Team Domination.
Algo así como «la supremacía del equipo».
Así se llama el gimnasio.
Queda al lado de una peluquería coreana en un centro comercial de los llanos de Pacific Beach y es el típico dojo, uno de los cientos que —probablemente— hay en el sur de California. Nació como un gimnasio para practicar karate, se metamorfoseó en una franquicia de la escuela estadounidense de kenpo y, cuando llegó el boom de las artes marciales mixtas, pasó a dedicarse a ellas.
Boone sabe algo sobre las artes marciales mixtas —lo poco que ha visto por televisión—, aunque su relación con ellas es informal y ocasional, fruto de su amistad con David —que las practica en serio— y de haber ido a algunas clases con él. Había tenido que aprender defensa personal y combate cuerpo a cuerpo en la Academia de Policía, desde luego, y con David había asimilado lo esencial del kenpo y un poco de yudo, un par de las mejores patadas de kung-fu y algo de krav magá, cuando David se metió en eso. Sin embargo, Boone nunca fue muy aficionado a todo el ambiente del dojo, con los gi blancos o negros, tantas reverencias y la rutina del «maestro» por aquí, «maestro» por allá. Además, todo el tiempo que pasa pateando sacos o entrenando con un sparring es tiempo que está fuera del agua y las prioridades son las prioridades.
Sin embargo, Boone conocía bastante bien el ambiente de las artes marciales de San Diego por su estrecha relación con el ambiente del surf. Muchos instructores de artes marciales son también surfistas y muchos surfistas practican artes marciales. La gente va y viene de la playa al dojo, lo cual crea mayor tensión en cuanto al localismo de determinadas rompientes.
Es que la mayoría de los surfistas son hiperquinéticos, adultos con el síndrome de déficit de atención que necesitan estar siempre en movimiento, y les agrada que la acción conlleve cierta tensión, como cuando alguien trata de meterte un puño por la nariz o el pie sobre la cabeza. Puesto que los dos deportes dependen sobre todo del equilibrio, la oportunidad y una valoración inmediata de los riesgos, a veces se producen cruzamientos.
Tanto más cuanto que los dos empezaron su andadura estadounidense como fenómenos del Pacífico. El surf comenzó, claro está, en Hawai, pero lo mismo ocurrió con el panorama de las artes marciales en Estados Unidos, cuando los peones chinos y japoneses que trabajaban en las plantaciones de azúcar y de piña llevaron consigo sus tradiciones e inauguraron escuelas. Siguieron siendo en gran medida algo exclusivo de los asiáticos y los hawaianos hasta la guerra de Vietnam, cuando los tíos de los cuarenta y ocho estados continentales hicieron escala en la isla, descubrieron el deporte y lo llevaron a su país, más o menos como habían hecho sus padres con el surf durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando ocurrió aquello, muchos de los asiáticos de California, que habían estado enseñando las artes marciales en secreto en los barrios chinos y japoneses, pensaron: «¡Qué coño! Ya han levantado la liebre» e inauguraron sus propias escuelas. En lugar de dedicarse al boxeo, muchos jóvenes se pusieron un gi y sandalias y mezclaron en sus conversaciones un poco de chino, japonés y uchinaguchi. Empezaron a celebrarse torneos por todas partes.
Aquello desencadenó el gran debate.
Qué pasaría si…
¿Y si un boxeador se enfrenta con un karateca?
Ajá, pero ¿según qué reglas? ¿Podría el karateca usar los pies o solo las manos? Los aficionados asiáticos a las artes marciales adoptaron una postura bastante arrogante con respecto a aquel combate hipotético, seguros de que su luchador, con sus patadas relámpago de largo alcance y el poder devastador de sus puñetazos, no tardaría en dejar fuera de combate al boxeador unidimensional, lento y pesado.
Pero no fue así.
La primera vez que alguien montó en un cuadrilátero uno de estos combates dispares entre peras y manzanas, el karateca lanzó su patada, el boxeador la recibió en el hombro, atacó y dejó k. o. al sorprendido karateca.
La comunidad de las artes marciales se tambaleó. Todos aquellos tíos que acudían al dojo a aprender lo último en defensa personal de pronto se empezaron a preguntar si sería de verdad lo mejor. ¿Realmente hacía falta dedicar tanto tiempo a hacer reverencias, a meditar, a respirar y a aprender todas aquellas técnicas esotéricas importadas, mientras te sientes como un ganso con aquella bata y el cinturón de colores? ¿No sería preferible ir a uno de los viejos gimnasios de boxeo y aprender a lanzar uno de esos sencillos cruzados de derecha típicos estadounidenses que habían sido más que suficientes para John Wayne?
Los dojos atravesaron un período difícil, mientras la sabiduría popular estableció que las artes marciales estaban muy bien para que los chavales aprendieran disciplina y las mujeres endurecieran los glúteos, pero, si uno tenía pensado intervenir en una pelea callejera o en el enfrentamiento clásico en un aparcamiento oscuro y vacío, eran básicamente inútiles: el triunfo del estilo sobre la sustancia. La idea era que, si conseguías lanzar una buena patada y encajarla bien, estupendo, pero, cuando tu atacante se acercaba y te agarraba, las artes marciales asiáticas no servían para nada.
