No hay cosa que contribuya más a la reputación de los particulares o al honor de una nación en general, que la construcción y dotación de edificios apropiados para recibir a quienes padecen diferentes clases de desgracias. Allí, el enfermo y el infortunado son liberados de la miseria de socorrerse a sí mismos[59].
Es cierto que el genio del pueblo de Inglaterra se siente firmemente inclinado a las caridades públicas, y en grado tan noble, que casi en todas partes de esta gran y opulenta ciudad, y en muchas de las villas adyacentes, nos encontramos con un gran surtido de hospitales sostenidos por la generosa contribución de las familias privadas, tanto como por la liberalidad del público. Algunos, para marinos estropeados al servicio de su patria, y otros para soldados lisiados y achacosos; algunos, para el mantenimiento de comerciantes decaídos, y otros para sus viudas y huérfanos; algunos, para el auxilio de quienes subsisten bajo el peso de tediosas enfermedades, y otros para los que se hallan privados de su razón.
Pero encuentro, tras una escrupulosa inspección, que existe una clase de caridad casi totalmente olvidada, que me parece, sin embargo, de una naturaleza tan excelente como para ser actualmente más solicitada y mejor planificada que lo que cualquier otra pueda serlo, para el alivio, la tranquilidad y la felicidad de todo este reino. Quiero decir:
Un hospital para incurables
Verdaderamente, debo confesar que una fundación de esta naturaleza exigiría un desembolso muy grande y permanente. Sin embargo, no tengo la menor duda de que seré capaz de convencer al mundo de la practicabilidad de mi proyecto para un hospital semejante, y de que este debe ser deseado por toda persona que lleve realmente en su corazón el interés de su patria o el de sus conciudadanos.
Es evidente que así como los cuerpos de las criaturas humanas son afectados por una variedad infinita de desórdenes que eluden el poder de la medicina y son frecuentemente hallados incurables, sus mentes son invadidas por una variedad igual, a la que ninguna habilidad, ningún poder, ni ninguna medicina pueden modificar o corregir. Y me parece que en lo tocante a la paz y el provecho públicos, así como a la tranquilidad de muchas piadosas y estimables familias, estas especies modernas de incurables deben comprometer especialmente nuestra atención y beneficencia.
Creo que un hospital para esos incurables será universalmente admitido como necesario si sólo tenemos en cuenta la cantidad de incurables absolutos que puede producir continuamente cada profesión, rango o grado. Incurables que actualmente no son otra cosa que cargas nacionales, de las que no tenemos otro método eficaz para purgar al reino.
Por ejemplo: considere cualquiera seriamente la cantidad de tontos incurables, pícaros incurables, cascarrabias incurables, escritorzuelos incurables (además de mí mismo), petimetres incurables, infieles incurables, mentirosos incurables y prostitutas incurables que se encuentran en todo lugar público. Sin contar los incurablemente vanos, incurablemente envidiosos, incurablemente soberbios, incurablemente afectados, incurablemente impertinentes y otros diez mil incurables que debo necesariamente pasar en silencio para no inflar este ensayo hasta el tamaño de un volumen. Sin duda, cualquier persona desprejuiciada admitirá que el público debería ser aliviado, en la medida de lo posible, de esta intolerable y pesada variedad de incurables.
Y empecemos. Podemos esperar razonablemente que un hospital de esta clase se verá provisto, bajo la denominación de tontos incurables, de un número considerable de productos de nuestras universidades, que actualmente ejercen en el mundo distintas profesiones bajo los venerables títulos de médicos, abogados y eclesiásticos.
Y como esos antiguos colegios han sido considerados durante los últimos años poco menos que criaderos de esos incurables, parecería sumamente recomendable adoptar alguna clase de previsión a su respecto; porque, es más que probable, si ellos tienen que ganarse la vida mediante su propio mérito particular en sus distintas profesiones, deben obtener necesariamente un pasar muy mediano.
