Desde que sale con Pete, Boone ha comenzado a darse cuenta de lo que son los eufemismos británicos.
Si ella dice que tiene «un pelín de hambre», significa que está famélica; si está «ligeramente molesta», en realidad es que siente una furia casi asesina, y, cuando dice que Corey tiene «un problemilla», quiere decir que lo tiene crudo.
«Llamar “problemilla” a la confesión de Corey equivale a decir que un tsunami es “una olita”», piensa Boone mientras revisa la carpeta.
Bastaría para arrancar a Corey de la playa y trasladarlo hasta San Quintín, de donde no volvería a salir nunca más.
El imbécil de Corey escribió lo siguiente:
Nos quedamos fuera del bar, esperando, cabreados porque nos hubiesen echado. Entonces, cuando vi salir a aquel tío del bar, decidí meterme con él. Me le acerqué y le pegué un «puñetazo supermán».
¿Un «puñetazo supermán»? —se pregunta Boone—. ¿Qué demonios será eso?
Lo vi perder el conocimiento antes de caer al suelo. Aparte de esto, no tengo nada que decir.
¿«Aparte de esto»? Boone no lo puede creer. ¡Qué memo imbécil! ¿Aparte de reconocer la premeditación, después el acto premeditado y después de dar testimonio de que tu víctima casual murió como consecuencia de tu puñetazo y no de la caída? ¡Y qué más! Aparte de esto, es buen momento para cerrar el pico, gilipollas. Un estilo de escritura muy eficiente, eso sí. Cadena perpetúa sin libertad condicional en cinco oraciones escuetas. Hemingway no podría haberlo hecho mejor.
Tres de las declaraciones de los testigos corresponden a sus amiguitos.
Los compañeros de Corey en la pandilla de Rockpile quieren hacerle pagar el pato.
«Eso es lo típico de las pandillas —piensa Boone—. Todo el rollo de que son “hermanos para siempre”, hasta que se meten en las matemáticas puras y duras del homicidio premeditado o cómplice de asesinato o testigo protegido y entonces la hermandad se llena de caínes y de abeles.»
Evidentemente, la policía fue dando forma al caso desde el primer momento. Tenían a otros dos testigos presenciales dispuestos a declarar que Corey había dado el puñetazo mortal, de modo que los polis se pusieron a trabajar con los otros posibles acusados para asegurarse de que Corey quedara bien pillado en la red.
Desde el punto de vista técnico, podían acusar a los cuatro de asesinato —sin duda aquella había sido su táctica inicial—, pero en la práctica solo podrían mantener la acusación de complicidad, de modo que pusieron una luz brillante sobre la puerta de salida para que tres de ellos supieran qué hacer.
La declaración de Trevor no tiene desperdicio.
Estábamos dando vueltas en el callejón cuando vimos venir por la calle al tío aquel. Corey dijo: «¡Ojo al parche! Me voy a meter con él. Lo voy a zurrar.» Lo traté de refrenar…
«Conque “lo traté de refrenar”, ¿no?», piensa Boone.
Después de trabajar tres años en el Departamento de Policía de San Diego, Boone reconoce el argot policial en cuanto lo ve.
A Trevor lo prepararon.
No le dictaron la declaración, pero se la sugirieron.
De todos modos, tiene un bonito toque de autenticidad.
Y eso de «Lo voy a zurrar» son malas noticias, sin duda.
… pero Corey me quitó de encima y le pegó a aquel tío un «puñetazo supermán».
«¡Y dale con el “puñetazo supermán”! —piensa Boone—. Sea lo que sea, parece algo importante.»
Y entonces oí un crac verdaderamente espantoso, cuando la cabeza del señor Kuhio golpeó el suelo. Me di cuenta entonces de que aquello no era moco de pavo y le dije a Corey: «¿Qué has hecho, tío? Pero ¿qué has hecho?».
Supongo que tendríamos que haber llamado al servicio médico de urgencias y habernos quedado, pero ñipamos y nos acojonamos, así que regresamos al coche y nos fuimos. Yo lloraba y Corey gritaba: «¡Lo hostié! ¡Qué hostia le pegué a ese malnacido! ¿Habéis visto cómo lo hostié?».
¡Ajá! A Trevor le han dado una pala y se ha puesto a cavar como loco, aprovechando la mano que le ha echado el oficial que investiga el caso.
Boone casi puede oír al detective en la sala de interrogatorios con el gilipollas de Trevor:
«Esta podría ser la última oportunidad que te queda para ayudarte, tío. El tren está saliendo de la estación. No es lo mismo ser testigo que cómplice, chaval. El primero se va a casa y el otro se va a duchar con la mafia mexicana.»
