29

A la mañana siguiente, el Club del Amanecer tiene otra sesión igual de insulsa en cuanto a las olas.

El mar parece un cristal tan liso que cualquier neurocirujano medio competente podría practicar una operación delicada de cerebro sentado en una tabla en aquel océano. Miguel Ángel podría tumbarse en una tabla y pintar la Sixtina… ¿Se entiende lo que quiero decir?

Para tratar de romper la monotonía, Johnny pregunta:

—¿Es verdad que los patos se ponen en fila?

—¿Los patos? ¿Qué patos? —pregunta David—. ¿En fila? ¿Por qué?

—¿Por qué lo pregunto o por qué se ponen en fila?

—Todavía no hemos aceptado que se pongan en fila —dice el Marea Alta—, de modo que Dave pregunta por qué preguntas. ¿No es eso lo que preguntas, David?

—Sí, pregunto por qué Johnny Banzai quiere saber si los patos se ponen…

Boone hunde la cabeza en el agua. Cuando vuelve a la superficie, Johnny está diciendo:

—Ya conocéis la expresión: «los patos en fila», ¿no? Lo que quiero saber es si refleja una realidad zoológica o no es más que una chorrada.

—En todo caso, más que una realidad zoológica —interviene Boone—, sería una realidad ornitológica.

—Buen hallazgo, Boone —dice David—. Por fin sabemos la pregunta que Banzai no supo responder en su test de aptitud.

—Déjalo ya, Dave.

—¿Y? —pregunta Johnny—. ¿Alguien ha visto alguna vez unos patos en fila?

—Tengo entendido —dice Boone— que los patos son criaturas de agua dulce, de modo que me parece que nunca he visto patos de verdad, ni en fila ni de ninguna otra forma.

—Yo he visto patos en fila —interviene el Marea Alta.

—¿De verdad? —pregunta Johnny.

—En la Feria de Del Mar —dice el Marea Alta—, en uno de esos puestos en los que disparas con escopetas de aire comprimido. Los patos estaban todos en fila.

—A eso me refiero —dice Johnny—. ¿Será eso una imitación de algo natural o, simplemente, una manera de perpetuar un mito ornitológico?

—¿O un estereotipo aviar? —pregunta Boone—. Como que los pelícanos son glotones, las gaviotas son roñosas, los patos son controladores…

—¿Se puede ser políticamente incorrecto con respecto a las aves? —pregunta David.

—Solo aves de color —comenta el Marea Alta— o aves hembras. Las aves machos las puedes tirar a la basura. Pasa una gaviota irlandesa caminando como un pato junto a un bar y…

El Doce Dedos se incorpora en su tabla y en un tono insólito de autoridad se pronuncia:

—Cuando la mamá pata tiene patitos, los patitos nadan detrás de ella en fila.

—¿Lo has visto tú mismo? —lo reta Johnny.

—Sí.

—¿Dónde?

—¿Dónde qué?

Se miran fijamente los unos a los otros un segundo, hasta que Johnny dice:

—Nos hacen falta olas.

—Sí, señor.

—Damos pena —dice el Marea Alta.

—Sí, señor —concuerda Boone.

No está seguro de si la causa principal de aquel malestar es la ausencia de olas o la de Sunny. Probablemente las dos, pero Sunny habría puesto un final rápido e ingenioso a aquella discusión estúpida con alguna pulla de lo más certera.

—Tal vez tengamos que reclutar a otra mujer para el Club del Amanecer —sugiere Boone.

—¿Una Sunny sustituta? —pregunta David.

—Ya tenemos una No Sunny camarera —dice el Marea Alta—. ¿Necesitamos también una No Sunny surfista?

—Reclutar una Sunny sustituta —dice Johnny, sin disimular su perplejidad— equivaldría a decir que la Sunny auténtica no va a regresar.

«Es que no lo hará —piensa Boone—. Ha seguido adelante, ha pasado a la categoría de surfista profesional con patrocinador. Me alegro por ella, pero hemos de aceptar que, a partir de ahora, vamos a ver más a Sunny en portadas de revistas que en la zona de arranque.»

El Doce Dedos se lo queda mirando fijamente con la boca abierta.

—¿Qué pasa? —pregunta Boone.

—¿No te da vergüenza? —dice el Doce Dedos.

La sesión se prolonga en medio de un silencio desganado. El océano no finge siquiera estar presente, sino que se extiende allí, inerte y abúlico.

—Parece un lago enorme —dice el Marea Alta.

—Los lagos no son salados —dice el Doce Dedos, que sigue haciendo mohines por la propuesta de Boone de sustituir a Sunny—. No hay ningún lago grande y salado.

Los demás surfistas se miran entre sí durante un segundo, hasta que Johnny dice:

—No, no vale la pena.

Pues no, no se molestan en hablarle al Doce Dedos de Utah. Ellos no se toman la molestia de comenzar otro tema de conversación y el mar no se toma la molestia de aparecer en forma de olas. Boone se alegra cuando acaba el Club del Amanecer y los demás empiezan a irse remando hasta la orilla.

—¿Vienes? —le pregunta Dave.

—No, me quedo un rato más.

Mira hacia la costa, donde los veteranos de la Hora de los Caballeros se van reuniendo, señalan las olas inexistentes, beben café y aspiran el humo de sus cigarrillos y seguro que hablan de otros agostos planos.

Y Dan Nichols se acerca remando.