No quisiera que se sospeche aquí de mí que creo que los pequeños provechos ofrecidos por el ejercicio de algún arte o ciencia son siempre un signo indudable de un entendimiento igualmente pequeño. Más bien me declaro algo inclinado a la opinión contraria después de haber observado frecuentemente en el foro y el púlpito que quienes tienen menos ciencia y sensatez para razonar se encuentran con la proporción mayor de progreso y utilidad. De esto se podrían ofrecer muchos ejemplos, pero el público no parece necesitar ninguna demostración sobre el particular.
Casi he olvidado mencionar que existe una modesta probabilidad de que muchos clérigos sean hallados convenientemente calificados para su admisión en el hospital bajo esa clasificación. Podrían servir como capellanes y evitar el gasto innecesario de salarios.
Con esos tontos, en orden sucesivo, podrían ser justamente incluidos los pícaros incurables, que nuestras Inns of Court[60] nos proveerían constantemente en abundante cantidad.
Pienso, por cierto, que sólo debe admitirse cada año cierta cantidad limitada de estos incurables, cantidad que ninguna consideración hacia la tranquilidad o el provecho de la nación, ni ninguna otra razón caritativa o patriótica nos debe incitar a exceder. Porque si fueran admitidos en la Fundación todos los que pueden ser considerados incurables de esta enfermedad, y si el público pudiera encontrar un lugar suficientemente grande para recibirlos, no tengo la menor duda de que todas nuestras Inns, ahora tan pobladas, serían en corto tiempo vaciadas de sus habitantes, y a la ley, ese arte beneficioso, no le alcanzarían los brazos para llevarlos.
Me estremezco al pensar en las hordas de abogados, procuradores, picapleitos, escribanos, usureros, amanuenses, carteristas, prestamistas, carceleros y jueces de paz que serían conducidos al hospital a toda hora, y en la conmoción que esto provocaría en muchas nobles y afortunadas familias. ¡Qué dolor inesperado constituiría para tantos hombres de fortuna y calidad verse súbitamente privados de sus ricos administradores, en quienes tuvieron durante muchos años la mayor confianza, para encontrarlos irrecuperablemente albergados entre esa colección de incurables!
¿Cuántos huérfanos esperarían ver a sus guardianes precipitados al hospital, y cuántos albaceas codiciosos tendrían razón para lamentar la falta de oportunidades de pillaje?
¿No tendría la calle del Exchange razón para lamentarse por la pérdida de sus comisionistas y prestamistas, y la Sociedad de Caridad por la confinación de muchos de sus directores?
¿No podrían Westminster Hall[61] y todas las casas de juego de esta gran ciudad verse enteramente despobladas, y los profesores de arte en cada una de esas reuniones quedar inutilizados en sus vocaciones al ser privados de toda futura oportunidad de ser deshonestos?
En resumen, eso sumiría al reino entero en la confusión y el desorden, y nos encontraríamos con que todas las rentas de la nación serían escasas para mantener tantos incurables como los que aparecerían calificados para la admisión en nuestro hospital.
Pero si solamente consideramos cómo hormiguea este reino de mesas de cuadrilla[62] y casas de juego públicas y privadas, y cómo cada una de esas casas (lo mismo que la mencionada Westminster Hall) bulle de pícaros ansiosos de ganar o de tontos que tienen alguna cosa que perder, nos convenceremos pronto de hasta qué punto será necesario limitar el número de incurables aceptados bajo esos títulos. No vaya a suceder que la Fundación resulte insuficiente para mantener a otros además de ellos.
Sin embargo, creo que si la nación puede ser aliviada de veinte mil o treinta mil de estos incurables gracias a mi proyecto, este debe ser considerado de algún modo beneficioso, y merecedor de la atención del público.
La siguiente especie de la que alegremente me ocuparía, y que durante varias generaciones ha resultado una plaga y perjuicio insoportables para el pueblo inglés, es la de quienes podrían ser apropiadamente admitidas en el carácter de cascarrabias[63] incurables.
Confieso que este es un trastorno de naturaleza tan desesperada que pocas mujeres se hallan dispuestas a reconocerse entregadas a él. Y sin embargo, se sabe que casi no hay clérigo aprendiz, concejal, caballero o marido que no sostendrían solemnemente lo contrario.
