—Pero bueno, Boone —dice Alan, después de que Bill saliese dando un portazo—, me estás haciendo la puñeta. Primero quieres colgar al chaval, después pasas el caso de homicidio sin premeditación a delito de odio y ahora me sales con que es inocente.
—No he dicho que fuera inocente —sostiene Boone—, sino que no pegó el puñetazo. Si formaba parte de una pandilla que atacó a Kelly, debe cumplir condena, pero no se merece la pena de muerte.
—¿Quién ha hablado de la pena de muerte?
—Eddie el Rojo.
—¿Cómo?
Boone les cuenta las amenazas de Eddie contra Corey.
Alan lo asimila y añade:
—Presentaré sus opciones al señor Blasingame júnior de forma ecuánime y, si prefiere ir a juicio, ¡que Dios os ayude a los dos! Pero tú, Petra, puedes ayudarlo, tanto a él como a ti misma, si consigues fichar al mejor experto en causas biomecánicas del planeta y tú, Boone, será mejor que te dediques a escarbar como un perro colocado. No vendría mal que encontrases parafernalia nazi y la indumentaria del Ku Klux Klan en el armario del señor Bodin, por ejemplo.
—Enseguida, Alan.
—De acuerdo.
—Gracias —dice Alan.
Sale de la habitación.
—Parecía tener mucha prisa —dice Petra.
—Está cabreado.
—No me refiero a Alan —dice ella—, sino a Blasingame. Parecía tener una prisa tremenda en aceptar un trato que mantendría a su hijo en la cárcel durante diez años.
—Es que no quiere correr riesgos con un jurado —dice Boone—. Lo comprendo.
Bueno, lo comprende y no lo comprende. Si estuviera en su lugar, piensa Boone, y alguien me dijera que había bastantes probabilidades de que mi hijo no lo hubiese hecho, me aferraría a esa posibilidad, pero Blasingame la hizo a un lado enseguida y con contundencia.
Y hablando de confesiones…
—Oye —dice Boone—, con respecto al otro día…
—Estuve totalmente fuera de lugar —dice Petra—. Di por hecha una intimidad que no existe y…
—Me porté como un idiota inmaduro e hipersensible.
—Pues sí.
—Entonces, ¿qué haces esta noche? —pregunta Boone.
—Tengo eso que te dije —dice Petra—, pero habrá acabado y estaré libre… a eso de las diez.
—A eso de las diez.
—Más o menos a las diez de la noche.
—Sí, bueno, ya te había entendido —dice Boone—. Solo que…, bueno. A las diez…, a eso de las diez… ¿te llamo?
—O te pasas.
—Por tu casa.
—Bueno, sí —dice Petra—. No me refería al restaurante.
—No, claro.
«Por su casa», piensa Boone.
¿A cerrar el trato?