En la década de 1990, uno pasaba por la mayoría de los dojos y veía a montones de niños saltando, tirando patadas y cantando al unísono, pero los instructores se habían convertido básicamente en canguros. Había nacido el dojo como actividad extraescolar para las familias en las que los dos padres trabajaban fuera de casa. Volvió a pasar lo mismo que con el fútbol: que estaba bien para los niños, pero era inútil para los adultos.
El que gana una pelea de verdad es el tío más grande.
Fue como el ascenso de Bubba y el panorama de las artes marciales profesionales quedó dominado por el advenimiento atávico de la «lucha en jaula», que consistía, básicamente, en dos tíos blancos pobres y gigantescos dentro de una jaula, dándose guantazos el uno al otro hasta que uno caía al suelo. Era sangriento, brutal y tan salvajemente popular que se prohibió en varios estados. Los practicantes de las artes marciales de verdad observaron consternados que el centro de gravedad de la lucha se desplazaba desde la costa oeste hacia el sudeste de Estados Unidos y que unos tíos con nombres como «Bolita de grasa» se convertían en campeones famosos y héroes populares.
Las artes marciales habían perdido todo lo que tenían de artístico.
La salvación provino de Asia, pero por un camino de lo más increíble.
Brasil.
Aparecen en escena los Gracie.
Esto fue lo que ocurrió: el maestro japonés que fue casi el inventor del yudo se hartó de que sus compatriotas lo considerasen un juego en lugar de un combate de verdad. Nadie es profeta en su tierra, ¿no? La cuestión es que envió a un grupo de discípulos para que difundieran su mensaje por todo el mundo y uno de ellos, un tal Maeda, acabó en Brasil, donde conoció a dos adolescentes que eran hermanos: Carlos y Helio Gracie.
Los hermanos Gracie partieron del yudo y lo modificaron hasta convertirlo en lo que se dio en llamar jiu-jitsu brasileño, que consistía, básicamente, en llevar la lucha al suelo: los Gracie arrojaban a sus contrincantes al tatami y giraban a su alrededor hasta que conseguían dominarlo mediante llaves complejas de los brazos y las articulaciones y estrangulaciones. Todo era cuestión de técnica.
Había regresado el «arte» a las artes marciales.
En la década de 1990, Royce, el hijo de Helio, aceptó la invitación de su hermano mayor y se trasladó a California para ayudarlo a enseñar el arte. Siguiendo una vieja tradición californiana (véase Alter, Hobie), comenzaron en un garaje.
Sin embargo, la forma no despegó de verdad hasta que la familia lanzó el «desafío Gracie»: los Gracie ofrecieron cien mil dólares a quien consiguiera derrotar a Royce, que, con ochenta kilos, era relativamente menudo. Nadie lo logró. Derrotó a todos sus contrincantes, arrojándolos al suelo y obligándolos a rendirse para no tener que partirles los brazos o los tobillos o asfixiarlos y dejarlos inconscientes.
Así nació el UFC, el Ultimate Fighting Championship: el campeonato de lucha extrema.
Era una vuelta al viejo debate: qué forma de las artes marciales era la mejor. Los Gracie organizaron un torneo con eliminación directa y desafiaron a luchadores de box, kickboxing, muay thai, lucha libre e incluso a los neandertales que practicaban lucha en jaula.
Royce los derrotó a todos.
Por televisión.
Todo el mundo vio que había algo a lo que podía recurrir si lo atacaba un gorila de ciento cuarenta kilos: el jiu-jitsu de Gracie. Muchos luchadores empezaron a aprender el sistema y lo incorporaron a su repertorio.
El UFC amplió su esfera de influencia a la televisión, el DVD e internet. Se alejó de la imagen de la lucha en jaula, estableció clases por peso y normas y atrajo a los practicantes serios de las artes marciales.
Entonces apareció una nueva pregunta: ¿había algo capaz de derrotar al jiu-jitsu brasileño? Tal vez, si uno conseguía que la lucha se decidiera de pie, es decir, si podía noquear al adversario que practicaba jiu-jitsu antes de que este lo arrojara al suelo.
La respuesta llegó con un término genérico: AMM, las artes marciales mixtas.
—Tiene sentido —dijo una noche David el Adonis a Boone mientras miraban un combate por televisión—. En realidad, es lo que siempre decían los viejos maestros asiáticos: uno tiene que hacer lo que le conviene según el momento.
De modo que en los dojos se empezó a enseñar un poco de todo. Los chavales nuevos que se apuntaban querían entrar en el UFC y querían aprender jiu-jitsu, boxeo, lucha libre, kickboxing y muay thai en una combinación razonable. Cada vez más, los gimnasios que antes ofrecían una sola disciplina se pasaron a las artes marciales mixtas para sobrevivir.
Team Domination fue uno de ellos.
Daba la impresión de que todos los dojos nuevos incorporaban a su nombre la palabra team, «equipo», partiendo de la base de que hacía falta un equipo de instructores, cada uno en su propia especialidad, para el entrenamiento en las artes marciales mixtas. Además, todos los alumnos se entrenaban luchando entre ellos: constituían una especie de equipo para un solo deporte, algo así como una «hermandad» para derrotar a los demás equipos.
Boone entra en Team Domination.