Yo querría, ciertamente, que la palabra cascarrabias fuese reemplazada por algún término más amable de igual significación, porque estoy convencido de que el adjetivo verdadero resulta tan ofensivo a los oídos de las mujeres como los efectos de esa incurable enfermedad a los de los hombres; lo que seguramente es inexpresable.
Y es evidente para el observador común que siempre ha sido usual honrar una misma clase de acciones con apelativos diferentes, sólo para evitar ofensas.
Por ejemplo: ¿cuántos leguleyos, procuradores, abogados, camareras intrigantes y contadores se hacen constantemente culpables de extorsión, soborno, opresión y muchas otras canalladas provechosas para sangrar las bolsas de aquellos con quienes de algún modo están relacionados? Y sin embargo, esos diversos expedientes para hacer fortuna pasan generalmente bajo los títulos más moderados de honorarios, propinas, recompensas, presentes, gratificaciones y cosas parecidas. Aunque estrictamente hablando deberían ser llamados robo, y consecuentemente premiados con la horca.
Más aún, ¿cuántos honorables caballeros sería posible mencionar que mantienen la tienda abierta para ejercer un comercio de iniquidad, enseñan a la ley a hacer la vista gorda cada vez que el poder o el provecho se cruzan en su camino, y se las ingenian para hacerse ricos mediante el vicio, los litigios o las tonterías de la humanidad? Sin embargo, en vez de ser señalados con el severo nombre de canallas, rateros y opresores públicos (como justamente merecen), son distinguidos simplemente por el título de juez de paz, en cuyo solo término se tienen generalmente por implicadas todas esas variadas acepciones.
Pero continuemos. Cuando decidí preparar este proyecto para el uso y el conocimiento del público, intenté examinar un barrio entero de esta ciudad, de modo que mi cálculo del número de cascarrabias incurables fuese más perfecto y exacto. Pero encontré imposible continuar mi marcha hasta más allá de una calle.
En primer lugar me dirigí a un rico ciudadano de Cornhill, concejal por su distrito, a quien le di a entender que si él conocía alguna cascarrabias incurable en la vecindad, yo tenía alguna esperanza de ocuparme de ella de modo de impedirle ser fastidiosa en el futuro. Me orientó con gran deleite hacia su próximo vecino, aunque susurró que con mucho mayor alivio y placer podría ofrecerme a alguien de su propia familia. Y pidió la preferencia.
Su vecino confesó de buena gana que los merecimientos de su esposa no habían sido tergiversados, y que contribuiría alegremente a promover un proyecto tan útil; pero afirmó rotundamente que resultaría un pobre servicio desembarazar a la vecindad de una sola mujer, mientras quedasen tales multitudes, todas igualmente insoportables.
Circunstancia por la que conjeturé que la cantidad de esas incurables en Londres, Westminster y Southwark sería muy considerable, y que se puede esperar una generosa contribución para un hospital como el que recomiendo.
Además, el número de mujeres incurables se vería probablemente muy incrementado por cantidades suplementarias de solteronas que, aburridas de ocultar su mal humor durante una mitad de sus vidas, están impacientes por darle total desahogo en la otra. Porque las solteronas, como los vinos viejos de poco cuerpo, en vez de volverse más agradables con los años, se vuelven intolerablemente agrias, ácidas e inútiles.
En cuanto a los escritorzuelos incurables (de cuya Sociedad tengo el honor de ser miembro), probablemente son innumerables y, en consecuencia, será absolutamente imposible ocuparse de una décima parte de su fraternidad. Sin embargo, como este conjunto de incurables se halla generalmente más vejado que ningún otro por la pobreza, será una doble caridad admitirlo en la Fundación. Caridad hacia el mundo, para el que son una peste y molestia común, y caridad hacia ellos mismos, al aliviarlos de la necesidad, el desprecio, las pateaduras y varios otros accidentes de esa naturaleza, a los que se hallan continuamente expuestos.
La misma Grubstreet[64] tendría razón para regocijarse al ver a tantos de sus artesanos muertos de hambre tan generosamente sostenidos, y la tribu completa de escuálidos incurables probablemente vivaría de júbilo al ser liberada de la tiranía y las buhardillas de impresores, editores y libreros.
