Mr. Partridge se ha complacido últimamente en tratarme de manera muy grosera en eso que es llamado su Almanaque para el presente año. Ese tratamiento es muy indecente entre caballeros, y no contribuye en absoluto al descubrimiento de la verdad, que debería ser el fin último en toda disputa entre hombres instruidos. Llamar a un hombre tonto y villano, y pícaro descarado, sólo porque difiere de él en un punto meramente especulativo, es, en mi humilde opinión, un comportamiento muy impropio de una persona de su educación. Yo apelo al mundo instruido para que diga si en mis predicciones he ofrecido la menor provocación para tan inmerecido tratamiento. Los filósofos han diferido en todas las épocas, pero los más discretos entre ellos han diferido siempre como corresponde a filósofos. La grosería y el apasionamiento no tienen nada que hacer en una controversia entre universitarios y son, en el mejor de los casos, la tácita confesión de una causa débil.
No me preocupo tanto por mi propia reputación como por la de la República de las Letras, a la que Mr. Partridge ha agraviado a través mío. Deseo que conozca la impresión causada en las Universidades extranjeras por su nada generoso procedimiento; pero soy demasiado cuidadoso de su reputación como para hacérsela conocer al público. Ese espíritu de envidia y engreimiento que infama a tanto genio en ciernes en nuestro país es todavía desconocido entre los profesores del extranjero. La necesidad de justificarme excusará mi vanidad cuando le diga al lector que he recibido cerca de cien cartas de diversos lugares de Europa (algunos tan lejanos como Moscú), que elogian mi actuación. Además de muchas otras que, según me han informado, fueron abiertas en la Oficina de C…[21] y nunca me fueron entregadas.
Es cierto que la Inquisición de P……l[22] tuvo a bien quemar mis predicciones y condenó a su autor y sus lectores; pero espero que se tendrá en cuenta el estado deplorable en que actualmente yace la cultura en aquel reino. Y con la más profunda veneración por las testas coronadas, agregaré que le concierne un poco a su Majestad de P……l interponer su protección en beneficio de un universitario y caballero, súbdito de una nación con la cual mantiene ahora una alianza tan estrecha[23].
Pero los otros reinos y estados de Europa me han tratado con mayor candor y generosidad. Si hubiera dejado imprimir todas las cartas en latín que me llegaron del extranjero, hubieran llenado un volumen y constituirían una defensa completa contra todo lo que Mr. Partridge y sus cómplices de la Inquisición de P……l fueran capaces de objetar. Ellos, dicho sea de paso, son los únicos enemigos que mis predicciones han encontrado en el país y en el extranjero. Pero creo conocer muy bien lo que merece el honor de una correspondencia entre eruditos, en materia tan delicada.
Sin embargo, algunas de esas personas ilustres me disculparán tal vez por transcribir uno o dos pasajes en mi propia vindicación.
El muy sabio Monsieur Leibnitz[24] encabeza así su tercera carta: Illustrissimo Bickerstaffio Astrologico instauratori, &c. Monsieur le Clerc, comentando mis predicciones en un libro que publicó el año pasado dice: Ità nuperrimè Bickerstaffius magnum illud Anglæ fidus. Otro gran profesor, escribiendo acerca de mí, tiene estas palabras: Bickerstaffius, nobilis Anglus, Astrologorum hujusce Seculi facilè Princeps. El Signor Magliabecchi, célebre bibliotecario del Gran Duque, gasta casi toda su carta en cumplimientos y elogios. Es verdad que el renombrado profesor de Astronomía de Utrecht parece disentir conmigo en un punto; pero de la modesta manera que conviene a un filósofo: Pace tanti viri dixerim. Y en la página 55 parece culpar del error al impresor (como verdaderamente corresponde) y dice: Vel forsan error Typographi, sum alioquin Bickerstaffius vir doctissimus, &c.