Entonces le acerca por encima de la mesa un bloc de papel y un bolígrafo y le dice a Trevor que se ponga a escribir.
Que escriba para salvar el pellejo.
Entonces los policías van zumbando de aquí para allá como las abejas, polinizando alternativamente a Trevor Bodin y a Billy y a Dean Knowles, de modo que se echen encima la mayor cantidad de mierda posible entre ellos, pero sobre todo a Corey. Un pequeño taller de escritura expositiva allí mismo, en comisaría. Afilad los lápices, alumnos, y aseguraos de usar verbos vividos y adjetivos briosos. Decidlo con vuestras propias palabras. Encontrad vuestra voz interior.
El único chaval que no recibió ninguna ayuda fue Corey. Se limitaron a entregarle el bolígrafo suicida y le dijeron que escribiera.
«Clávate la punta en la barriga, chaval, y muévela hacia arriba y hacia los lados. Y trata de no derramar tus sangrientas entrañas sobre nuestros muebles, niñato.»
Los oficiales que llevaron a cabo la investigación, según el expediente, fueron Steve Harrington y John Kodani.
Johnny Banzai.
Tenemos un problemilla.
Incluso teniendo en cuenta la «regla del salto».
Boone y Johnny establecieron la regla del salto poco después de que Boone obtuviera su licencia de detective privado, cuando se dieron cuenta de que sus intereses iban a chocar de vez en cuando, de modo que la regla no consiste más que en comprender que algunas veces su vida comercial entraría en conflicto con su amistad —algunas veces uno de ellos tendría que robarle la ola al otro—, pero que no se lo tomarían como una cuestión personal.
Sí, claro, pero…
Esto amenaza con convertirse en algo personal, porque, para que Boone pueda desempeñar su cometido, tendrá que atacar el trabajo de Johnny, su ética profesional. Eso no es algo que uno le hace a un amigo y —no cabe la menor duda— Boone y Johnny Banzai son amigos.
Lo son desde el primer año en que estudiaban para policías en la Universidad Estatal de San Diego. En aquella época, Johnny surfeaba en Ocean Beach y fue Boone quien le recomendó que probara en el muelle de Pacific Beach y quien se ocupó de que, como recién llegado, no despertara las iras de ningún lugareño. En realidad, no costó mucho, porque, cuando los jóvenes de Pacific Beach vieron a Johnny bordar aquella ola como si la hubiera parido, cuando se dieron cuenta de que era un tío cojonudo, lo aceptaron sin más.
Pues sí, Boone y Johnny Banzai son amigos, por ejemplo…
Boone fue padrino en la boda de Johnny y estuvo estudiando japonés varias semanas para poder saludar como corresponde a los abuelos de Johnny. Otro ejemplo:
Si tanto Johnny como su mujer tenían que trabajar algún día del fin de semana, dejaban a sus hijos con Boone y Dave en la playa y no se preocupaban en absoluto, porque sabían que tanto uno como el otro se dejarían matar antes que permitir que algo les ocurriera a aquellos niños. Otro ejemplo:
Uno de aquellos niños, el menor, se llama James Boone Kodani. Otro ejemplo:
Boone, que normalmente es de lo más pacífico, dio un meneo a un payaso que llamó «mono amarillo» a Johnny allí mismo, en The Sundowner. Otro ejemplo:
Cuando Boone tuvo problemas como consecuencia del caso de Rain Sweeny, cuando era un paria en la policía, fue Johnny Banzai —únicamente Johnny Banzai— quien se puso de su lado, el único que hablaba con él, que se sentaba a su lado y comía con él. Y aunque Boone nunca se enteró, cuando dejó la insignia, fue Johnny Banzai el que, recurriendo a sus conocimientos de yudo, atizó una paliza épica a tres —pues sí, tres— polis que hablaron pestes de Boone en los vestuarios. Otro ejemplo:
Durante los largos meses que Boone se pasó tumbado y compadeciéndose de sí mismo, Johnny Banzai iba a verlo a su chabolo casi todos los días. Fue Johnny el que le dio una patada en el culo para que se levantase del sofá, el que se condolió con él cuando Sunny no aguantó más y lo echó y el que le dijo: «Vuelve al océano, hermano. Vuelve a meterte en el agua.» Otro ejemplo:
Es que son amigos.
De modo que aquello no va a ser para pasárselo pipa.