¡Qué heterogénea multitud de escritores de baladas, traductores, fabricantes de odas, autores de entremeses, traficantes de óperas, biógrafos, panfletistas y periodistas aparecerían atestando el hospital! No muy diferentes de las bestias acudiendo al Arca antes del Diluvio. ¡Y qué satisfacción universal produciría semejante espectáculo a todos, excepto a los pasteleros, almaceneros, tenderos y vendedores de tabaco, únicos a quienes los escritos de estos incurables son de algún modo provechosos!
Frecuentemente he quedado pasmado al observar la variedad de petimetres incurables que se encuentran entre St. James y Limehouse a cualquier hora del día: tan numerosos como los curas galeses, e igualmente despreciables. Cómo hormiguean en todos los cafés, teatros, paseos públicos y reuniones privadas. Cómo se hallan incesantemente dedicados a cultivar intrigas y toda clase de placeres irracionales. Qué industriosos se muestran al remedar la apariencia de monos, del mismo modo que los monos se emulan al imitar los gestos humanos. De tales observaciones he deducido que recluir a la mayor parte de esos incurables, que son otras tantas parodias vivientes de la naturaleza humana, sería de eminente utilidad a esta nación. Y estoy convencido de que me hallo lejos de ser el único en sostener esta opinión.
En cuanto a los incurables restantes, podemos deducir razonablemente que se dan, como mínimo, en la misma proporción que los mencionados. Pero en lo que concierne a las prostitutas incurables de este reino, debo observar particularmente que las que son públicas, y hacen de ello su profesión, ya tendrían hospitales apropiados para su recepción, si pudiésemos encontrar magistrados sin pasiones o alguaciles sin una incurable sensibilidad al soborno. Y a las que son privadas, y hacen de eso su pasatiempo, yo me mostraría remiso a perturbarlas, por dos razones.
Primero, porque probablemente afligiría a muchos nobles, ricos, satisfechos y cándidos maridos, al convencerlos de su propio deshonor y de la imperdonable deslealtad de sus esposas. Y segundo, porque siempre será imposible evitar que una mujer se haga culpable de alguna clase de extravío una vez que esté firmemente resuelta a intentarlo.
Observaciones por las que todo hombre razonable debe ser infaliblemente convencido de que un hospital para el amparo de esas diversas especies de incurables resultaría extremadamente beneficioso para estos reinos. Creo, por consiguiente, que nada más hace falta, sino demostrar al público que tal proyecto es muy practicable: tanto por incluir un método seguro para obtener un ingreso anual por lo menos suficiente para realizar el experimento (que es el medio para fundar todos los hospitales), como por existir una firme posibilidad de que sea sostenido por ganancias permanentes. Lo que nos permitiría, en muy pocos años, elevar el número de incurables a nueve décimas más del que podemos aventurar razonablemente al comienzo.
Un cálculo
de los gastos diarios y anuales
de un
serio y útil Hospital
a ser construido para Incurables,
y de universal beneficio
para todos los súbditos de Su Majestad
Por día:
Tontos incurables. Son casi infinitos. Sin embargo, al principio, yo sólo admitiría veinte mil, y concediendo a cada uno nada más que un chelín diario para su mantenimiento, que es lo menos que se puede, el gasto diario de este rubro será……………1.000
Pícaros incurables. Son, si es posible, más numerosos, incluyendo a los extranjeros, especialmente irlandeses. Pero limitaría el número de ellos a unos treinta mil, lo que importaría…………1.500
Cascarrabias incurables. Serían abundantemente suministradas por casi todas las familias del reino. Y verdaderamente, para hacer a este hospital de alguna utilidad real, no podemos admitir, ni siquiera al principio, menos de treinta mil, incluyendo a las señoras de Billingsgate y Leaden Hall Market, lo que hace…………1.500
Petimetres incurables. Son muy numerosos. Y teniendo en cuenta las cantidades que se importan anualmente de Francia e Italia, no podemos admitir menos de treinta mil, lo que hará…………500
Infieles incurables (como les gusta ser llamados). Serían recibidos en el hospital hasta la cantidad de diez mil. Sin embargo, si accidentalmente sucediera que se dieran a la moda de ser creyentes, es probable que en poco tiempo se pudiera echar a gran parte de ellos del hospital, como perfectamente curados. Sus gastos serían…………500
