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Boone levanta la mirada y ve a Donna Nichols con un camisón azul, el cabello alborotado y cara de sueño. De todos modos, es bellísima y Boone se siente como un mirón asqueroso al verla en persona después de haberla oído hacer el amor.

—Querida —dice Dan—, este es Boone Daniels, el detective privado del que te hablé.

—Vaya. —Atraviesa el salón y le tiende la mano—. Soy Donna Nichols. Creo que no nos conocemos. Formalmente, quiero decir, porque, aparentemente, usted sabe mucho más de mí que yo de usted.

—No he venido aquí de visita, señora Nichols.

—Por favor, llámeme Donna.

—Donna.

—¿Y por qué ha venido, señor Daniels?

Boone mira a Dan, como diciendo: «Te toca a ti, tronco». De todos modos, quiere observar su reacción. Dan se pone de pie y se acerca a ella, le coge las manos y le dice con suavidad:

—Cariño, esta noche han asesinado a Phil Schering.

—¡Dios mío!

Ella esconde la cara en el hombro de él y, cuando la vuelve a levantar, Boone ve que tiene las mejillas bañadas en lágrimas.

—¡Dios mío, Dan! Dime que tú no…

—No.

—La policía va a querer hablar con los dos —dice Boone.

Dan se vuelve a mirarlo.

—¿Es que tú…?

—No —dice Boone—. No te he mencionado, pero solo es cuestión de tiempo. Me obligarán a comparecer con mi historial, encontrarán tu nombre, Dan, y vendrán a hablar contigo. En realidad, te conviene tomar la delantera e ir antes a hablar con ellos. ¿Tienes un buen abogado?

—¡Dios mío, Dan!

Donna se sienta en el sofá. Parece temblorosa.

—Claro que sí —dice Dan—, pero solo para cuestiones de trabajo. Dispongo de montones de abogados en la empresa, pero… para algo así… Quiero decir, que nunca me detuvieron, ni siquiera por conducir bajo los efectos del alcohol.

Boone busca en su billetero, extrae la tarjeta de Alan Burke y se la entrega a Dan.

«¿Por qué no? —piensa—. Dan puede pagar lo que Alan cobra por horas y Burke tiene muchísima experiencia precisamente en este tipo de cosas. En apariencia, a Alan no le importa defender a un cliente, aunque sea culpable, y este es justo ese tipo de casos. ¿Estás de coña? ¿Un juicio por asesinato contra un multimillonario célebre? ¿Con una esposa bellísima que aparece mucho en sociedad? ¿Una aventura sórdida? Hará las delicias de los medios de comunicación y a Alan le encanta aparecer en televisión.»

Nichols mira la tarjeta y dice:

—Ah, claro. He oído hablar de él. Quiero decir, lo conozco de actos sociales y… a veces sale en la Hora de los Caballeros, ¿no es cierto?

—Sí —dice Boone—. Podemos llamarlo ahora mismo y reunirnos con él en comisaría.

—¿A esta hora?

—Me debe un favor.

Dan mira la tarjeta y pregunta:

—Pero ¿esto no puede esperar hasta mañana, Boone? Quiero decir que probablemente no conseguirán tu historial hasta entonces y, después de dormir un poco…

—Confía en mí, Dan: ninguno de los dos va a poder dormir —dice Boone.

«Es que yo no confío en ti, Dan —piensa Boone—. Con la pasta que tienes, podrías subirte a un avión privado esta noche e irte a una playa en algún lugar como Croacia y pagar para librarte de la extradición. La pasma dirá que te he dado un chivatazo para que pudieras huir y entonces me acusarán a mí de encubrimiento. Aunque me libre, pierdo la licencia.»

No, gracias.

—Dan —dice Donna—, vamos a resolver esto. Cuanto antes nos enfrentemos a la situación, mejor.

—Pero tú…

—Asumo la responsabilidad por lo que he hecho —dice Donna.

«Qué bonito —piensa Boone—. En algún momento de sus días ajetreados, Donna Nichols ha encontrado tiempo para grabar los programas de Ophra: “Asume la responsabilidad…”.»

Dan le devuelve la tarjeta.

—¿Podrías llamarlo tú, por favor? Vamos a vestirnos.

—Claro —dice Boone.

Donna asiente con la cabeza.

—Creo que eso estaría bien.

Suben a vestirse.