la última vez que lo vio?

—Anoche —dice Donna—. Bueno, supongo que fue antes de anoche. No lo sé. ¿Qué hora es?

—Es de madrugada —responde Johnny—. ¿Dónde estuvo anoche?

—En casa.

—¿Sola?

—No, con mi marido.

—¿A qué hora llegó él a casa? —pregunta Johnny.

—Temprano —dice Donna—. Puede que a las siete.

«Fantástico —piensa Johnny—. Lo sitúa en casa a las siete y el disparo no suena hasta poco antes de las 20.17. Mientras alguien le mete una bala a Schering en el pecho, el matrimonio Nichols está en casa siguiendo los consejos del Dr. Phil para salvar una relación. Las cosas que pasan en la vida.»

—Dijo que su esposo la enfrentó y le dio pruebas de su infidelidad —dice Johnny.

—Yo no he dicho eso —dice Donna con brusquedad—. He dicho que me dijo que lo sabía. No hubo ningún enfrentamiento.

—¿Le preguntó usted cómo lo sabía?

—Sí.

—¿Y qué le contestó?

—Que había contratado a un detective privado que me había estado vigilando —dijo Donna— y me había seguido hasta la casa de Philip.

—¿Lo negó usted?

—No parecía tener sentido —dijo ella—. Era obvio que lo sabía.

—De modo que su esposo tenía la dirección de Schering.

—Supongo que sí —dice Donna—, pero mi esposo no es un hombre violento. No puede haber hecho algo así.

«Vaya, pero lo hizo —piensa Johnny, que no cree demasiado en las coincidencias—. El mismo día que un hombre averigua que su esposa se ha encamado con otro, el otro es asesinado. Eso es un móvil, no una coincidencia. Y ahora la mujer, culpable de haber tenido una aventura, se confabula con él y le brinda la coartada.»

—¿Sabe usted lo que es un cómplice? —pregunta él.

—No me trate con condescendencia, detective Kodani.

—Su esposo no tiene experiencia como delincuente —dice Johnny—. Más tarde o más temprano, y yo apuesto a que será más temprano, va a confesar que lo ha matado él y, cuando lo haga, y fíjese que no digo «si lo hace», sino «cuando lo haga», señora Nichols, el hecho de haber mentido acerca de su coartada la convierte en cómplice. Podrán escribirse el uno al otro desde sus celdas respectivas.

—¿Necesito un abogado?

—Eso tiene que decidirlo usted, señora Nichols —dice Johnny—. ¿Quiere que interrumpamos el interrogatorio para que usted pueda hacer una llamada?

—No, ahora no, gracias.

—De nada.

«Causará sensación en el estrado —piensa Johnny—. Serena, hermosa, comprensiva. Arrepentida de su aventura. Burke la guiará durante su testimonio y el jurado creerá lo que ella diga. Entonces las mujeres querrán ser como ella y los hombres querrán cepillársela. Sacará a su marido del follón.»

«¡Qué suerte tiene Dan Nichols!», piensa.

Si te puedes permitir casarte con una Donna y contratar a Alan Burke, te salvas de que te condenen por asesinato.