71

—Claro que sí.

—No lo creo —dice Boone.

—Lo hice —insiste Corey—. Se lo he dicho a la pasma.

Es la primera vez que Boone lo ve algo animado, que manifiesta alguna emoción.

—Sí, ya lo sé —dice—: lo mataste porque pensabas… bla-bla-bla. Sé lo que le dijiste a la policía y lo que escribiste, pero pienso que no son más que gilipolleces.

—La chavala me vio —dice Corey con vehemencia— y el taxista también.

—No te vieron.

Corey vuelve a agachar la cabeza.

—No tengo por qué hablar contigo.

—Creo —dice Boone— que te atribuiste el puñetazo antes de saber que había matado a Kelly y que ahora estás atrapado en esa mentira y no te la puedes quitar de encima. Creo que tienes tantas ganas de hacerte hombre que por eso estás dispuesto a joderte el resto de tu vida.

—¿Y tú quién eres? ¿Una especie de loquero?

—Tal vez —dice Boone— estuvieses tan colocado que no lo recuerdas, de modo que te tragaste todas las chorradas que te dijo la pasma. O tal vez Trevor Bodin te dijo que tú pegaste el puñetazo y, como te gustaba lo que eso suponía para ti, lo mantuviste, no lo sé. Pero ¿qué quieres que te diga, Corey? Ahora que sé un poco sobre ti y ahora que te veo, tú no pudiste matar a ese tío ni a la de tres. No eres Supermán.

Corey baja la mirada de la mesa al suelo. Mueve un poco los pies y farfulla:

—Ya es demasiado tarde.

—¿Para qué?

—He confesado.

«Pues sí, eso es un problema —piensa Boone—. Es como una ola que se cierra y rompe toda al mismo tiempo, aunque no es la primera vez que tengo que atravesar una de esas. En este caso se trata de hacer que mi buen amigo Johnny Banzai se coma esa confesión poco a poco en el estrado.»

Humillarlo.

Poner en duda su ética y su credibilidad.

Destrozar su carrera.

Y todo por este niñato de mierda que pretende atribuirse el asesinato.

Al que Eddie el Rojo acabará matando, de todos modos.

—¿Y si no lo fuera? —pregunta Boone—. Demasiado tarde, quiero decir.

Corey se lo piensa unos instantes, pero lo niega con la cabeza. Se pone de pie y llama al carcelero para que se lo lleve. En la puerta se vuelve y le dice a Boone:

—Lo maté. Lo maté yo, ¿vale?

«Vale», piensa Boone.

Vale, tal vez convenga simplemente dejarlo así. Algunas veces una ola rompe mal y uno queda atrapado en una mala rompiente y así son las cosas.

Hay que dejarlo así.

Y todo el mundo se queda contento.