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Petra está sentada y bebe el té a sorbos.

No es habitual en ella permanecer sentada sin hacer nada, pero en cierto modo lo disfruta: está sentada y piensa en Boone.

«Un hombre extraño —piensa—: simple en la superficie, pero sumamente complicado en el fondo. Una vorágine de contradicciones bajo un mar de apariencia plácida. Un surfista con pinta de Tarzán que lee novelas rusas por la noche. Un glotón que devora comida basura y no tiene ni un gramo de grasa en el cuerpo y que es capaz de asar pescado haciéndolo girar sobre una fogata. Un cernícalo que, si insistes, puede mantener una conversación inteligente sobre arte. Un cínico desilusionado que apenas oculta su idealismo. Un hombre que saldrá corriendo desesperado ante cualquier cosa que parezca una emoción, pero también un alma profundamente sensible que podría ser el hombre más amable y más gentil que hayas conocido jamás.»

«Y es que además, ¡demonios!, es atractivo —piensa— y frustrante.»

Hace como tres meses que —por decirlo así— salen y lo máximo que ha hecho ha sido rozarle los labios aprisa, casi castamente.

No, si se ha comportado tremendamente bien, como un auténtico caballero. Dos noches atrás, ella lo había arrastrado a un acto benéfico en el Museo de Arte Contemporáneo de La Jolla y él se presentó con un elegante traje de verano color caqui, con una camisa azul Perry Ellis que sin duda escapaba a su presupuesto y hasta se había cortado el pelo. Había soportado toda la cháchara con una tolerancia increíble y hasta había recorrido la galería con ella y había hecho comentarios perspicaces sobre algunas obras, a pesar de que ninguna de ellas representaba olas rompiendo ni rancheras con carrocería de madera de la década de 1950. Además —la verdad sea dicha— se había mostrado encantador con los demás invitados y con los anfitriones e hizo gala de un conocimiento increíblemente detallado de la obra benéfica en cuestión y Petra se había erizado cuando una colega comentó en el baño de señoras que su «amiguito estaba de película».

Sin embargo, esa noche la acompañó hasta la puerta de su casa y se quedó en el umbral, como si tuviera los pies clavados en el cemento, le dio un abrazo afectuoso y un beso superficial y aquello fue todo.

«¿Es que quiero algo más? —se pregunta a sí misma—. Sin duda, en esta época y a esta edad y siendo una mujer moderna y liberada, si quisiera más podría ir a buscarlo. Soy perfectamente capaz de tomar la iniciativa.»

«¿Y por qué no lo haces?», se pregunta.

«¿Acaso sientes tú la misma ambivalencia que él? Porque no cabe duda de que se siente atraído por ti, ya que, si no, no te invitaría a salir tantas veces, pero no se decide a pasar al siguiente nivel. Y, si vamos a ser sinceros, tú tampoco. ¿Por qué será? ¿Será porque los dos sabemos que somos tan diferentes y que, por lo tanto, no puede salir bien? ¿O será porque en el fondo de nuestro corazón los dos sabemos que él aún no ha superado lo de Sunny?»

Se pregunta si lo superará alguna vez.

«¿Y yo? ¿Quiero que lo supere o no?»

La actitud que ha adoptado con respecto a Corey Blasingame es, sin duda, una razón en contra. ¿Cómo es posible que una persona inteligente pueda adoptar sin pensarlo una postura tan prejuiciosa y vengativa, a lo Harry el Sucio o tipo ordeno y mando…?