Se acerca al «lugar de trabajo» —eso dice el informe policial— de Corey.
Corey repartía pizzas.
Se desplazaba en uno de esos coches pequeños con un cartel encima y transportaba especiales extragrandes de doce dólares para estudiantes universitarios, vagos y padres que estaban demasiado ocupados una noche determinada para preparar una cena para sus hijos.
De acuerdo, vale, pero ¿qué hacía un chaval rico como Corey repartiendo pizzas por un salario mínimo y unas propinas exiguas? Se consiguen buenas propinas atendiendo las mesas en Mille Fleurs los sábados por la noche, pero no llevando pepperoni a las residencias de estudiantes. ¿Cómo puede ser que el padre de Corey sea el promotor de la mitad de las viviendas de lujo de la costa, mientras que el chaval va por ahí con un sombrero estrambótico y aguantando que le den el coñazo si tarda más de veinte minutos en llegar?
Resulta que Corey estaba a punto de perder incluso un trabajo como aquel.
—¿Por qué? —pregunta Boone al propietario de la franquicia, el señor McKay.
—Su trabajo consistía en repartir pizzas —dice el señor McKay— y no las entregaba.
Lo peor es que las robaba. McKay sospechaba que Corey hacía llamar a sus amigos para encargar pizzas y, cuando Corey iba a «entregarlas», no las aceptaban. Entonces Corey se comía el «desperdicio». Llegó a tal extremo que McKay insistió en que Corey volviera a la tienda con las «extragrandes con todo menos anchoas» rechazadas, para tirarlas oficialmente.
—De todos modos, creo que iba colocado —dice McKay.
—¿Con qué?
McKay se encoge de hombros.
—No sé nada de drogas, aunque parecía que tomaba speed o algo así. La verdad es que estaba a punto de despedirlo cuando… Deja incompleta la frase.
A nadie le gustaba hablar de la muerte de Kuhio.
«Qué deprimente», piensa Boone, mientras conduce hasta la escuela secundaria a la que había asistido Corey.
El tío tenía como curro transportar pizzas y choriceaba su propio producto. Vamos, que después de pasarte el día rodeado de pizzas, ¿de verdad te apetece cenar una?
Boone se detiene en seco.
«¿Es que ahora vas a sentir lástima por el chaval?» Pues sí, en cierto modo, sobre todo cuando se marcha de la escuela.