Si Mr. Partridge hubiera seguido este ejemplo en la controversia entre nosotros, me habría evitado la molestia de justificarme en público. Creo que hay pocos hombres más dispuestos que yo a reconocer sus errores o a agradecer a aquellos que le informan sobre ellos. Pero parece que este caballero, en vez de estimular el progreso de su arte, prefiere considerar todo intento de esa naturaleza como una invasión de su territorio. Por cierto que ha sido lo bastante hábil para no hacer objeción contra la verdad de mis predicciones, excepto en un solo punto, que se refiere a él mismo. Y para demostrar cómo muchos hombres se ven enceguecidos por la parcialidad, aseguro solemnemente al lector que él es la única persona de quien yo haya escuchado nunca semejante objeción: creo que la conclusión correspondiente cae por su propio peso.
A pesar de los mayores esfuerzos, no he sido capaz de encontrar más de dos objeciones contra la verdad de mis profecías del año último. La primera fue de un francés, quien dijo al mundo que el Cardenal de Noailles estaba todavía vivo, no obstante la pretendida profecía de Monsieur Biquerstaffe. Pero ¿hasta qué punto se le puede creer, en un asunto que le concierne, a un francés, un papista y un enemigo, contra un inglés protestante y leal al gobierno? Un asunto que dejo resolver al lector cándido e imparcial.
La otra objeción es la infeliz ocasión de este discurso, y se refiere a una de mis profecías, que predecía la muerte de Mr. Partridge para el 29 de marzo de 1708. A esta él la contradijo absolutamente en el Almanaque que publicó para el presente año, y de manera tan indigna de un caballero (perdonando la expresión) como más arriba he relatado. En ese trabajo, él afirma muy claramente que no sólo está vivo ahora, sino que también estaba vivo el mismo 29 de marzo, fecha en que según mi predicción moriría. Este es el tema de la actual controversia entre nosotros, que pienso conducir con la mayor brevedad, perspicacia y tranquilidad. En esta disputa, lo sé muy bien, no sólo los ojos de Inglaterra, sino los de toda Europa, estarán sobre nosotros. Y no dudo de que los hombres cultos de todas las naciones tomarán partido del lado donde encuentren mayor apariencia de razón y verdad.
Sin entrar en criticismos cronológicos acerca de la hora de su muerte, me limitaré a probar que Mr. Partridge no está vivo. Y mi primer argumento es este: más de mil caballeros han comprado su Almanaque para este año, solamente para encontrar lo que dijo contra mí; y a cada línea que leen elevan los ojos y exclaman, entre rabia y risa, que seguramente ningún hombre vivo pudo escribir nunca un bodrio tan detestable como ese. Y nunca he oído esa opinión puesta en tela de juicio. De modo que Mr. Partridge está ante un dilema: o desconoce su almanaque o se reconoce a sí mismo como Ningún Hombre Vivo.
Segundo: la muerte es definida por todos los filósofos como una separación del Alma y el Cuerpo. Ahora bien, es cierto que la pobre mujer que tiene las mejores razones para saberlo ha estado dando vueltas durante algún tiempo por todas las calles de la vecindad jurando y chismeando que su marido no tiene vida ni alma en él. Por consiguiente, si un cadáver mal informado anda todavía por ahí, y se da el gusto de llamarse Partridge, Mr. Bickerstaff no se considera de ningún modo responsable por eso. Ni tiene dicho cadáver ningún derecho a golpear al pobre muchacho que pasa por la calle voceando: «¡Un informe completo y verdadero de la muerte del Dr. Partridge!».
Tercero: Mr. Partridge pretende decir la fortuna y recobrar los bienes robados, lo cual, afirma toda la parroquia, lo debe conseguir conversando con el diablo y otros malos espíritus. Y ningún hombre sabio aceptará nunca que él pueda conversar personalmente con alguno, hasta después de muerto.
Cuarto: Le probaré llanamente que está muerto mediante su propio Almanaque para este año, y a partir del mismo pasaje que ofrece para hacernos creer que está vivo. Allí él dice que no sólo está vivo ahora, sino que lo estaba también ese mismo 29 de marzo en que yo predije que moriría. Al decir esto, él declara su opinión de que un hombre que no estaba vivo hace doce meses puede estar vivo ahora. Ciertamente, aquí radica la sofistería de su argumento. Él sólo se arriesga a afirmar que estaba vivo aquel 29 de marzo, que está vivo ahora y que lo estaba ese día. Concedo lo último porque no murió hasta la noche, como nos lo dice el informe impreso de su muerte, en una Carta a un Lord. Y si desde entonces resucitó, es cosa que dejo que juzgue el mundo.
