Ya son dos los puntos en común.
Rockpile y el dojo.
Y dos puntos en común siempre ponen tensos a los policías o a los detectives. Dos puntos en común es otra manera de decir «coincidencia», que es otra manera de decir «conejito de Pascua»: recibes el chocolate y las grageas de gelatina y eso, pero, por mucho que quieras, no te crees que las haya traído un conejo.
—Corey Blasingame —responde Boone—. Otra vez. Es curioso que ayer no me lo mencionaras, Mike.
«Curioso y no tan curioso —piensa Boone—. Bastante comprensible. Si dirigieses el lugar donde el chaval tal vez aprendiera a dar un puñetazo letal, posiblemente tú tampoco querrías hablar de eso.»
—No me preguntaste —dice Boyd.
—Te lo pregunto ahora.
Boone lo dice con una sonrisa y Mike sonríe también, pero su mirada indica que no está a gusto. No le gusta que Boone se haya presentado allí ni le gusta que le pregunten por Corey.
—¿No soy bienvenido aquí, Mike? —pregunta Boone.
—Eres bienvenido —dice Boyd—, pero esto no es el agua, ¿eh?
Boone comprende. Boyd le viene a decir: «Aunque tal vez seas el macho alfa en el oleaje, este es mi mundo».
—Corey era alumno tuyo —dice Boone.
—No del todo —responde Boyd—. Venía de vez en cuando. Corey era…, ¿cómo lo diría?…, más aficionado a dar vueltas alrededor que a meterse, no sé si me entiendes.
—Entiendo.
Lo mismo pasa muchas veces con el surf: a algunos tíos les gusta ponerse el traje de neopreno, ir con la tabla a todas partes, meterse en el mar y remar…, pero no les gusta subirse a la ola cuando viene.
«No está mal la explicación», piensa Boone.
—A Corey no le gustaba que le dieran golpes —dice Boyd— y eso es lo que pasa con las artes marciales mixtas. Te pegan, te haces cortes, te rompen la nariz. Tienes que ser una especie de bicho raro para que te guste divertirte así y Corey no era un bicho raro de esa clase.
—Estoy tratando de comprender —dice Boone— de qué va esto.
—¿Esto?
—Las artes marciales mixtas.
Boyd le suelta un discurso que parece ensayado y un poco a la defensiva. Las artes marciales mixtas son un arte de lucha sumamente técnica que requiere un nivel elevado de entrenamiento, condicionamiento y práctica. Aunque puede parecer sangrienta, sin duda, según los registros es muy segura y, a diferencia del fútbol americano universitario o el boxeo profesional, nunca ha habido muertos en ningún combate oficial del UFC.
—¿Quieres hacer ejercicio? —dice Boyd—. Te puedo enseñar un poco. Sé que te sabes desenvolver.
—No tengo ni idea.
—Pero tú eres el sheriff en The Sundowner —dice Boyd—, ¿no es cierto? Me han dicho que tú puedes hacerte cargo. Tú y tu pandilla.
—No tengo una pandilla.
Boyd sonríe con suficiencia.
—Están el socorrista, el grandullón samoano y el poli amarillo.
«Lo de “socorrista” vale —piensa Boone—, pero ¿lo de “grandullón” y lo de “amarillo”?»
—Tengo un amigo samoano, que es digamos que fornido, y un amigo japonés.
—No era mi intención ofender a nadie —dice Boyd, sin dejar de sonreír.
—Daba la impresión de que sí lo era.
Boone no sonríe.
Parte de la actividad que había en el salón se interrumpe, porque los alumnos perciben el conflicto inminente. Son muy sensibles a aquel tipo de cosas y un radar infalible les avisa cuando hay peligro de violencia. Prestan atención, porque quieren saber lo que va a hacer su maestro con el tío aquel.
—¿Adonde quieres llegar con esto? —pregunta Boyd.
Siente la mirada de todos clavada en él y sabe que ni siquiera puede darles la impresión de que se echa para atrás. Si rehúye una pelea por miedo o si la pierde, la mitad de su equipo de devotos se buscará otra escuela y la otra mitad se quedará y se lo comerá vivo: son una jauría.
Boone no tiene las mismas preocupaciones.
—No tenemos que llegar a ninguna parte.
Desde el fondo de la sala, un tío dice:
—Gallina.
Algunos de los otros sonríen y mueven la cabeza de un lado a otro. Boyd siente la tensión y no quiere desaprovecharla.
—Has sido tú el que ha venido a mi gimnasio, amigo mío.
—No soy tu amigo.
—Se me ocurre una idea —dice Boyd—. Véndate, métete en el ring conmigo y te enseñaré de qué van las artes marciales mixtas.
Tal vez porque ha sido un día triste o porque se ha puesto de mala hostia por un montón de cosas acerca de las cuales no puede hacer nada o incluso porque ha dejado que el chavalín de Rockpile lo pusiera verde, Boone decide que ha llegado el momento de desfogarse un poco.