Mentirosos incurables. Son infinitos en todas partes del reino; y haciéndonos cargo de las esposas de los ciudadanos y de los aprendices de merceros, periodistas, solteronas y aduladores, no podemos aceptar un número menor de treinta mil, lo que importará…………1.500
Los incurablemente envidiosos existen en vastas cantidades a través de toda esta nación. No puede esperarse razonablemente que disminuya su número mientras la fama y los honores sean amontonados sobre algunas personas como premio público a sus realizaciones superiores en tanto otras que son igualmente excelentes en su propia opinión, se ven forzadas a vivir desconocidas y despreciadas. Y como sería imposible proveer por todos los poseídos de esta enfermedad, yo sólo consentiría al principio en admitir veinte mil para hacer la prueba, importando esto…………1.000
De los incurablemente vanos, afectados e impertinentes, admitiría por lo menos diez mil. Estoy seguro de que este número resultará insignificante si incluimos todos los niveles de mujeres, desde la duquesa a la camarera; todos los poetas que hayan tenido un pequeño éxito, especialmente en el medio dramático, y todos los actores que hayan encontrado un pequeño grado de aprobación. Importando solamente…………500
Por cuyo sencillo cálculo[65] es evidente que serán sostenidas diariamente doscientas mil personas. La asignación necesaria para mantener esta colección de incurables puede ser vista en la siguiente tabla.
Para los incurables
Para los incurablemente
De lo que resulta que el gasto diario ascenderá a una suma tal, que en 365 días llegará a…………3.650.000
Y estoy plenamente satisfecho, puesto que una cantidad mucho mayor que esta puede ser reunida fácilmente, con toda la satisfacción posible al asunto, sin interferir en lo más mínimo con los ingresos de la Corona.
En primer lugar, una gran proporción de esta suma podría reunirse mediante la contribución voluntaria de los habitantes.
La población calculada de Gran Bretaña es muy poco menor de ocho millones, de los cuales podemos considerar, según un cálculo más moderno, que la mitad son incurables. Y como todos esos incurables, ya actúen en condición de amigos, conocidos, esposas, maridos, hijas, consejeros, padres, solteronas o solterones, son plagas inconcebibles para todos los que los conocen, y como no hay esperanza de ser aliviados de semejante plaga si no es por medio de ese hospital, que debería ser gradualmente ampliado hasta contenerlos a todos, me parece que no se puede dudar de que por lo menos tres millones y medio de personas entre las restantes se mostrarán tan capaces como deseosas de contribuir con una suma tan insignificante como veinte chelines anuales a la tranquilidad del reino, la paz de las familias y el crédito de la nación en general. Esta contribución nos llevaría muy cerca de la suma necesaria. Esto no puede considerarse bajo ningún concepto una conjetura extravagante. Porque, ¿dónde hay un hombre sensato, honesto, y de buena naturaleza que no ofrecería una cantidad mucho mayor para verse libre de una cascarrabias, un pícaro, un tonto, un mentiroso, un petimetre que repite fatuamente las composiciones de otro o de un vano poeta impertinente repitiendo las suyas?
En siguiente lugar, se puede suponer con justicia que muchos nobles, caballeros, hacendados y herederos extravagantes, con muy grandes fortunas, serían confinados en nuestro hospital. Y yo propondría que la renta anual de toda propiedad de un incurable particular fuese confiscada para uso de la Casa. Además de eso, habrá sin duda muchos viejos tacaños, regidores, magistrados, directores de compañías, templarios[66] y comerciantes de todas clases, cuyas fortunas personales son inmensas, y que proporcionarían adecuado pago al hospital.
Por temor a ser mal entendido en este punto, apareciendo como promotor de un plan injusto u opresivo, explicaré todavía más detalladamente mi proyecto.
Suponed, por ejemplo, que un joven noble, dueño de diez o veinte mil libras anuales fuese accidentalmente confinado como incurable: yo sólo tomaría para el hospital la misma proporción de sus bienes que él mismo gastaría si estuviese en libertad. Y después de su muerte, las utilidades de su patrimonio serían entregadas regularmente al heredero legítimo inmediato, fuese hombre o mujer.
