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El carcelero hace entrar a Corey en la sala.

El chaval parece delgado dentro del ancho mono anaranjado, aunque es probable que también haya perdido peso por culpa de la espantosa comida de la cárcel. Se deja caer en la silla que hay enfrente de Boone y mira fijamente la mesa de metal.

—Hola —dice Boone—, tengo algunas preguntas más que hacerte.

—No tengo nada que decir.

«Estupendo —piensa Boone—. Otra vez lo mismo.»

—Primera pregunta —dice Boone—. Tú no le pegaste aquel puñetazo, ¿verdad?

Corey levanta la vista.