Las mujeres salen por fin del restaurante. Todas se besan las mejillas y se prometen repetirlo «más a menudo». Donna regresa a donde tiene aparcado el coche. Boone deja que le saque bastante ventaja, después se da prisa, pasa a su lado y está en la camioneta esperando cuando ella sale del aparcamiento. Le da bastante tiempo y va observando el trayecto en la pantalla: va hacia el oeste por Laurel Street a través del parque, en dirección al aeropuerto, y entra en la 5 hacia el norte.
Podría estar yendo a su casa, pero toma la salida a Solana Beach y aparca en Cedros Street. Boone va solo un par de minutos detrás de ella cuando aparca; después, camina de tienda en tienda en aquella manzana llena de mueblerías caras. A continuación, entra en una boutique, donde pasa cuarenta y cinco minutos y, aparentemente, gasta algo de dinero, porque sale con un par de vestidos en sus perchas y regresa al coche.
Entonces conduce hasta su casa y mete el coche en el garaje.
Boone espera a una manzana de distancia. Diez minutos después se detiene un coche en el camino de entrada. Un joven musculoso, con una camiseta negra muy ceñida y pantalones cortos de ciclista, se apea y toca el timbre. Donna lo hace pasar.
«No puede ser —piensa Boone—. No puede tener la cara ni el mal gusto de hacerlo en su propia casa. No es posible.»
Saca los prismáticos, mira la matrícula y llama a Dan.
—Es Tony —dice Dan—, su entrenador personal.
—Ejem, Dan, ya sé que sería un lugar común, pero…
—Tony también baila desnudo en una revista exclusivamente para hombres en Hillcrest —dice Dan y menciona el barrio gay más conocido de San Diego—. A menos que haya cambiado de acera…
—De acuerdo. Vale.
Tony se marcha una hora después. Sonrojada y sudorosa, Donna sale a despedirlo y vuelve a entrar.
¡Qué suerte tiene Donna Nichols!, decide Boone. Un tratamiento en un salón de belleza, una comida agradable, unas compras en una tienda exclusiva, una sesión de gimnasia personalizada y —esperemos— una cena tranquila en casa. Y esperemos también que Dan se equivoque con respecto a la infidelidad de su mujer. Aquello no es más que la inseguridad prematura propia de la madurez. Es probable que la mitad de los tíos de la Hora de los Caballeros hayan pasado por lo mismo.
Pues no.
Porque es agosto y agosto es un rollo patatero.
No hay olas para surfear, K2 ha desaparecido porque un chaval imbécil tiene que sentirse parte de algo, las mujeres se te meten en las entrañas y las destrozan y Donna Nichols sale de su casa vestida para matar.