Boone entra en Pacific Surf, donde el Doce Dedos está tratando de lidiar con un montón de turistas alemanes que van y vienen por la tienda, se prueban todo lo que no está atado y le hacen tropecientas preguntas sobre trajes de neopreno, aletas y la hidrodinámica de las tablas de bodyboard.
—¡Da igual! —suplica el Doce Dedos—. ¡Si es que no hay olas! ¡Olas no! ¿Comprende? ¡No hay olas! ¡Olas nein! ¡Olas verboten! Hoy no se puede surfear. Boone, ¿cómo se dice «plano» en alemán?
—Vlat —miente Boone.
—Vlat —repite el Doce Dedos mientras Boone sube las escaleras hacia su oficina.
El Optimista levanta la mirada de la anticuada máquina de sumar —uno de esos dinosaurios de los que todavía sale un rollito de papel, por lo general manchado de tinta roja— y sonríe. Boone tiene que mirar dos veces para asegurarse de que no le ha dado un infarto o algo así, pero no cabe duda de que parece una sonrisa.
Algo torpe, sin embargo, porque al Optimista le falta práctica. A Boone le da un poco de miedo que estire algún músculo de la cara. Tal vez le convendría hacer un poco de precalentamiento, algunos estiramientos de mejilla o algo así.
—Hoy es un gran día para ti —dice el Optimista.
—¿Reponen Los vigilantes de la playa? —pregunta Boone.
El Optimista levanta un trocito del papel de la máquina de sumar:
—Boone Daniels Investigation Services ya no está en números rojos.
—¡Guau!
—Pensé que te pondrías más contento —dice el Optimista.
—Es que hay unas olas de mierda —dice Boone— y tengo que darle malas noticias a un amigo.
—¿El asunto de Nichols?
Boone asiente con la cabeza.
—¿Ella lo engaña?
—Sí.
—Pero eso no es lo único que te jode —dice el Optimista.
—Nopi.
—Desembucha.
—Creo que me he equivocado con el caso Blasingame.
Se lo explica todo cuidadosamente y al final el anciano le dice:
—Tal vez tu rabia no te dejara ver las cosas con claridad. Ya pasa. Pero no olvides que el chaval confesó en comisaría, que te lo confesó a ti y que todavía te queda un testigo objetivo.
«George Poptanich», piensa Boone.
El taxista.
Hay algo acerca de él que ronda los límites de la conciencia de Boone. Le grita al Doce Dedos:
—¡Oye! ¿Sigues teniendo a la Kriegsmarine allá abajo?
—¿La qué?
—Olvídalo —dice Boone—. ¿Tienes un minuto para hacerme un trabajito?
—Di.
—Averigua si un tal George Poptanich tiene antecedentes penales.
Le deletrea el apellido y oye teclear al Doce Dedos incluso antes de acabar.
Suena el teléfono.
Es Dan Nichols.
—¿Sabes algo?
—Dan, tal vez convendría que habláramos de esto en persona —dice Boone.
Pausa.
—No va bien, ¿verdad?
—No —dice Boone.
—Regreso esta tarde —dice Dan—. Hablamos.
—Estupendo.
Bueno, todo lo estupenda que pueda ser esa conversación, o sea, nada.
El Doce Dedos sube las escaleras dando saltos.
—Tío.
—Tío.
—¡Yaba daba du!
Entrega a Boone un documento impreso.
Georgie tiene antecedentes.