Mi razón para proponer esto es que bienes considerables, que probablemente serían dilapidados entre sabuesos, caballos, halcones, prostitutas, tahúres, cirujanos, sastres, alcahuetes, comparsas o arquitectos si se dejasen al gobierno de semejantes incurables, se volverían por este medio de alguna utilidad real, tanto para el público como para ellos mismos. Y quizá sea este el único método que se pueda encontrar para sacar de esos jóvenes manirrotos algún provecho real para su patria.
Y aun si a los bienes de los incurables se les permitiera descender hasta los herederos inmediatos, probablemente el hospital no sufriría un gran perjuicio, porque es muy posible que la mayoría de esos herederos también sea gradualmente admitida bajo una u otra denominación, y consecuentemente sus bienes pasarían nuevamente al uso del hospital.
En cuanto a los ricos tacaños y compañía, examinaría y calcularía escrupulosamente sus fortunas, porque si fuesen viejos solterones (como frecuentemente habría de suceder) sus propiedades íntegras serían confiscadas por el establecimiento; pero si estuviesen casados, yo dejaría dos tercios de sus bienes para sus familias, que consentirían generosamente en desprenderse del tercio restante, si no de más, con tal de liberarse de tan malhumorados y desagradables tutores.
De modo que, deduciendo de los doscientos mil incurables los cuarenta mil escritorzuelos, que seguramente serían hallados en muy malas condiciones, creo que entre los ciento sesenta mil tontos, pícaros y petimetres restantes, muchos serían hallados de grandes bienes y cómodas fortunas, como para producir, por lo menos, doscientas mil libras anuales.
Como refuerzo adicional para nuestra fundación, aplicaría un impuesto sobre todas las inscripciones en lápidas, monumentos y obeliscos erigidos en honor de los muertos, o en los pórticos y trofeos levantados en homenaje a los vivos, porque deben incluirse, natural y apropiadamente, bajo los rubros de mentira, soberbia, vanidad y compañía.
Estoy convencido de que si todas las inscripciones a lo largo de este reino fuesen examinadas imparcialmente, con ánimo de imputar aquellas que resulten ostensiblemente falsas o aduladoras, ni una quinta parte del total escaparía eximida después del escrutinio.
Mucho espíritu turbulento y ambicioso aparecería entonces calumniado con el opuesto título de amante de su patria, y muchos magistrados del Middlesex impropiamente descriptos como descansando en esperanza de Salvación.
Muchos usureros, desacreditados por los apelativos de honesto y frugal, y mucho leguleyo caracterizado como escrupuloso y equitativo.
Muchos estadistas y generales británicos, pudriéndose con mayor honor que con el que vivieron, y distinguidos sus restos con una reputación mejor que la que tuvieron cuando animados.
Muchos clérigos obtusos impropiamente titulados elocuentes, y muchos médicos estúpidos inverosímilmente titulados doctos.
A pesar de la extensión que tomaría un impuesto sobre esas inscripciones, sólo tendré en cuenta veinte mil, a cinco libras por año cada una, lo que da cien mil libras anuales.
También pediría al Parlamento de esta Nación que nos conceda el beneficio de dos loterías anuales, por cuyo medio el hospital ganaría doscientas mil libras limpias. Una petición semejante no puede parecer un recurso extraordinario, puesto que serían destinadas al beneficio de tontos y pícaros, que son la única causa de que ya se conceda una para este año[67].
Finalmente, agregaría la fortuna del caballero Richard Norton. Y para hacer todo el honor posible a su memoria, erigiría su estatua en el sector principal del hospital, o en cualquier otro que resultara más apto. Y en su monumento permitiría una extensa inscripción redactada por sus amigos más queridos, que quedaría libre de impuestos para siempre.
De esos varios rubros, por lo tanto, surgirían anualmente las siguientes sumas:
Esta suma de 356.000 libras sería aplicada a la construcción del edificio y a responder a los gastos eventuales de la manera que parezca más adecuada para promover el proyecto del hospital. Pero su administración total se dejaría a la habilidad y discreción de quienes sean designados sus directores.
