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Hay que tener las piernas bien firmes para hacerlo; como no es el caso de Boone, Boyd le hace una demostración con un saco pesado.

Básicamente es sencillo, pero hacerlo cuesta más de lo que parece. Uno salta con un solo pie en dirección al adversario y, cuando está en el aire, pega un fuerte puñetazo hacia abajo con la mano contraria. El impacto es increíble, porque el puñetazo cae con el impulso de todo el cuerpo.

Boyd lo hace y el saco pega un salto en la cadena, vuelve a bajar y se sacude.

—No es un movimiento que uno quiera probar muchas veces —explica Boyd después de hacerlo—, porque los dos pies se despegan del suelo y eso te deja vulnerable a cualquier tipo de contraataque. Si fallas, estás jodido; pero, si conectas…

—De modo que tú lo enseñas —dice Boone.

—Claro que sí.

—¿Se lo has enseñado a Corey Blasingame?

—Puede ser —dice Boyd—. No lo sé.

«Conque puede ser», piensa Boone.

Da dos pasos en dirección al saco y se lanza. Gira la cadera en el aire, lanza el puñetazo con todo su ser y siente la energía que le sube por el brazo cuando el puño toma contacto.

Un subidón de adrenalina.

Supermán.

El saco pesado se hunde en el medio y recupera la forma.

Mike Boyd parece impresionado.

—Puedes venir a entrenarte aquí cuando quieras —le dice y añade—: Necesitamos hombres como tú.

Boone sale del dojo. Después de pasar el día escarbando en la tierra yerma y desolada de la vida de Corey Blasingame, ya no se pregunta cómo es posible que el chaval matara a alguien a golpes, sino cómo es posible que no ocurriera antes.

Se sube a la Segunda y se dirige a la Spy Store.