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Vale, todo el mundo menos Dan Nichols.

Se reúne con Boone en la puerta de Pacific Surf y van a caminar por el paseo entarimado.

—Dime —dice Dan.

Boone le cuenta todo lo que observó entre Donna y Phil Schering: que ella fue directamente a su casa, que pasó allí la noche y que por la mañana se despidieron con un beso.

—Pero ¿estás seguro?

—Dan, ¿qué más quieres? —pregunta Boone—. Pasó allí la noche. No te enfades, pero no creo que se dedicaran a hornear galletas ni a ver películas románticas.

—Ya, bueno.

—Lo siento. Lo siento mucho, de verdad.

—Habría querido estar equivocado —dice Dan.

—Ya lo sé. Ojalá hubiese sido así.

—¡Joder! —dice Dan—. Quiero decir, uno piensa que es feliz, ¿no? Piensa que ella es feliz. Le das todo…

Boone no dice nada, porque no hay nada que decir. Podría repetir todos los tópicos —las mujeres son zorras rapaces y nunca están conformes con nada—, pero eso es demasiado fácil. Lo único que se puede hacer en estos casos es acompañar al tío y dejar que se desahogue.

Los casos matrimoniales son una mierda.

—No sé qué hacer ahora —dice Dan.

—No te precipites —dice Boone—. Tómate tiempo, piénsatelo bien. Muchos matrimonios superan este tipo de situaciones…

«Estupendo —piensa Boone—. Ahora soy el Dr. Phil.»

—No lo sé —dice Dan.

—No hace falta que lo sepas ahora mismo —dice Boone—. Cálmate un poco, relájate y no te dejes llevar por la ira.

«No te dejes llevar por la ira. Ya me parezco a K2.»

Se vislumbra en el horizonte otra conversación difícil.