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—Hola, Conejo —dice Boone.

—¿Qué hay, Boone? —dice Conejo—. Eddie el Rojo quiere verte.

—Quiere verte —repite Eco.

El origen del nombre de Eco es bastante evidente y lo mismo pasa con el de Conejo, aunque a nadie le gusta hablar de eso. Conejo y Eco son una especie de Mutt y Jeff, Abbott y Costello, Cheney y Bush del escuadrón de gorilas de Eddie el Rojo. Conejo es alto y delgado y Eco es bajo y corpulento. Los dos gánsteres hawaianos llevan camisas floreadas, pantalones cortos y anchos y sandalias. Las camisas cuestan como trescientos dólares cada una y vienen de una tienda de Lahaina. Eddie el Rojo paga bien a sus muchachos.

—Yo no quiero verlo a él —dice Boone.

Aunque sabe que es inútil negarse, le da la sensación de que tiene que hacerlos enfadar un poco. Además, las costillas ya le dolían de cuando Mike Boyd trató de fosilizárselas contra la colchoneta.

—Tenemos órdenes —dice Conejo.

—Órdenes.

—¡Qué pesado eres, Eco!

—Sube al kunda.

—Sube al…

—¡Basta!

Boone los acompaña y sube al Escalade negro. Conejo se sienta al volante y enciende el motor. De los altavoces sale a todo volumen la música reggae de surf fiyiana.

—¿Te parece que tienes suficientes graves? —grita Boone.

—¿No es suficiente? —grita Conejo a su vez—. ¡A mí me parecía que no!

—¡Me parecía que no!

El Escalade vibra calle abajo.

Y así todo el camino hasta La Jolla.