He considerado el enorme abuso que se hace de la Astrología en este Reino, y después de discutir el asunto conmigo mismo no podría, sensatamente, hacer recaer la culpa sobre el Arte, sino sobre esos grandes impostores que se las dan de artistas. Sé que algunos hombres instruidos han sostenido que todo el asunto es una farsa; que es absurdo y ridículo imaginar que las estrellas pueden ejercer alguna influencia sobre los actos, pensamientos e inclinaciones humanas. Quienes no hayan dirigido sus estudios en ese sentido pueden ser disculpados por pensar así, cuando ven de qué manera despreciable es tratado el noble Arte por unos pocos comerciantes insignificantes y analfabetos que median entre nosotros y las estrellas, y que traen cada año una pesada carga de insensatez, mentiras, locura e impertinencia, ofreciéndola al mundo como producción genuina de los planetas, aunque no descienden de una altura mayor que la de sus propios cerebros.
Tengo la intención de publicar en breve una extensa y racional Defensa de este Arte, y por consiguiente no diré nada más en su favor ahora; sólo que fue defendido en todas las edades por muchos hombres sabios, entre ellos el mismo Sócrates, a quien considero, sin duda alguna, como el más sabio de los mortales no inspirados[6]. Si a esto agregamos que los que condenan este arte, aunque de algún modo instruidos, no se han aplicado al estudio de la materia en cuestión, o por lo menos, no han tenido éxito en su aplicación, sus testimonios no resultan de mucho peso, porque están expuestos a la obvia objeción de que condenan lo que no comprenden.
De ninguna manera me siento ofendido, ni creo ver un agravio para el arte, cuando contemplo que quienes comercian vulgarmente con él, los estudiantes de astrología, los Filomáticos[7], y el resto de esa tribu, son tratados por los hombres sensatos con el mayor escarnio y desprecio. Mas me sorprende ver que existen caballeros de provincias, bastante ricos para servir a la nación en el Parlamento, sumergidos en el almanaque de Partridge con el fin de descubrir los sucesos del año en el país y en el extranjero, sin atreverse a proponer una partida de caza hasta que Gadbury[8] o Partridge hayan dado su pronóstico del tiempo.
Estoy dispuesto a aceptar que cualquiera de los dos que mencioné, u otros de su Fraternidad no sólo son Astrólogos, sino hasta Brujos, en caso de que yo no sea capaz de extraer de sus almanaques un centenar de ejemplos útiles para convencer a cualquier hombre cuerdo de que ellos no pueden siquiera comprender la gramática y la sintaxis comunes, de que son incapaces de emitir una palabra que supere el lugar común, y de que ni aun en sus Prefacios es posible descubrir el sentido común o un idioma inteligible. Por otra parte, sus comentarios y predicciones convienen perfectamente a cualquier época y país del mundo. «Este mes cierto personaje importante será amenazado por la muerte o la enfermedad». Esto está en los periódicos, porque en ellos encontramos, cada fin de año, que no pasa un mes sin que muera alguna persona de nota. Y sería muy difícil que sucediera de otro modo, cuando existen por lo menos dos mil personas de nota, muchas de ellas viejas, y el fabricante del almanaque goza la libertad de elegir la estación más malsana del año para instalar en ella sus predicciones.
Otra más: «Este mes, un eminente eclesiástico será el elegido». De estos eclesiásticos hay algunos centenares, la mitad de ellos con un pie en la tumba. Luego: «Tal planeta en tal signo anuncia grandes maquinaciones, tramas y conspiraciones, que a su debido tiempo serán traídas a luz». Tras lo cual, si algo se descubre, el astrólogo se lleva el honor; si no, su predicción siempre se conserva buena. Y por «Dios preserve al Rey Guillermo de todos sus enemigos declarados y secretos. Amén». Con lo que, si sucede que el rey muere, el astrólogo llanamente lo predijo; en caso contrario, todo queda como la piadosa exclamación de un súbdito leal. Aunque infortunadamente sucedió que uno de sus almanaques oró por la vida del pobre rey Guillermo durante varios meses después de su muerte, a causa de que el monarca murió a principios de año[9].
Pero, para no hablar más de sus impertinentes predicciones, ¿qué tenemos que hacer con sus anuncios de píldoras y brebajes para la enfermedad venérea, o con sus controversias en verso o en prosa sobre los whig y los tory[10] tema con el que las estrellas tienen poco que ver?
Después de observar y lamentar largamente estos y otros cien abusos, demasiado tediosos para repetirlos, resolví actuar de un modo novedoso; no dudo de que resultará satisfactorio para todo el reino. Este año solo puedo ofrecer una muestra de lo que proyecto para el futuro porque dediqué la mayor parte de mi tiempo a ajustar y corregir los cálculos hechos en años pasados, pues es tan cierto como que estoy vivo, que yo no ofrecería al mundo nada de lo que no estuviera completamente satisfecho.
