La sala de interrogatorios es estrecha.
Ha sido diseñada así para que el sospechoso se sienta tenso, atrapado, asfixiado: el detective le habla desde muy cerca sin que se lo pueda acusar de intentar intimidarlo deliberadamente, aunque lo esté haciendo, desde luego.
Paredes verde vómito, una mesa de metal, dos sillas. Una cámara de vídeo atornillada al techo, en una esquina. El clásico espejo con visión unilateral en una pared, que, como todo el mundo sabe —lo ha visto por televisión—, es una ventana a la sala de observación que está enfrente.
Johnny se sienta al otro lado de la mesa, frente a Boone. Harrington se apoya contra la pared en el rincón, aparentemente con la única finalidad de apuntar a Boone con una sonrisita de suficiencia, como si fuera un arma.
—Has estado en la escena del crimen —dice Johnny—. El vecino anotó el número de tu matrícula y describió tu camioneta con toda precisión.
—Pero no esta noche.
—¿Entonces me dirás lo que hacías allí —pregunta Johnny—, la noche que sea?
—No.
«Al menos, no por ahora», piensa Boone.
No va a encubrir a Dan Nichols indefinidamente —si lo ha hecho él, que le den—, pero primero quiere tener la oportunidad de hablar con él. Levanta la vista cuando Harrington lanza una especie de resoplido indignado que parece una carcajada, como diciendo: «Por supuesto que no te dirá lo que hacía allí. Estaba allí para matar a Philip Schering».
—Si es algo profesional —dice Johnny—, lo averiguaré de todos modos. Revisaré tu historial de llamadas, tus correos electrónicos, tus facturas. Haré comparecer a Ben Carruthers, si es necesario.
—Deja al Optimista al margen —dice Boone.
—De ti depende, más que de mí —dice Johnny—. Si estabas allí por un trabajo relacionado con tus actividades como detective privado, dímelo. Entiendo que pienses que has de proteger los intereses de tu cliente, pero seguro que también eres consciente de que no se trata de una relación confidencial.
Boone asiente con la cabeza. La relación entre un detective privado y su cliente no es confidencial, como lo es la relación entre un abogado y su cliente. Solo se aplicaría a Boone la confidencialidad entre abogado y cliente si trabajara directamente para un bufete: en tal caso, sus contactos con el abogado serían confidenciales. Sin embargo, en este caso trabajaba directamente para Dan Nichols, de modo que… lo tiene chungo.
—¿Qué relación tenías con Philip Schering? —pregunta Johnny.
—No había ninguna relación.
—No era cliente tuyo —dice Johnny.
—No.
—¿Era el objeto de una investigación? —pregunta Johnny.
«¡Qué cabrón! —piensa Boone—. No se puede jugar nunca al ajedrez con Johnny Banzai, ni al póquer… Al menos no por dinero. Interroga como surfea: encuentra una línea limpia y directa en la ola y la sigue hasta el final. El tío sabe interpretar las olas y sabe interpretarme a mí.»
—Creo que no tengo nada que hacer aquí —dice Boone.
—Por favor —interrumpe Harrington; se acerca a la mesa, apoya en ella las dos manos y se inclina hacia Boone—, por favor, Daniels, sigue utilizando tácticas obstruccionistas, te lo suplico. Sigue así. Te hemos situado en la escena del crimen y te situaremos dentro de la casa. Tenemos «la oportunidad» y averiguaremos «el medio». Solo nos falta «el motivo», pero también lo conseguiremos. Tú mantén la boca cerrada durante todo el juicio, para que el jurado se ponga de mala hostia. ¡Por favor!
«Típico de Harrington —piensa Boone—: da demasiada importancia a sus cartas.»
Tal vez tenga «la oportunidad» —puede situar a Boone frente a la casa de Schering—, pero no «el medio». No tiene un arma homicida y, aunque la tuviera, no puede relacionarla conmigo. En cuanto al «motivo», no hay ningún motivo, así que también se puede despedir de eso. Pues no, en realidad Harrington se ha precipitado y Boone capta irritación incluso en la cara de póquer de Johnny Banzai. No están cerca ni por asomo de considerarme sospechoso y lo saben.
Johnny juega la mejor carta que tiene.
—Si estás encubriendo a alguien —le dice—, estás obstaculizando la investigación de un homicidio, con lo cual, si no se te acusa de un delito grave, como mínimo conseguirás que te retiren el carné de detective privado. Si sigues así, Boone, acabarás como cómplice.
—Cómplice, las pelotas —dice Harrington.
—Si tenéis suficiente para detenerme —responde Boone—, detenedme. En tal caso, quiero un abogado. De lo contrario, me marcho.
Johnny mueve la cabeza a un lado y otro.
—Hasta luego —dice Boone.