—Permíteme que comparta un concepto contigo, Boone —dice Alan Burke, mientras mira desde su ventana el puerto de San Diego—. Te contraté para mejorar nuestro caso, ¡no para empeorarlo, al pasar de homicidio imprudente a delito de odio!
Se vuelve para mirar a Boone. Tiene el rostro enrojecido y los ojos parecen a punto de saltársele de las órbitas, como los de los dibujos animados.
—Nunca ibas a conseguir homicidio imprudente —dice Boone.
—¡No lo sabemos!
—Claro que sí.
Petra dice:
—Creo que lo que Boone trata de decir…
—¡Ya sé lo que trata de decir Boone! —grita Alan—. Boone trata de decir que tengo que entrar a cuatro patas en el despacho de Mary Lou y aceptar el trato que me ofrezca, cualquier cosa menos la inyección. ¿No es eso lo que quieres decir, Boone?
—Casi —responde Boone—. Si he averiguado esto, te puedo asegurar que John Kodani lo averiguará también y, cuando lo haga…
—… Mary Lou vuelve a archivar los estatutos sobre delitos de odio y a Corey lo condenan a cadena perpetua —dice Alan. Presiona un botón de su teléfono—. Becky, ponme con Mary Lou Baker.
Alan mira a Petra y a Boone y dice:
—Será mejor que hable con Mary Lou antes de que Boone nos siga «ayudando» y sitúe a Corey en el lugar donde fue asesinado Kennedy. Todavía no has llegado hasta allí, ¿verdad? ¿Y cerca de donde fue secuestrado el hijito de los Lindbergh? ¿También lo tienes clavando a Cristo en la cruz, eh, Daniels?
—Me da la impresión de que Corey no es muy aficionado a los judíos, Alan.
—Muy gracioso —dice Alan—. El tío, además de pincharme el caso, se cree muy gracioso.
—Yo no te he pinchado el caso —dice Boone—. Tu cliente es culpable. Acéptalo. Consíguele al hijoputa el mejor trato que puedas y pasa al siguiente. A mí déjame al margen.
Boone se marcha de la oficina.
Petra lo sigue, lo coge por el codo y lo conduce a la librería jurídica.
—¿Por qué te enfadas tanto?
—No me enfado.
—Sí que te enfadas.
—De acuerdo —dice Boone—. Me enfado porque os estoy ayudando a conseguirle a este subhomínido un trato que no se merece. Me enfado porque lo vais a conseguir. Me enfado porque a Corey deberían condenarlo a cadena perpetua sin libertad condicional en lugar de a los entre dieciséis y veinte años que vais a pedir para él. Me enfado porque…
—Tal vez solo sea que estás enfadado —dice Petra—. Puede que el surfista supertranquilo y relajado esté que arde por…
—Ya está bien, Pete.
—… las injusticias del mundo —continúa Petra— que él no puede resolver y que enmascara detrás de su imagen de «tío loco por las olas», cuando en realidad…
—Te he dicho que ya está bien.
—¡Lo de Rain Sweeny no fue culpa tuya, Boone!
Se queda anonadado.
—¿Quién te ha hablado de eso?
—Sunny.
—No debería haberlo hecho.
—Vale, pero lo hizo. —Sin embargo, Petra lamenta haberlo dicho. Parece tan dolido, tan vulnerable—. Lo siento. Lo siento mucho… No debí…
Boone se marcha.