Quinto: Apelo al mismo Mr. Partridge para que piense si es probable que yo haya sido tan tonto como para iniciar mis predicciones precisamente con la única falsedad que se ha pretendido que hay en ellas; precisamente en un país donde había tantas oportunidades para ser exacto, y dando tanta ventaja contra mí a una persona del ingenio y la instrucción de Mr. Partridge, quien, si hubiese encontrado una sola objeción contra la verdad de mis profecías difícilmente me la hubiera evitado.
Y aquí debo aprovechar la ocasión para reprobar al ya mencionado redactor de la relación de la muerte de Mr. Partridge en una Carta a un Lord, quien me cargó con un error de dos horas completas en mi cálculo de ese suceso. Debo confesar que esa crítica, pronunciada con un aire de certeza, en un asunto que me concierne tan de cerca, y por un grave y juicioso autor, no me conmovió poco. Pero aunque yo estaba entonces fuera de la ciudad, varios de mis amigos, cuya curiosidad los condujo a estar exactamente informados (porque por mi parte, no teniendo ninguna duda, ni una vez pensé en el asunto) me aseguraron que me equivoqué en una hora y media. Lo cual (expreso mi propia opinión) no es un error de magnitud muy grande, como para que los hombres eleven un clamor a su respecto.
Existe una objeción contra la muerte de Mr. Partridge, con la que a veces me he encontrado, aunque muy escasamente ofrecida: que él continúa escribiendo almanaques. Pero esto no es más que lo que le sucede a todos los de esa profesión: Cadbury, el pobre Robin, Dove, Wing y varios otros, publican anualmente sus almanaques aunque algunos de ellos están muertos desde antes de la Revolución. La razón natural de esto consiste en que, mientras es privilegio de otros autores vivir después de sus muertes, los fabricantes de horóscopos son los únicos excluidos, porque sus disertaciones sólo tratan de los minutos que pasan, volviéndose cuando ellos se han ido. En consideración a esto, el tiempo, cuyos registradores ellos son, les da la oportunidad de continuar sus trabajos después de muertos. O, quizás, un hombre puede hacer un almanaque tan bien como puede venderlo. Para fortalecer esta conjetura, he oído afirmar a los libreros que ellos desearían que Mr. Partridge se evite mayores molestias y les envíe solamente su nombre, que podría hacer almanaques mucho mejor que él mismo.
No hubiera ofrecido al público, o a mí mismo, la molestia de esta vindicación, si mi nombre no hubiera sido usado por varias personas a las que nunca se lo presté. Una de ellas, hace pocos días, me adjudicó la paternidad de una nueva serie de predicciones. Pero me parece que esas son cosas demasiado serias para jugar con ellas. Me lastima el corazón ver que mis labores, que me costaron tantos pensamientos y desvelos, son voceadas por los pregoneros vulgares de Grubstreet[25], cuando yo solamente las destiné a la madura consideración de las personas más serias. Esto preocupó tanto en un comienzo, que muchos de mis amigos tuvieron el descaro de preguntarme si yo me estaba burlando. A lo que sólo contesté fríamente que los hechos lo mostrarían.
Pero es una virtud de nuestra época y de nuestro país, volver ridículas las cosas más importantes[26]. Cuando el fin de año ha verificado todas mis predicciones, aparece el almanaque de Mr. Partridge discutiendo el punto de su muerte. De manera tal que me veo empleado del mismo modo que el general que se vio obligado a matar dos veces a sus enemigos, a quienes un necromántico resucitó. Si Mr. Partridge ha practicado ese experimento y está nuevamente vivo, puede continuar así por largo tiempo; eso no contradice en nada mi veracidad. Pero creo haber probado claramente, mediante una invencible demostración, que él murió, en último caso, con una hora de diferencia del momento que yo predije.