Boone vive en la última casita del lado norte del Muelle de Cristal.
Vale una fortuna impresionante y Boone no habría podido permitírsela ni por asomo, pero el Optimista insistió en cedérsela para compensarlo por haberlo ayudado a desembarazarse de su matrimonio con una cazadora de pensiones alimenticias de veinticinco años.
A pesar de estar situada en un lugar más que privilegiado, es una vivienda sencilla: una sala de estar pequeña con kitchenette, un solo dormitorio y un solo cuarto de baño. Todas las tablas de madera pintadas de blanco. Pero lo mejor de todo, para Boone, es que está situada literalmente encima del agua. Hasta puede abrir una ventana, sacar una caña y pescar desde el dormitorio.
Boone entra, va a la nevera a buscar una Dos Equis fría y se sienta frente a la mesa de la cocina con un bloc de hojas en blanco, un bolígrafo y la carpeta de Blasingame.
Las declaraciones de los otros dos testigos son fundamentales.
Alan Burke puede quitar un poco de hierro al testimonio de la pandilla de Rockpile, porque los demás miembros salen beneficiados, pero dos testigos presenciales objetivos son mucho más perjudiciales.
Jill Thompson tiene veintiún años, es estudiante a tiempo parcial en la Universidad Estatal de San Diego y trabaja de barista en Starbucks. La noche del crimen, ella y una amiga suya, Marissa López, habían recorrido varios clubes de la calle Garnet.
Marissa había ligado con un tío, pero Jill no.
Iba caminando hacia el oeste por Garnet, cuando vio a un hombre que se dirigía al este y cruzaba la calle en dirección al lugar donde había aparcado el coche.
Entonces salieron del callejón aquellos cuatro tíos. Me pareció que iban bastante borrachos. Uno de ellos simplemente se acercó al hombre aquel y le pegó. El hombre cayó al suelo. Los tíos se subieron al coche y se marcharon. Me acerqué y vi que el hombre estaba inconsciente. Con mi teléfono móvil llamé al servicio médico de urgencias, pero creo que era demasiado tarde.
«Sencilla y directa —piensa Boone— y concuerda con las declaraciones de los demás testigos, por guisadas que estuviesen.»
Jill Thompson proporcionó a la policía una descripción detallada y precisa de Corey y de la ropa que llevaba y después lo identificó en una rueda de reconocimiento como la persona que había pegado un puñetazo a Kelly Kuhio.
El otro testigo es George Poptanich, un taxista de cincuenta y cuatro años que estaba en el aparcamiento aquella noche. Era frecuente que los taxis esperaran en aquel aparcamiento a que sus empresas los enviaran a los bares a recoger pasajeros que habían bebido demasiado para poder conducir.
Poptanich estaba sentado en su taxi cuando oyó a la pandilla de Rockpile que salía del callejón a su izquierda. Se fijó en el peatón, porque pensó que tal vez fuera un posible pasajero. Entonces vio que uno de los «macarras» se le acercaba «de forma agresiva». Se disponía a apearse para ayudar, pero, sin darle tiempo, uno de los chavales golpeó al peatón en la cara. Poptanich les gritó, pero los macarras se subieron corriendo a un coche. Poptanich se fijó en la matrícula, la anotó en su diario y llamó al servicio médico de urgencias. Entonces se acercó a ayudar a la joven que estaba con el peatón. En aquel momento empezaba a salir gente de los bares.
Un coche patrulla pilló a la pandilla de Rockpile cinco minutos después en la autopista de la costa del Pacífico, aparentemente cuando se dirigían a La Jolla.
Poptanich también identificó a Corey en la ronda de reconocimiento como el chaval que pegó el puñetazo.
Llaman a la puerta.
Boone va a abrir.
—¿Vamos a buscar la cena? —pregunta David.
Lleva en la mano un arpón submarino.