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Conejo y Eco llevan a Boone hasta la Spy Store, donde ha dejado la Segunda.

Eddie es capaz de matarte, pero no te causará molestias, porque eso violaría su sensación de aloha.

—Te debo un guantazo —dice Boone a Conejo.

—Me apena, hermano.

—Me apena.

—No es nada personal.

—Personal.

—No pasa nada —dice Boone.

—Por eso jode —dice Conejo.

—Por eso…

—¡Basta!

En realidad, a Conejo y a Eco Boone les cae bien, porque siempre los ha tratado con amabilidad, aparte de que Eddie protege a Boone, aunque ahora oficialmente odie sus entrañas haole.

«No confíes jamás en un haole» se ha convertido en el nuevo mantra de Eddie.

Lo primero que hace todos los días a primera hora —que para él viene a ser a eso de las once— es sentarse con las piernas cruzadas en la plataforma de su medio tubo y salmodiar «om mani padme hum, no confíes nunca en un haole» un centenar de veces o hasta que se harta, lo que suele ocurrir al cabo de seis repeticiones. Entonces se fuma un gran tazón de pakololo para aumentar su aloha y ¡vaya si lo consigue!

A esa hora, el chef ya le tiene preparada la carne enlatada.

Entonces Eddie tiene que inventarse maneras de pasar todo el día sin alejarse más de veinte metros de su casa. Por lo general se entretiene con numerosas reuniones de negocios, su kinesióloga, su masajista, la hierba, tomando sol, practicando skateboard, con prostitutas de a mil dólares el polvo y docenas de videojuegos con Conejo y Eco, a ninguno de los cuales les conviene estar siquiera cerca de ganarle.

Su otro pasatiempo consiste en navegar por páginas web de medicina, porque está autorizado a acudir a la consulta de un médico todas las veces que sea necesario. Por consiguiente, a Eddie le han aparecido una variedad increíble de síntomas físicos que despertarían la envidia del hipocondríaco más ambicioso. Desde su arresto, le han hecho pruebas para averiguar si tiene lupus, fibromialgia, cólera y una recidiva escurridiza, aunque persistente, de la «fiebre de Rarotonga», a causa de la cual sigue tratando de conseguir autorización para viajar a Lucerna para consultar al único y, por consiguiente, preeminente especialista del mundo, que es haole.

La cuestión es que Conejo lamenta haber tenido que pegarle un puñetazo a Boone y Eco… pues… se hace eco de ese sentimiento. Lo dejan al lado de la Segunda.

—Cuídate, ¿eh?, Boone.

—Cuídate.

—Agur —dice Boone.

Hasta luego.

Se sube a la Segunda y se dirige a The Sundowner.

En el camino telefonea a Dan Nichols y después a Johnny Banzai.