Verdaderamente, puede resultar un trabajo algo engorroso encontrar un lugar cómodo, suficientemente amplio para una construcción de esta naturaleza. Hubiera pensado en cercar todo Yorkshire si no temiera que el lugar se vería atestado con tantos pícaros incurables de su propia producción que no quedaría el menor espacio para recibir otros; contratiempo que podría retrasar todo nuestro proyecto por algún tiempo.
Hasta aquí puse el asunto bajo la luz más clara de que fui capaz, de modo que todo el mundo pueda apreciar la necesidad, utilidad y practicabilidad del proyecto. Sólo agregaré unas pocas sugerencias sueltas, que no me parecen del todo inútiles.
Creo que el Primer Ministro del momento deberá contribuir generosamente a semejante fundación, porque su alta posición y méritos deben estar expuestos necesariamente a la envidia, el odio, la mentira y parecidos tipos de enfermedades. En consecuencia, proveerá anualmente al hospital de muchos incurables.
Desearía que los directores designados para gobernar este hospital mantuvieran (si tal cosa fuera posible) alguna apariencia de religiosidad y creencia en Dios, porque los que sean admitidos como infieles, ateos, deístas y librepensadores incurables —muchos de cuya tribu están sólo enfermos de soberbia y afectación— podrían quizá transformarse de a poco en creyentes, si perciben que esa es la costumbre del lugar en que viven.
Aunque no es común para los nativos de Irlanda encontrar ninguna clase de progreso en este reino, yo dejaría, en este asunto, el prejuicio nacional enteramente a un lado y pediría, por la reputación de ambos reinos, que un amplio sector del hospital sea preparado especialmente para los irlandeses que por pícaros, libidinosos o cazafortunas, aparezcan calificados para la admisión; porque su número sería verdaderamente considerable.
Pediría también que un padre que se muestre encantado al ver a su hijo transformado en un lechuguino o un petimetre porque ha viajado de Londres a París, sea enviado junto con el joven caballero al hospital, como viejo tonto, absolutamente incurable.
Si un poeta ha producido alguna cosa, especialmente en la línea dramática, que es tolerablemente bien recibida por el público, debería ser enviado inmediatamente al hospital, porque la vanidad incurable siempre es consecuencia de un éxito pequeño. Y si sus composiciones son mal recibidas, que se lo admita como escritorzuelo.
Y espero, en consideración a las grandes penas que me he tomado con este proyecto, que seré admitido como uno de los escritorzuelos incurables. Pero como favor adicional, imploro no ser ubicado en el mismo sector con un poeta que haya dedicado su genio a las tablas, porque me matará a fuerza de repetir sus composiciones. No necesito informar al mundo que es extremadamente doloroso soportar cualquier insensatez, excepto las propias.
Mi razón particular para solicitar tan tempranamente ser admitido es que está comprobado que los planificadores y proyectistas se ven generalmente reducidos a la mendicidad: pero gracias a mi manutención por el hospital —ya sea como escritorzuelo o tonto incurable— esa desalentadora situación será de una vez desaprobada por el público, y mis hermanos en aquel camino se asegurarán una recompensa a sus trabajos.
Confieso que me produce un alto grado de felicidad pensar que aunque en este breve tratado se hallan contenidos los caracteres de muchos miles de incurables, ninguno se sentirá ofendido, porque es natural aplicar caracteres ridículos a todo el mundo, excepto a nosotros mismos. Y me atrevo a decir que los tontos, pícaros, cascarrabias, petimetres, escritorzuelos o mentirosos más incurables de toda esta nación, enumerarán rápidamente el círculo de sus relaciones como adicto a esos trastornos, lejos de imaginarse a ellos mismos calificados para el hospital.
Espero de veras que nuestra sabia Legislatura considerará este proyecto seriamente y fomentará una fundación que ha de resultar de tan eminente ayuda a una multitud de súbditos inútiles de Su Majestad, y que puede, a su debido tiempo, resultar útil para ellos mismos y su descendencia.
Desde mi buhardilla, en MoorFields.
Agosto 1, 1733.