En los últimos dos años mis predicciones no fallaron más que en uno o dos puntos, y ninguno de ellos era muy importante. Predije con exactitud el fracaso de Tolón[11], con todos sus detalles, y la pérdida del almirante Shovell[12], aunque me equivoqué de día, ubicando ese accidente treinta y seis horas antes de la fecha real; pero tras revisar mis notas encontré rápidamente la causa del error. También predije la batalla de Almanza[13], dando con precisión el día, la hora, las pérdidas de ambos bandos y sus consecuencias. Y todo esto se lo mostré a algunos amigos muchos meses antes de que sucediera. Es decir, les di los papeles lacrados, para que los abrieran en un momento señalado, tras lo cual estaban en libertad de leerlos, allí encontraron que mis predicciones habían acertado en todos los puntos, excepto uno o dos de muy poca importancia.
En cuanto a las pocas predicciones que ahora ofrezco al mundo, me abstuve de publicarlas hasta que leí cuidadosamente los distintos almanaques para el año en que ahora entramos. Los encontré a todos en el estilo acostumbrado, y pido al lector que compare sus estilos con el mío. Y aquí me voy a jugar, diciéndole al mundo que pongo todo el crédito de mi arte sobre la verdad de estas predicciones. Y no me quejaré de que Partridge y el resto de su banda me denuncien como farsante e impostor si fracaso en un solo punto. Espero que todo hombre que lea lo que sigue me acordará tanta honestidad y discernimiento, por lo menos, como a un fabricante vulgar de almanaques. Yo no acecho en la oscuridad; no soy del todo desconocido en el mundo; he puesto mi nombre al pie para que la Humanidad lo haga objeto de infamia, si descubre que la he defraudado.
Una cosa se me debe perdonar: que hable con la mayor cautela de los asuntos internos; sería imprudente y peligroso para mi persona descubrir secretos de Estado. Pero en los asuntos minúsculos, que carecen de repercusión pública, me mostraré muy liberal; y estos servirán tanto como los otros para mostrar la verdad de mis deducciones. En cuanto a los eventos más notables de Francia, Flandes, Italia y España, no tendré ningún escrúpulo en predecirlos con toda franqueza; algunos son importantes, y espero errar pocas veces el día en que sucederán. De modo que me parece bien informar al lector que siempre haré extenso uso del viejo estilo observado en Inglaterra, al que deseo que comparen con el de los periódicos en el momento en que estos relaten las acciones que menciono.
Debo agregar una palabra más. Sé que algunos eruditos que tienen buena opinión del auténtico arte de la astrología, opinan que los astros sólo influyen sobre los actos y deseos de los hombres, sin forzarlos. Y que, por consiguiente, aunque no hayan aplicado las reglas estrictas, no puedo prudentemente asegurar con tanta confianza que los sucesos se producirán de acuerdo con mis predicciones.
Creo haber considerado detenidamente esta objeción, que en algunos casos no es de poco peso. Por ejemplo, un hombre puede, por la influencia de un planeta predominante, sentirse dispuesto o inclinado hacia la concupiscencia, la cólera y la avaricia y, sin embargo, por la fuerza de la razón, superar esa influencia maligna; tal fue el caso de Sócrates. Pero, como generalmente los grandes eventos del mundo dependen de muchos hombres, no se puede esperar que todos se unan para enfrentar sus inclinaciones, porque persiguen un designio general acerca del cual coinciden unánimemente. Además, la influencia de los astros alcanza a muchas acciones y sucesos que no están de ningún modo bajo el poder de la razón, como la enfermedad, la muerte, y lo que vulgarmente llamamos accidentes[14], así como otros que no hace falta repetir.
Pero ya es hora de iniciar mis predicciones, que empecé a calcular desde el momento en que el Sol entra en Aries[15], ya que este me parece el comienzo del año natural. Las continué hasta el momento en que entra en Libra, o poco más, que es la época más activa del año. El resto todavía no lo he precisado, a causa de varios impedimentos que no hace falta mencionar aquí. Además, debo señalar otra vez al lector que esto es solo una muestra de lo que pienso tratar más extensamente en años venideros, si tengo libertad y coraje.
Mi primera predicción no es más que una bagatela, pero la mencionaré para demostrar qué ignorantes se muestran esos embotados pretendientes a astrólogos en lo que a ellos mismos les incumbe. Me refiero a Partridge, el fabricante de almanaques. Consulté la estrella de su nacimiento según mis propias reglas, y me encontré con que él morirá infaliblemente el próximo 29 de marzo, hacia las once de la noche, de una fiebre rabiosa; de modo que le aconsejo que lo tenga en cuenta, y arregle sus asuntos a tiempo.
