Es una manera de decir que es ingeniero de suelos.
Siempre pensamos que las casas o cualquier edificio se construye desde los cimientos hacia arriba, pero en realidad no es así, porque el verdadero fundamento es el terreno que está bajo los cimientos. En definitiva, toda construcción se levanta sobre tierra, de una forma u otra. Si esa tierra no es sólida, no importa lo fuertes que sean los cimientos que uno ponga, porque en realidad no habrá fundamento.
Pero la tierra no es solo tierra. Al estar compuesta por trozos de roca y por vegetación en descomposición, puede ser de muchísimas clases, según el tipo de roca y de vegetación, la presencia o no de humedad, lo compacta que sea y su estabilidad.
Va más profundo que eso, literalmente. La tierra siempre está apoyada en algo, ya sea agua o roca, y, una vez más, según la profundidad del suelo, su humedad, el ángulo o la «pendiente» en la que se sustente, existen varios grados de estabilidad o, si no la hay, de inestabilidad.
Lo mismo ocurre con la roca o el agua en la que se apoya. La roca puede ser compacta y estable o estar agrietada —en los casos más graves, por ejemplo, a causa de un terremoto— y reasentándose, en movimiento. Cualquier tipo de inestabilidad afecta también a los pozos de agua subterráneos, lo cual influye aún más en la roca que los circunda y el suelo que los cubre.
Por eso, cuando miramos el suelo, nos parece inerte, pero no suele ser así. En realidad, el suelo que está debajo de la superficie fluctúa, ya sea de forma rápida —como en el caso de un desprendimiento de tierras— o de forma tan lenta que resulta imperceptible, como en el caso de la evolución del planeta a lo largo de miles de millones de años. Lo cierto es que la tierra cambia constantemente.
Esto podría tenernos sin cuidado, si no fuera porque sobre ella levantamos cosas, por ejemplo nuestras casas, y por eso corresponde a los ingenieros de suelos, como Phil Schering, decirnos si el suelo está en condiciones de sostener el edificio o si tenemos que hacer algo más con él, suponiendo que ese algo más sea factible o incluso eficaz.
En el sur de California hay un montón de ingenieros de suelos, porque mucha gente quiere tener una casa allí y porque, básicamente, es un desierto que llega hasta un océano. No hay ningún problema, hasta que uno empieza a construir casas y urbanizaciones, edificios de oficinas, hoteles, calles y carreteras en aquellos barrancos, porque están compuestos fundamentalmente de suelo arenoso y arcilla floja.
Fijémonos, por ejemplo, en la autopista de la costa del Pacífico que tanto quiere Boone. Los ingenieros civiles que la construyeron vinieron a cortar la parte inferior de los barrancos, lo cual provocó inmensos desprendimientos internos en la parte superior de las laderas. Si uno recorre esta autopista ahora, verá montones de enormes muros de contención de hormigón, para evitar que los barrancos vayan a parar al océano Pacífico.
Sin embargo, la autopista se hizo décadas antes del gran boom de la construcción en el sur de California y los barrancos pudieron soportarlo y recuperarse de la presión de los cortes. Lo que ocurrió, no obstante, es que cada vez más gente quiso ir a vivir encima de aquellos barrancos. Se levantaron casas y enormes urbanizaciones, a menudo con demasiadas prisas, y la gente se fue a vivir allí.
La gente necesita agua: para beber, cocinar, bañarse, lavar la ropa y usar el váter. La mayoría de esa agua va a parar a los desagües y apenas afecta a la estabilidad del suelo. Pero la gente también quiso tener jardines y los jardines tienen hierba que, a diferencia de los cactus, necesita riego. ¡Y mucho! De modo que las mismas personas que bebían, cocinaban, se bañaban, lavaban la ropa y usaban el váter empezaron a regar el césped, pero esa agua no va a parar a los desagües, sino que se filtra en el suelo poco compacto de arena y arcilla. Como el agua es un lubricante y la fuerza más paciente, perniciosa y poderosamente destructiva del mundo físico, afloja aún más la tierra ya suelta que hay por debajo de la superficie, hasta que las urbanizaciones quedan apoyadas en algo que es prácticamente como una pista para trineos, en la cual los trineos vienen a ser los propios edificios. Se deslizan.
Cuando esto ocurre, aparecen grietas en los cimientos, en los caminos de entrada para los coches, en las aceras, en el estucado; se comba el suelo, se hunde el techo, las tejas se levantan (aparentemente) sin motivo, y, de vez en cuando, las casas o los bloques de pisos caen al abismo o se hunden en sumideros que aparecen por arte de magia y se tragan las casas.
Esto trae como consecuencia otro fenómeno del sur de California.
Los litigios.
La gente presenta demandas: a las aseguradoras, los contratistas, los arquitectos, la ciudad, el condado, los unos a los otros. Y, cuando se entabla una demanda, las dos partes requieren los servicios de consultores de ingeniería como Phil Schering para que testifique por qué ha «fallado» el suelo que había bajo sus casas, edificios de apartamentos, oficinas u hoteles y de quién es la culpa, que siempre es de los demás.
Phil Schering es, fundamentalmente, un testigo pericial profesional. Uno se puede ganar muy bien la vida cobrando quinientos dólares por hora como testigo pericial. El tiempo que uno está en el estrado es lo de menos, porque un ingeniero consultor como Phil Schering también cobra por el tiempo que dedica a evaluar el caso, el tiempo que dedica a preparar su testimonio, las reuniones con los abogados… El contador sigue corriendo, amigo mío.
Por eso puede tener una casa en Cuchara Lane, en Del Mar.
Y codearse con mujeres como Donna Nichols.
Boone regresa a Pacific Beach.
Demasiado tarde para el Club del Amanecer.