—¿Qué dice?
El rostro de Bill ha enrojecido.
—Que no lo acepte —repite Boone—. No ha sido él quien ha dado ese puñetazo.
—¿Cómo lo sabe? —pregunta Bill—. ¿Cómo sabe que no lo dio él?
—Le he preguntado —dice Boone—. Se lo he visto en los ojos.
—¿Que se lo ha visto en los ojos?
—Diría que vamos a necesitar algo más que eso delante de un jurado, Boone —dice Alan con suavidad, aunque Boone observa un tono rojo suave en sus mejillas.
Boone expone la situación desde su punto de vista:
De entrada, el testimonio de los tres camaradas de Corey de la pandilla de Rockpile es sospechoso; Jill Thompson no pudo repetir el puñetazo característico que supuestamente había visto; la declaración de George Poptanich salió directamente del horno de Steve Harrington. Sumemos a esto que Corey es malo en las artes marciales y que no tiene la fuerza, la masa corporal ni la coordinación necesaria para dar aquel puñetazo. Además, Boone se lo ha visto en los ojos.
—Te dijo que lo hizo —dice Alan.
Un chaval aturdido, les dice Boone. Borracho y colocado. Asustado. Rodeado de tiburones que huelen la sangre y saben entrar a matar rápidamente. Pasa más veces de lo que uno cree.
—Si no fue Corey —dice Alan—, ¿quién lo hizo?
—Yo apostaría por Trevor Bodin —dice Boone—. Tiene el tamaño, el estado atlético y el temperamento. Es otro de los discípulos de Mike Boyd. Estoy seguro de que, si escarbamos un poco, descubriremos que también está metido en todo este rollo de la supremacía blanca.
—Pero ¿por qué se lo achacan a Corey, entonces? —pregunta Petra.
—Porque, y que me perdone el señor Blasingame, es el más débil —dice Boone.
Les expone lo que pudo haber ocurrido. La pandilla de Rockpile se enfrentó a Kelly. Digamos que fue Bodin el que le dio el puñetazo letal. Se alejaron en el coche. Corey estaba tan pasado que puede que incluso perdiera el conocimiento. Los otros tres se pusieron de acuerdo para hacerle pagar el pato a él. Según él, había sido idea de Bodin y los hermanos Knowles estaban demasiado asustados para oponerse. Cuando los paró la policía, señalaron a Corey.
De modo que, cuando Harrington interrogó a Thompson y a Poptanich, ya había identificado a Corey como el asesino y transmitió aquella información a los testigos, con bastante energía en el caso de Georgie Pop. John Kodani tenía todas esas declaraciones cuando fue a hablar con Corey. Lo confrontó con ellas y consiguió que confesara.
Es probable que Corey ni siquiera sepa lo que ocurrió o lo que no, pero sabe que es un héroe entre los imbéciles de los racistas. Sumemos a eso la probabilidad de que los muchachos de la Hermandad Aria de la cárcel lo reconozcan como uno de ellos. Sigue pensando que el dinero de su padre lo sacará de esta, pero, cuanto más tiempo esté colgado, más le costará atenerse al mantra «No tengo nada que decir». Si damos una palmada más, les dice Boone, la pared se resquebraja.
La confesión de Corey es la base de la acusación de Mary Lou. Si se resquebraja, todo podría derrumbarse.
—Pero ¿acaso podemos resquebrajarla? —pregunta Alan—. ¿Qué tan bueno será Kodani como testigo?
—Muy bueno —reconoce Boone.
—Pues ya está —dice Bill.
—Tú puedes hacerlo quedar mal —dice Petra.
—No me hagas la pelota, que no me gusta.
—Lo siento —dice Petra—. Sin embargo, también podrías sembrar una duda razonable en el caso contra Corey si haces recaer las sospechas en Bodin.
—Si el juez me lo permite.
—Lo conseguirás —dice Petra.
—Otra vez…
—Lo siento, pero si Thompson o Poptanich se retractasen…
Bill se inclina sobre la mesa y mira fijamente a Boone:
—¿Puede afirmar con toda sinceridad que está seguro al cien por cien de que mi hijo no mató a aquel hombre?
—No.
—Entonces esto es una locura —dice Bill—. Nos han ofrecido un buen trato y deberíamos aceptarlo. Se lo dejaré claro a Corey y usted, Alan, hará lo mismo. No se olvide de quién paga la factura.
—Ya sé quién paga mi factura —dice Alan—, pero le voy a plantear las opciones a Corey con precisión y equitativamente, para que él decida. Y, Bill, si por eso va a dejar de pagar mi factura, se la puede meter por el culo, que yo trabajaré pro bono.
Cuando Shakespeare proponía que matáramos a todos los abogados, pensó Boone, no conocía a Alan Burke.