El caso en el que Boone sigue trabajando es el de Rain Sweeny.
Rain tenía seis años y Boone era policía cuando ella desapareció del jardín de delante de su casa.
El principal sospechoso era un pederasta llamado Russ Rasmussen. Boone y Steve Harrington, que entonces era su compañero, encontraron a Rasmussen. Harrington quiso sacarle las respuestas a golpes, pero Boone no se lo permitió. Boone dejó el cuerpo poco después, pero Harrington se quedó y fue ascendiendo hasta llegar a subinspector en la Brigada de Homicidios.
Rasmussen nunca dijo lo que había hecho con Rain Sweeny.
Se marchó y desapareció sin dejar rastro.
A Rain Sweeny nunca la encontraron.
Boone se convirtió en un paria dentro del Departamento de Policía de San Diego y poco después se dio de baja.
Aquello ocurrió hace cinco años, pero Boone nunca ha dejado de tratar de encontrar a Rain Sweeny, aunque está casi seguro de que debe de estar muerta.
Ahora se sienta delante del ordenador y consulta un fichero especial de correos electrónicos, por si aparece alguna actualización de la lista de cadáveres femeninos no identificados, por si alguno coincide con la edad y la descripción de Rain. Todos los años paga una reconstrucción informática del aspecto que tendría Rain en aquel momento y ahora compara su «fotografía» a los once años con imágenes procedentes del depósito de cadáveres de Oregón y el de Indiana.
Ninguna de las pobres niñas es Rain.
Boone siente alivio. Cada vez que aparece una fotografía, se le paraliza el corazón y, cuando ve que no es Rain, experimenta una contradicción agridulce de emociones. Se alegra, desde luego, de no poder confirmar la muerte de la niña, pero lo entristece no poder cerrar el caso para sus padres.
Después consulta otra dirección y se fija si hay mensajes sobre Russ Rasmussen.
A través de Johnny Banzai y de sus propios conocidos, Boone se ha puesto en contacto con las unidades de delitos sexuales de las fuerzas policiales municipales y estatales de la mayoría de las grandes ciudades. Los indeseables como Rasmussen no atacan una sola vez y, más tarde o más temprano, lo van a coger paseando por un parque o por el patio de una escuela.
Cuando eso ocurra, Boone no tardará en aparecer también. Guarda una calibre 38 en un cajón precisamente para esa ocasión.
Esta noche, como todas las demás, no hay nada.
Rasmussen se ha esfumado.
Con Rain.
Adiós.
Sin embargo, Boone escribe a otras tres comisarías y envía por correo electrónico fotografías de Rain y de Rasmussen, esta última por si el maleante hubiese conseguido cambiar de identidad y estuviese detenido con otro nombre.
Después Boone se mete en el catre y trata de dormir.
No siempre le resulta fácil.