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Boone lo va cavilando mientras se sube a la Segunda para ir a reunirse con Pete en la cárcel central, en el centro de la ciudad: que, para salvar a una basura como Corey Blasingame, va a tener que sacrificar la amistad de uno de sus más viejos amigos.

Era típico de Johnny intervenir en el caso más importante de San Diego y no mencionarlo. Lo cierto es que Johnny Banzai suele ocultar muy bien sus cartas en lo que respecta a sus casos, sobre todo después de que Boone saliera de la Policía. Pueden decir chorradas en la zona de arranque, pero hay un montón de chorradas de las cuales ya no pueden hablar más.

La Segunda es una furgoneta Dodge usada que sustituye al legendario Boonemóvil, que desapareció en un funeral vikingo en abril pasado.

—Ahora tienes la oportunidad, ¿sabes? —le indicó Petra—, de comprarte un coche de verdad, para personas adultas.

No fue exactamente así, porque lo que el seguro le pagó por el Boonemóvil fue exactamente cero, después de que Boone les dijera, con toda franqueza, que él mismo le había prendido fuego y lo había arrojado desde lo alto de un acantilado. De modo que no disponía de mucho dinero para salir a comprar un «coche de verdad, para personas adultas», suponiendo que Boone hubiera querido algo así. Quería —y eso fue lo que compró— otra furgoneta vieja en la que pudiera meter sus cosas. Un vehículo que no sirve para transportar una tabla de surf es una escultura.

—Entonces —dijo Petra, cediendo por deferencia ante lo inevitable—, tienes la oportunidad de comprarte un vehículo que no tenga un nombre inmaduro.

—No fui yo quien bautizó al Boonemóvil —dijo Boone, ligeramente a la defensiva—, sino otros.

Los otros —David, el Marea Alta, el Doce Dedos, Johnny y la mayoría de la comunidad surfera de San Diego y sus alrededores— llamaron a la furgoneta «nueva» el Segundo Boonemóvil —era inevitable—, como su icónica predecesora. Pero lo que más le fastidiaba a Petra fue que la furgoneta sustituía no obtuvo uno sino dos apodos, porque, como «el Segundo Boonemóvil» era demasiado largo, le pusieron otro: «la Segunda».

—Cuando un tío viene en tercer lugar —dijo Johnny— lo llaman «Tercero», ¿no? Entonces, podemos llamar «Segunda» a la segunda furgoneta de Boone.

Y con «Segunda» se quedó.

Ella lo está esperando en el aparcamiento cuando él llega.

—Tu chaval es como la madera que flota a la deriva hasta la playa —dice Boone.

—No me puedo permitir pensar eso —replica Petra.

—¿Y cómo vas a resolver lo de la confesión? —pregunta Boone.

Hay olas que no se pueden esquivar, ni pasar por arriba o por abajo; simplemente te aplastan, te dejan fuera de combate.

Petra se encoge de hombros.

—¿Confusión? ¿Coerción? ¿Que un poli le metió ideas en la cabeza? Esas cosas pasan.

—No con John Kodani —dice Boone.

No cabe duda de que Johnny Banzai es implacable, jugando al béisbol y en la vida real, y que no siempre arroja la pelota recta, al centro. Pues no, sus lanzamientos son difíciles de conectar —curvas, sliders, hasta alguno de nudillos de vez en cuando—, pero siempre van a rozar los bordes del plato. Banzai sería incapaz de encabritarse y arrojar una bola ensalivada a la cabeza de nadie ni de convencer a un chaval imbécil de que ha hecho algo que no ha hecho.

—Lo primero que tenemos que hacer —dice ella, sin hacer caso del matón de más de doscientos kilos— es demostrar que la pandilla de Rockpile no es una banda. Las «circunstancias especiales» en la acusación de homicidio premeditado giran en torno a la alegación de su actividad como banda.

—Pero si la pandilla de Rockpile es una banda… —dice Boone.

—El mero hecho de asociarse y su identificación como grupo no bastan para cumplir los requisitos legales para considerarla una banda —responde ella—. Por ejemplo, ¿podríamos decir que el Club del Amanecer es una banda?

—En cierto modo.

—Para ser considerado una banda, el grupo tiene que tener como finalidad cometer fechorías —dice ella— y no creo que el Club del Amanecer se dedique a la actividad delictiva organizada.

«Está claro —piensa Boone— que nunca ha visto al Club del Amanecer atacar un bufé. Vale que lo de “organizada” cambia mucho las cosas.»

—¿Como un asesinato? —pregunta.

—Solo —insiste ella— si el asesinato es una consecuencia directa de dicha actividad delictiva y/o se comete para llevarla a cabo. No puede ser una mera coincidencia.

