—No tengo nada que decir —dice Boone cuando llegan al aparcamiento.
—Qué gracioso —dice Petra—. Me parto de risa.
Hace un calor espantoso ahí fuera. El sol golpea como un martillo sobre el yunque y te machaca. Hasta Petra suda… Bueno, no: ella transpira.
—La verdad, ¡pobre chaval!, es que no entiendo que no te mueras de pena por él —dice Boone—. Con su calidez, su humildad, su inteligencia, sus remordimientos por lo que ha hecho…
—Vamos, Boone —dice ella—, ¿no ves que se está haciendo el bravucón? Es un niñato y no sabe cómo reaccionar. La vacilación entre el fatalismo depresivo y el optimismo irracional resulta muy reveladora. Con su arrogancia disimula el miedo y, con su indiferencia aparente, la vergüenza.
—¿Sabes qué? —dice Boone—. Yo creo que debajo de toda esa arrogancia superficial hay una arrogancia profunda y que la indiferencia falsa enmascara una indiferencia auténtica.
Ella abre el coche y se sube al asiento del conductor.
—En cualquier caso, nuestro trabajo consiste en defenderlo.
—Ya lo ha dejado claro, efectivamente.
Porque él no es un «chicano», un mexicano que tendría que pagar con creces por lo que ha hecho. No, Corey está totalmente seguro de que, gracias a su piel blanca y al dinero de su papi, las cosas le van a salir bien.
Es una hipótesis razonable, pero errónea. Esta vez, la comunidad está indignada y exige medidas: los mismos privilegios con los que cuenta Corey van a tener el efecto contrario y él todavía no se ha dado cuenta.
Piensa que aquello es lo mismo de siempre, pero no es así.
«Aquí entra en juego otro factor —piensa Boone y se siente viejo—. Es la generación de los videojuegos: siempre piensan que pueden presionar el botón de reinicio y comenzar otro juego. Si no hay nada real, todo es virtual y, por lo tanto, no hay consecuencias de verdad.»
—¿Cómo sabías lo de los esteroides? —le pregunta Petra.
—Basta con mirarlo —dice Boone—. Es evidente que usa esteroides: sus músculos son demasiado grandes para los huesos que tiene y el pelo rapado se le empieza a caer. Pienso que tal vez los hubiera tomado aquella noche.
—¿Que tal vez sufrió un ataque de furia incontrolable provocado por el abuso de esteroides?
—Podría ser.
—No estoy segura de que sea una defensa viable —dice ella—, aunque, de todos modos, vale la pena examinarlo. ¿De qué más quieres echar mano?
En primer lugar, Boone piensa en las personas de las que no puede echar mano. No puede hablar con Trevor Bodin ni con los hermanos Knowles, porque sus abogados saben que sus intereses se contraponen a los de Corey y no permitirán que los interrogue. Aquellos chavales, más listos que Corey, ya empezaron a hacer tratos en la sala de interrogatorios de la policía. Lo mejor que pueden aspirar a conseguir es que Alan reste algo de credibilidad al resto de la pandilla, pero poco más. De modo que aquello no sirve. Sin embargo, él puede tratar de conseguir más información sobre la pandilla de Rockpile y la cuestión de la «banda», averiguar a qué se dedicaban.
Boone se lo explica brevemente a Petra y a continuación añade:
—Si Corey llega al juicio con esta actitud, Mary Lou pedirá para él la pena máxima.
—Seguro que sí —dice Petra—. Averigua algo de él, Boone. Haz que se abra para nosotros; consíguenos algo que podamos usar.
—No soy psiquiatra, Pete —dice Boone—, y tú tampoco.
Ella no puede creer que Corey Blasingame sea exactamente lo que parece: un capullo indiferente, rico y malcriado, que dio un puñetazo desafortunado y va a cabalgar aquella ola hasta el final, porque es demasiado estúpido y arrogante siquiera para tratar de abrirse. Pues no, Corey está en la zona de impacto y nadie se le va a acercar con una moto acuática para sacarlo del apuro.
O sí, porque Kelly Kuhio está presionando a Boone para que se suba a la moto acuática.
—Tú limítate a conseguir la información —le dice ella—. Nosotros veremos qué podemos hacer con ella.
—De acuerdo.
La tarea no es Jauja, pero la mayoría de las veces no lo es.
Por eso lo llaman «trabajo».
Y el trabajo en este caso no consistirá tanto en averiguar lo que Corey hizo, sino por qué lo hizo.
—¿Es que tú…, ejem…, tienes planes para esta noche? —pregunta Boone.
«Tranquilo —piensa él—, poco a poco.»
Qué imbécil.
Ella frunce el ceño.
—He quedado con unos compañeros del despacho para festejar la jubilación de uno de los socios. Una de esas reuniones voluntarias a las que no puedes faltar. Lo lamento.
—No te preocupes.
«¿Una reunión voluntaria a la que no puedes faltar?»
—¿En otra ocasión?
—Claro.
Ella le lanza un beso, cierra la portezuela y arranca. Boone regresa a la Segunda.
«Es probable que haya quedado con sus compañeros de oficina esta noche —piensa—. O tal vez no tenga nada que hacer, pero no quiere que pienses que la puedes invitar a salir con tan poca antelación.»
Toma nota mentalmente para consultarlo con David (no por nada conocido como) el Adonis, pero entonces recuerda que Dave invita a las mujeres a salir —tal vez sería más apropiado decir «a entrar»— con menos de treinta segundos de antelación.
Decide que el mundo de los abogados es muy diferente del mundo del surf.
Diferentes olas, diferentes normas.
Ya que estamos, decide emplear lo que queda de la tarde en conducir hasta La Jolla para ver qué tal es la rompiente conocida como Rockpile.