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Boone le cuenta que no ha hallado nada sospechoso en el historial de llamadas ni en el de los correos electrónicos.

Dan casi parece desilusionado.

—¿Podría tener un teléfono sin que yo lo sepa? —pregunta.

Boone se encoge de hombros.

—No lo sé. ¿Es posible? ¿No te llegaría a ti la cuenta?

—Sí, claro —dice Dan—. Mañana me ausento de la ciudad. Sería un buen momento para…

No dice para qué.

Boone siempre ha creído que, cuando uno no quiere decir algo, eso es un indicio bastante claro de que no debería hacerlo, de modo que pregunta:

—Dan, ¿estás seguro, tío? ¿No te parece mejor, vamos, hablar con ella y preguntarle con franqueza qué pasa?

—¿Y si dice que no pasa nada?

—Mejor.

—¿Y si miente?

«Bueno, ya está», piensa Boone.

Ahora sabe que va a tener que seguir a Donna Nichols y esperar con ansia que la ruta no lo conduzca a la cama de otro hombre. Estaría dabuten volver a reunirse con Dan para decirle que es un gilipollas paranoico, que vaya a comprar un ramo de flores y deje de ser tan inseguro.

—De acuerdo —dice Boone—, lo haré.

—Eres un caballero y un genio.

«No soy ninguna de las dos cosas —piensa Boone—, pero da igual.»

—Voy a tener que comprar algo de equipo.

—Lo que te haga falta.

Lo que va a necesitar es un aparatito que instalará debajo del parachoques del coche de Donna.

—¿Qué coche suele conducir Donna? —pregunta Boone.

—Un Lexus todoterreno de color blanco —dice Dan—. Regalo de cumpleaños.

«No está mal», piensa Boone.

Para su último cumpleaños, el Doce Dedos le regaló cera para la tabla; el Marea Alta, varios cupones de 2 × 1 para la hamburguesería de Jeff, y David, una tarjeta con el mensaje «Que te den».

—¿A nombre de quién está el coche? —pregunta Boone.

—Al mío —responde Dan—. Bueno, al de la empresa.

—Claro.

«Cuestiones impositivas —piensa Boone—. La gente que tiene una empresa no compra nada en persona, a menos que no tenga otro remedio. Cualquier cosa que tenga que ver, incluso tangencialmente, con el negocio va a pérdidas y ganancias. Pero ¿el regalo de cumpleaños de tu mujer…?»

—Donna es directiva —dice Dan.

«Da igual», piensa Boone.

Seguiría siendo perfectamente legítimo que Dan pusiera un dispositivo de seguimiento en un vehículo que pertenece a su empresa y no tendría por qué informar a Donna, aunque ella sea directiva. Boone le describe el pequeño rastreador, que lleva incorporado un imán pequeño pero potente.

—Solo tienes que colocarlo bajo el parachoques trasero.

—Sin que ella me vea —dice Dan.

—Pues sí, eso sería lo mejor.

Además, el dispositivo de seguimiento sería preferible a seguirla: eso podría ser una tarea prolongada y en la que no sería difícil que lo pillaran.

—Iré a buscar el material y después nos encontramos para que te lo dé —dice Boone.

—Estupendo.

«Pues no; de estupendo no tiene nada», piensa Boone, que ya se siente como un sinvergüenza.

Fatal.

Vuelven remando a la orilla.

Boone se salta la visita a The Sundowner porque tiene prisa.

Le queda un solo día entero para explorar la vida y las circunstancias de Corey Blasingame.