A Boone le gustaría saber cómo se sentirían los seres queridos de Kelly si su asesinato se considerase una «mera coincidencia», pero se abstiene de expresarlo en voz alta.

—Es decir, que tenemos que averiguar si, aparte de defender con violencia su territorio, la pandilla de Rockpile se dedicaba a alguna otra actividad, como el tráfico de drogas o algo por el estilo.

—Exactamente —dice ella—. Aunque supongo que convendría averiguar si alguna de estas bandas de «lugareños»… Así es como los llamáis, ¿verdad?

—Eso es.

—… obtiene alguna ganancia económica de la defensa de dicho territorio —dice ella—. Por ejemplo, si extorsionaran o cobraran «impuestos» por usar el agua, eso los convertiría en una «banda» desde el punto de vista jurídico.

«Ajá —piensa Boone—, de modo que, si la pandilla de Rockpile te dice “No puedes surfear aquí” y te echan, no son una banda, pero, si te dicen “No puedes surfear aquí a menos que pagues veinte dólares” y te obligan a pagar, entonces son una banda. ¡Vaya con la ley!»

¿Y qué me dices de las grandes cadenas de hoteles de cinco estrellas que compran el terreno hasta la orilla y hacen todo lo posible para impedir el acceso del público a «sus» playas? ¿Son bandas, según la ley?

Deberían serlo.

Apuesto a que no lo son.

—¿Y qué dice Corey al respecto? —pregunta él.

—No lo sé —dice ella—. Vayamos a preguntárselo. En cuanto uno ve a Corey, le resulta desagradable. Es una cuestión de eficiencia.

Va vestido con un mono anaranjado y se deja caer en una silla de la sala de interrogatorios sin mirar a Boone ni a Petra. Es delgado y pálido, pero tiene espaldas anchas y buenos bíceps; lleva la cabeza rapada y mantiene una expresión huraña y poco sociable.

—Corey —dice Petra—, este es el señor Daniels. Ha venido a colaborar en tu caso.

Corey se encoge de hombros.

—No tengo nada que decir.

Boone se encoge de hombros.

«¡Mira qué bien! Ahora no tienes nada que decir. No resulta muy oportuno de tu parte ponerte a hacer de Marcel Marceau justo ahora.»

—Desde que escribió su declaración, no ha dicho nada más —comenta Petra a Boone. Después se vuelve a dirigir a Corey—: Cambia muchísimo la condena que podrían darte, Corey. De homicidio con circunstancias atenuantes, en cuyo caso quedarías libre por el tiempo que has estado en la cárcel, hasta llegar a asesinato en circunstancias especiales, en cuyo caso tienes por delante la cadena perpetua sin libertad condicional.

Corey suspira, como si estuviera aburrido como una ostra, como si le importara un pimiento, como si perteneciera a una banda y fuera tan valiente que matar a alguien no tuviera ninguna importancia.

—No tengo nada que decir.

—Por favor, ayúdanos a ayudarte —dice Petra.

Corey se encoge de hombros otra vez.

—Olvídalo —le dice Boone—. Deja que se vaya a la mierda.

«¡Cuánta gente se ha ahogado —piensa— por tratar de salvar a un nadador que se ahoga! Y este ni siquiera merece que lo salven. Que se muera.»

Petra no puede.

—Tu padre nos ha contratado para…

Eso parece avivar una pequeña llama, en todo caso.

—Oye —dice Corey—, que si queréis hacer feliz a mi papi para que pague vuestras facturas, por mí adelante. No tiene nada que ver conmigo.

—Tiene muchísimo que ver con…

—No —dice Corey—, créeme que no.

Se pone de pie.

—Siéntate —dice Boone.

—¿Me vas a obligar?

—Tal vez.

Corey vuelve a suspirar, pero se sienta y se queda mirando el suelo.

—Háblame de la pandilla de Rockpile —dice Boone.

—No hay nada que decir —dice Corey, aunque sigue hablando—: Nos gusta surfear, nos gusta divertirnos, nos gusta armar camorra. Eso es todo.

«Parece la letra de un tema malo de hip-hop», piensa Boone.

—¿Traficáis?

—Nopi.

—¿Y qué me dices de los esteroides?

—¿Cómo dices?

—No me jodas, que no estoy de humor —dice Boone—. Los esteroides: ¿los vendes o solo consumes?

—Solo consumo —dice Corey.

—¿Dónde los consigues?

—No tengo nada que decir. —Corey sonríe, alza la mirada del suelo y le sonríe a Petra—. ¿Conque cadena perpetua sin libertad condicional? ¿Tengo pinta de chicano, acaso? Con la pasta que paga mi papi, me concederán la libertad probatoria.

Se pone de pie y el guardia lo hace salir.