El mes de abril se destacara por la muerte de muchos personajes importantes. El 4 morirá el cardenal de Noailles, arzobispo de París. El 11, el joven príncipe de Asturias, hijo del duque de Anjou. El 14 un gran par de este reino morirá en su casa de campo. El 19, un viejo abogado, muy famoso por su erudición. Y el 23, un eminente orfebre de Lombard Street. Podría citar a otros, tanto del país como del extranjero, si no lo considerara de muy poca utilidad e instrucción para el lector o para el mundo.
En cuanto a los asuntos públicos: el 7 de este mes estallará una insurrección en Dauphine, ocasionada por la opresión contra el pueblo, que no será dominada durante algunos meses.
El 15 habrá una violenta tormenta en la costa sudeste de Francia, que destruirá muchas de sus naves, algunas en el mismo puerto.
El 19 será famoso por la revuelta de toda una provincia o reino —de la que se mantendrá apartada una ciudad—, gracias a la cual los asuntos de cierto príncipe de la Alianza se verán de mejor color.
Mayo, contra las conjeturas ordinarias, no será un mes muy movido en Europa, pero lo hará muy importante la muerte del Delfín, que se producirá el 7, tras una breve enfermedad, y dolorosos tormentos al emitir la orina. Su muerte será menos lamentada por la corte que por el reino.
El 9, un mariscal de Francia se quebrará la pierna al caerse de su caballo. No he sido capaz de descubrir si luego morirá o no.
El 11 comenzará un importantísimo sitio, que atraerá las miradas de toda Europa. No puedo ser más explícito, porque en lo que se refiere a asuntos concernientes tan de cerca a los Aliados, y en consecuencia a este reino, me veo forzado a confinarme en mí mismo, por varias razones muy obvias para el lector.
El 15 llegarán noticias de un suceso muy sorprendente, más inesperado de lo que cualquier otro podría serlo.
El 19 tres nobles damas de este Reino aparecerán encintas contra toda expectativa, para gran alegría de sus maridos.
El 23 un bufón famoso morirá de muerte ridícula, conveniente a su vocación.
Junio. Este mes se distinguirá en el país por el desbande final de esos ridículos fanáticos alucinados, llamados comúnmente los Profetas[16]; desbande provocado por la llegada del momento en que muchas de sus profecías deberían cumplirse, pero se ven escarnecidas por sucesos contrarios. Realmente es de admirar que haya impostores tan ineficaces como para predecir hechos tan inmediatos, sabiendo que unos pocos meses bastarán para descubrir su impostura ante el mundo. En este punto, son menos prudentes que los fabricantes de almanaques, quienes se muestran lo bastante sabios para delirar con vaguedad y manifestarse dubitativamente, dejando al lector la tarea de interpretar.
El 1° de este mes, un general francés será muerto por una bala perdida.
El 6 estallará un incendio en los suburbios de París, y destruirá cerca de un millar de casas. Y parecerá un presagio de lo que va a suceder, para sorpresa de toda Europa, hacia el final del mes siguiente.
El 10 será librada una gran batalla, que comenzará a las cuatro de la tarde y se prolongará hasta las nueve de la noche con gran obstinación, pero sin que se produzca un hecho decisivo. El lugar no lo puedo nombrar, por las razones antedichas; pero los comandantes de cada ala izquierda morirán. Veo las hogueras, y oigo el ruido de los cañones, en honor de la victoria.
El 14 se dará un informe falso sobre la muerte del rey de Francia.
El 20, el cardenal Portocarrero[17] morirá de disentería de manera muy sospechosa. Pero el informe sobre su intención de rebelarse contra el rey Carlos resultará fraguado.
Julio. El 6 de este mes cierto general recobrará, mediante una acción gloriosa, la reputación perdida por anteriores infortunios.
El 12, un gran comandante morirá prisionero en manos de sus enemigos.
El 14 se efectuará el bochornoso descubrimiento de un jesuíta francés envenenando a un gran general extranjero. Torturado, el jesuita hará maravillosas revelaciones.
En resumen, este resultaría un mes muy movido, si yo tuviera libertad para contar los detalles.
En el país, un viejo y famoso senador morirá el día 15 en su casa de campo, estropeado por la edad y las enfermedades.
Pero lo que hará a este mes memorable para siempre, es la muerte del rey francés Luis XIV, tras una semana de enfermedad en Marli. Tendrá lugar el 29 a eso de las seis de la tarde. Parece que será consecuencia de la gota en su estómago, seguida por una diarrea. Tres días después, Monsieur Chamillard seguirá a su señor, muriendo repentinamente de apoplejía.
