Tenemos bastante religión para hacernos odiar, pero no la suficiente para hacer que nos amemos los unos a los otros.
¿Cómo es posible esperar que la humanidad haga caso de los consejos, cuando no está dispuesta a hacerlo de los escarmientos?
Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo podéis reconocer por esta señal: todos los tontos se unen contra él.
Herodoto nos dice que en los países fríos las bestias muy raramente tienen cuernos, pero que en los cálidos los tienen muy largos. Esto podría dar lugar a una divertida interpretación.
Qué hacen en el Paraíso, no lo sabemos; qué no hacen, nos fue informado explícitamente: ni se casan ni son dados en matrimonio.
La razón por la cual tan pocos matrimonios son felices es que las jóvenes señoras pierden su tiempo en tejer redes, no en hacer jaulas.
La crítica es el impuesto que un hombre paga al público por ser eminente.
Venus, una hermosa señora de buen carácter, era la diosa del Amor; Juno, una harpía terrible, la diosa del Matrimonio; ambas fueron siempre mortales enemigas.
Los ancianos y los cometas han sido venerados por la misma razón: sus largas barbas y sus pretensiones de predecir los acontecimientos.
La mayoría de las diversiones de los hombres, los niños y otros animales son una imitación de la lucha.
Esto está excelentemente observado, digo cuando leo un pasaje en un autor, cuya opinión concuerda con la mía. Cuando diferimos, declaro que está equivocado.
Algunas veces leo un libro con placer, y detesto al autor.
La muerte de un hombre resulta generalmente de tan pequeña importancia para el mundo, que no puede ser una cosa de gran importancia en sí misma; y sin embargo yo no observo, a través de la experiencia de la humanidad, que la filosofía o la naturaleza nos hayan armado suficientemente contra los temores que la rodean. Ni encuentro ninguna cosa capaz de reconciliarnos con ella, sino el extremo dolor, la deshonra o la desesperación. Porque la pobreza, la prisión, la mala suerte, el pesar, la enfermedad y la vejez, generalmente fallan.
Puede resultar prudente que yo actúe a veces por la razón de otros hombres, pero sólo puedo pensar por la mía.
Podéis forzar a los hombres, por interés o castigo, a decir o jurar que creen. No podéis ir más lejos.
Hay cien probabilidades contra una de que un celo violento por la verdad no sea más que petulancia, ambición o vanidad.
La misericordia de Dios se derrama sobre todas sus obras, pero los teólogos de todas clases la disminuyen demasiado.
Es imposible que algo tan natural, tan necesario y tan universal como la muerte haya sido creado por la providencia como un mal para la humanidad.
Aunque la razón fue calculada por la providencia para gobernar nuestras pasiones, parece que en dos puntos de la mayor importancia para la existencia y la supervivencia del mundo, Dios ha previsto que nuestras pasiones prevalezcan sobre nuestra razón. El primero es la propagación de nuestra especie, puesto que ningún hombre sabio se casaría nunca bajo los dictados de la razón. El otro es el amor a la vida, a la cual, de acuerdo con los dictados de la razón, todo hombre debería despreciar.