También en este mes, un embajador morirá en Londres, pero no puedo especificar el día.
Agosto. Por un tiempo, los asuntos de Francia parecerán estables, bajo la administración del duque de Burgundy; pero la desaparición del genio que animaba la máquina será causa de importantes vuelcos y revoluciones durante el año siguiente. El nuevo rey hará pocos cambios en la Armada o el Ministerio, pero los libelos contra su abuelo que circularán en la corte le traerán desasosiego.
Este mes, un joven almirante de noble cuna ganará honor eterno por una gran hazaña.
Los asuntos de Polonia están completamente calmos: Augusto resigna sus pretensiones, que había vuelto a animar durante algún tiempo; Estanislao se apodera pacíficamente del trono, y el rey de Suecia se manifiesta a favor del emperador.
No puedo omitir un accidente particular que se producirá aquí: a fin de este mes se hará mucho barullo en Bartholomew Fair por la caída de una barraca.
Setiembre. Este mes se inicia con una ola de frío muy sorprendente, que durará unos doce días.
El Papa, que languideció todo el mes anterior por la tumefacción de sus piernas y la mortificación de su carne, morirá el día 11; tras un lapso de tres semanas, y después de un dilatado debate, será sucedido por un cardenal de la facción imperial, pero nativo de Toscana, que tiene ahora unos sesenta y un años.
El ejército francés actúa ahora totalmente a la defensiva, firmemente fortificado en sus trincheras, y el joven rey de Francia envía propuestas para un tratado de paz mediante el duque de Mantua. De esto, por tratarse de un asunto de Estado que no nos concierne, no hablare más.
Sólo agregaré otra predicción, y esta en términos misteriosos extraídos de Virgilio.
Alter erit tum Tiphys, et altera, quoe vehat,
Algo,
Delectos heroas.
El vigésimo quinto día de este mes, el cumplimiento de esta predicción será un hecho para todos.
Hasta aquí he llegado en mis cálculos para el presente año. No pretendo que estos sean todos los grandes sucesos que se producirán en este período, pero sostengo que aquellos que señalé se cumplirán infaliblemente. Se me objetará, tal vez, que no haya hablado con más detalle de los asuntos del país, o de los éxitos de nuestros ejércitos en el extranjero, lo que podría haber hecho con gran amplitud.
Pero quienes están en el poder han desalentado sabiamente a los hombres de entrometerse en los intereses públicos, y he resuelto no defenderlos de ninguna manera[18]. Esto me aventuraré a decir que será una gloriosa campaña para los Aliados, en la que las fuerzas inglesas, tanto de mar como de tierra, tendrán su completa parte de honor. Que Su Majestad la reina Ana continuará gozando de salud y prosperidad. Y que ningún accidente desgraciado castigará a persona alguna en el Ministerio Principal.
En cuanto a los singulares eventos que mencioné, el lector puede juzgar mediante su verificación si yo estoy en el mismo nivel de los astrólogos ordinarios que, en mi opinión, fueron soportados demasiado tiempo, con su abuso del mundo y su despreciable y antigua jeringoza astrológica. Solo que un médico honesto no debería ser despreciado porque existan cosas tales como los charlatanes. Creo tener cierta reputación, que no arriesgaría voluntariamente en un juego humorístico. Y creo que ningún caballero que lea este escrito lo considerará del mismo género y de la misma clase que los de los escribas que se encuentran todos los días en la calle. Mi fortuna me ha liberado de la obligación de escribir por unos peniques, que no valoro ni necesito. Por lo tanto, que ningún hombre instruido condene con demasiada precipitación este ensayo, realizado con la buena intención de cultivar y mejorar un arte antiguo que ahora está en desgracia porque cayó en manos mezquinas y torpes. Bastará un poco de tiempo para determinar si he engañado al público o a mí mismo; y no me parece irrazonable pedir que los hombres suspendan sus juicios hasta que ese tiempo transcurra. Yo también opiné alguna vez como aquellos que desprecian toda predicción astrológica; hasta que en 1686, un distinguido caballero me mostró escrito en su álbum, que el muy erudito astrónomo capitán Halley le había asegurado que jamás creería en la influencia de los astros, si no se producía una gran revolución en Inglaterra en el año 1688[19]. Desde entonces empecé a pensar de otra manera, y después de dieciocho años de estudio diligente y aplicado, creo no tener motivo para arrepentirme de mis esfuerzos. No retendré al lector más tiempo que el necesario para hacerle saber que el informe que pienso dar a conocer sobre los sucesos de los años próximos se referirá a los principales asuntos europeos; y que si se me niega la libertad para ofrecerlos a mi propio país, apelaré al mundo intelectual, publicándolos en latín y haciéndolos imprimir en Holanda.